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    De halcones negros e invasores blancos

    10 octubre, 20134 Mins Read
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    De halcones negros e invasores blancos

    Por Nicolás Bauer. Hace 20 años, Estados Unidos bombardeaba Mogadishu, la capital de Somalia, en busca del líder Muhammad Aydeed. La invasión se daba en el marco del inicio de la fragmentación del país, que continúa hasta hoy.

    Los inicios de la década del ’90 estuvieron plagados de intervenciones militares extranjeras con el propósito de “resolver” conflictos locales, étnicos o fronterizos. Primero fue la llamada Primera Guerra del Golfo, en la que Estados Unidos lideró una alianza que invadió Irak para obligar a las tropas de Saddam Hussein a retirarse de Kuwait. Luego, la intervención de los Cascos Azules de la ONU en Croacia y Bosnia-Herzegovina, en pleno proceso de desintegración de Yugoslavia. Y finalmente, en 1992 y 1993, la invasión estadounidense con apoyo de Naciones Unidas a Somalia.

    Este país, ubicado en el llamado Cuerno de África, en el extremo oriental del continente, había iniciado en 1991 un acelerado proceso de fragmentación territorial, luego de la caída del gobierno de Mohammed Siad Barre, que condujo el país durante veintidós años. No se trataba de un conflicto religioso ni étnico, como suele verse por África, ya que todos los participantes eran musulmanes y de etnia somalí; sino de un conflicto entre clanes, que habían roto una alianza cuyo objetivo era derrocar a Barre.

    En ese marco el recientemente reformado Consejo de Seguridad de la ONU -ya sin la Unión Soviética y con la consiguiente hegemonía casi absoluta de Estados Unidos- decidió la formación de la Operación de las Naciones Unidas en Somalia (ONUSOM) en 1992, y al año siguiente de la ONUSOM II. En paralelo a esto, el secretario general de aquel entonces, Butros Butros-Ghali, convocó a una “conferencia de reconciliación” a la que asistieron todos los warlords (señores de la guerra) de los distintos clanes, con excepción de uno, Muhammad Farrah Aydeed.

    Este se convirtió inmediatamente en el enemigo público número uno para la “comunidad internacional” en África. Todos los esfuerzos de los Cascos Azules -que habían llegado al Cuerno con el objetivo teórico de asegurar la distribución de la ayuda humanitaria- y especialmente de los militares estadounidenses se centraron en neutralizar al Congreso de la Unidad Somalí (CUS) y capturar a su líder, Aydeed. De esta manera, se dejó en segundo plano la solución del conflicto de fondo, del que formaban parte alrededor de treinta líderes clánicos y de familia.

    La resolución 837 del Consejo de Seguridad condenaba abiertamente al CUS como responsable de ataques contra las fuerzas de Naciones Unidas e instaba a combatirlo. Estados Unidos le puso un precio de 25 mil dólares a la cabeza de Aydeed.

    La Batalla de Mogadishu, la capital somalí, el 3 y 4 de octubre, fue el intento de golpe de gracia de las fuerzas occidentales. Mediante el bombardeo indiscriminado de regiones urbanas pobladas se aseguraba estar atacando al CUS, que controlaba la ciudad. Fue en ese contexto que un helicóptero Black Hawk estadounidense fue derribado por las milicas de Aydeed, un hecho que luego sería recreado desde el punto de vista occidental en la superproducción de Hollywood Black Hawk Down (La caída del halcón negro).

    Entre quinientos y mil civiles somalíes murieron durante el ataque, que significó el comienzo del fin de la primera etapa de intervención internacional en el país. El profundo desconocimiento de la situación, sumado a la decisión de aliarse con algunos warlords a costa de construir un enemigo pour la gallerie -vale recordar que la invasión fue ampliamente cubierta por los medios estadounidenses-, fueron una condena a la derrota.

    Aydeed murió en 1996 y la situación no se modificó un ápice. Veinte años después de la batalla de Mogadishu, Somalia recuperó espacio en la agenda mediática por el ataque terrorista de las milicias Al-Shabbab en Kenia. Esta nación invadió reiteradamente territorio del Cuerno, al igual que el vecino Etiopía, siempre con apoyo estadounidense e israelí. El país continúa fragmentado en decenas de porciones, cuenta con cerca de un millón de exiliados y otro tanto de desplazados internos, y más de la mitad de la población padece hambre y muere de enfermedades curables.

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