Por Gloria Cosentino. La historia de una corporación penitenciaria y policial que denuncia a un testigo incómodo de sus atropellos como “traficante de drogas”. El teatro que arma el sistema para imponer el silencio y la impunidad.
Primer acto: Suena un supuesto teléfono del Departamento Central de la Policía Federal. Una supuesta voz anónima denuncia a Oscar de narcotraficante. Por primera vez, Oscar se siente en el apuro de tener que dar absurdas declaraciones por una causa que lo pone del otro lado de la vereda que acostumbra a caminar: el de un entramado de complicidades que dedicó añares de su vida a denunciar desde la trinchera del periodismo: la Agencia Rodolfo Walsh ayer, la Agencia para la Libertad hoy.
La impotencia recorre el cuerpo. Las torturas, los asesinatos pintados de suicidios y tantos otros etcéteras de perversidades consumadas día a día en los pabellones de nuestro tenebroso sistema penitenciario son para Oscar, moneda corriente.
Nos conocimos hace algunos años, Oscar participó de una varieté artística organizada por un pequeño colectivo de jóvenes que hacía actividades recreativas con niños y niñas que vivían en situación de calle en el oeste del conurbano. Vino acompañando a dos de las 18 chicas que escribieron Intensidades de Mujer un libro de relatos, cuentos literarios, poesía rebelde, feminista y “un poco de catarsis” como le gusta decir a Oscar. El libro es el producto de un largo recorrido del taller de periodismo y expresión -llevado adelante con mucha voluntad y dedicación en la cárcel de Ezeiza que Oscar transita hace 30 años- de altísima calidad literaria y belleza poética pero, sobre todo, es el producto de un rapto de libertad en medio de los barrotes del tormento.
“Me armaron una causa anónima, telefónica y embustera”, declara Oscar Castelnovo en el comunicado que pronuncia a los pocos días la Agencia para la Libertad.
A ese Oscar que, con humildad prefiere los recónditos lugares -a veces invisibles- para propagar su sensibilidad, el pasado mayo lo convocaron para defenderse nada menos que ante la cobarde acusación de traficar drogas en el penal, acusación que resolvió sin nada más (ni menos) que el apoyo de las organizaciones defensoras históricas de los derechos humanos y, nuevamente su claridad y fidelidad.
Hay algo más que decir de Oscar: sus declaraciones, comunicados y notas sobre asesinatos rejas adentro incluyeron históricamente responsabilidades penitenciarias y políticas que no dejaron de incomodar. Nueve cuenta Oscar junto a sus compañeros y compañeras, nueve asesinadas en el complejo penitenciario de Ezeiza que una y otra vez, vuelven a la memoria.
Segundo acto: En un frío y sombrío calabozo Gabriel aparece colgado con un cable de luz amarrado al cuello, su supuesta vida atormentada lo hizo tomar amarga decisión tras haber sido levantado por efectivos policiales de La Matanza (¿figurita repetida?). Los números no cierran: 50 kilos se necesitan para cortar el cable que con los ochenta y pico de Gabriel se habría destrozado. Los golpes, la falta de sus dientes, la imposibilidad de amarrarse con la cuerda superan cualquier regla de tres. Seguiremos haciendo cálculos.
Gabriel vivía en el barrio “La Borgward”, uno de los matanceros profundos, como ese “12 de Octubre”, en el que vivió y trabajó Luciano Arruga hasta que, dos años después del asesinato de Gabriel, la policía se lo llevó para no dejar rastros.
A Gabriel también le ofrecieron trabajar para ellos, a Gabriel lo asesinaron para “desaparecerlo” de ese mapa matancero. Hoy hay cinco procesados en total por el caso de Gabriel Blanco, dos de ellos, con prisión preventiva, entre la causa por detención ilegal, tortura seguida de muerte que condenó a tres efectivos y los restantes por encubrimiento.
Tercer acto: Pablo, como Oscar, es un militante de la dignidad humana, es hijo de Eduardo, socio fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. La APDH también tuvo que responder al montaje de esa perversa entidad impune devenida de la reciprocidad entre el poder policial, judicial y político que se da el lujo de sentar en el banquillo a los pocos Pablos y Oscares que la clase trabajadora tiene, mientras sigue sintonizando más asesinatos, torturas, “suicidios”, violaciones, desapariciones.
Rubén Adrián Fernández denuncia que Pablo Pimentel y la APDH realizaron, a favor de la familia Blanco, entrevistas en las que solapadamente intentaban obtener declaraciones falsas de testigos a cambio de favores judiciales y procesales.
De Pablo hay algunas cosas más para decir: es el mismo que el 18 de junio pasado presentó junto a abogados y personalidades como la de Adolfo Pérez Esquivel y Osvaldo Bayer un Amicus Curiae ante el Tribunal de Rio Gallegos en solidaridad con los trabajadores petroleros de Las Heras, procesados por luchar y que se pronuncia colectivamente contra todo tipo de criminalización de la protesta social y la persecución a trabajadores, estudiantes, luchadores. Es el mismo que acompaña desde el día cero a la familia de Luciano, trascendiendo todo tipo de calumnias y amenazas.
De Rubén, también hay cosas para decir: el inventario de casos en el que defiende a la mafia policial es vergonzoso, es además orgullosa y abiertamente miembro del Sindicato de Policías y Penitenciarios. Rubén también se pronunció denunciando supuestos testimonios falsos en el caso de Fabián Gorosito, quien en 2010 apareció asesinado en una zanja en Mariano Acosta y su cuerpo fue reconocido por su padre en la misma comisaría que decían no haberlo visto. Y no fue tampoco muy original en el caso de Gastón Duffau, en el que fue abogado defensor de los policías que lo golpearon hasta matarlo “por resistirse un poquito”. Todavía Rubén, sigue pidiendo que nos sensibilicemos y movilicemos por la policía violadora sistemática de los derechos humanos, y no lo dice en chiste.
¿Cómo se llama la obra?
Pareciera que esa corporación perversa que se organiza reiteradamente para re-vulnerar los derechos de los más vulnerados, de las víctimas de las redes de prostitución, para seguir traficando drogas, suicidando presos, violando presas, matando viseras y seguir calando hondo en las heridas abiertas de este nuestro pueblo, no halla la forma de advertir la incoherencia entre esta escenografía y la labor cotidiana de los militantes de los derechos humanos, de esos derechos que no se negocian ni se enredan con gobiernos de turno, y que tampoco tienen precio. Pareciera que la representación, sigue siendo un tanto improvisada. Lo escabroso es que aún en la improvisación, esa que deja ver las marcas más burdas, los que quedan en el camino no son buenos actores, porque cuando se labura cada día para sobrevivir no hay tiempo para puestas en escena.
La cuenta sigue sin darnos bien. Muchos indeseables seguirán estrujándose el cerebro para hallar la fórmula perfecta, ellos tienen muchos Rubenes a su servicio ideando, recetando, guionando.
Mientras tanto, en la historia auténtica, habrá que seguir celebrando y reivindicando cosas que parecen tan obvias como la verdad, la coherencia, la solidaridad, la militancia de esos pocos que siguen andando, contagiando dignidad.