Por Ana Paula Marangoni
Las elecciones del 25 de Octubre dieron vuelta por completo el mapa político. Luego de doce años de gobierno del devenido kirchnerismo, cualquiera de los candidatos con más chance para esta elección presidencial indicaba de algún modo un enfriamiento de la agenda popular y una apuesta por candidatos más conservadores.
Los perfiles de los candidatos reconocen en sus discursos esta tendencia. Mauricio Macri, representante de un nuevo partido de derecha, se destaca por la performance de una presentación publicitaria novedosa (la misma que viene aplicando en la ciudad de Buenos Aires) y un exacerbante discurso que oscila entre la no-propuesta y la respuesta a temas candentes con la única lógica de un imaginario marcador de rating: no votar la estatización de YPF, para luego defender esta postura; prometer la liberación del “cepo” cambiario sin ninguna explicación de cómo hacerlo; hablar de la salud y la educación públicas y a la vez desfinanciarlas; promover la cultura y clausurar masivamente centros culturales; hablar en contra de los programas sociales del gobierno, y luego prometer sostenerlos; etcétera.
Por otra parte, las fracturas del Kirchnerismo hacia dentro del Partido Justicialista expresadas en la disidencia de Sergio Massa, otro nobel que se desprendió del FPV junto a parte del PJ conservador, expresando una distancia clara con el gobierno con propuestas como: mayor seguridad, tolerancia cero con los delincuentes, administración ajustada de los programas sociales, entre otros.
Y finalmente, el decepcionante candidato del kirchnerismo, representante de los gobernadores del PJ, con una relación tirante y confrontativa con el llamado “núcleo duro” del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y con un discurso que integra la continuidad de los planes y programas sociales (la línea de inclusión social) con propuestas de cambios, especialmente en economía y producción industrial. El candidato de las mismas tres palabras de siempre, que promete llevar a la Argentina a la industrialización y al desarrollo de las economías regionales sin descuidar las políticas sociales, sorprende no tanto por su discurso, sino por su conocida y cuestionable gestión en la Provincia de Buenos Aires, como por su adelanto de gabinete, donde aparecieron en primer plano para la foto la cuestionada trilogía anti derechos humanos: Casal, Granados, Berni.
Elecciones generales y después
La definición de las elecciones generales tiró por tierra los pronósticos periodísticos, de opinólogos, de la calle y de las encuestas (en todo su arco), que posicionaban a Daniel Scioli como el ganador.
La avanzada del PRO en provincias y municipios, y el resultado tan parejo entre Scioli y Macri, debieron obligar hacer las lecturas que nadie había hecho. Con menos encuestismo, más lecturas políticas. Lo que no necesariamente es una tarea fácil.
Las críticas recaen especialmente sobre el FPV. Cuesta entender por qué en los últimos cuatro años no se intentó a construir un candidato que pudiera sintetizar una continuidad digna. Incluso, cuesta entender por qué se aspiró a derribar todo posible liderazgo emergente. Y mucho más, que la elección autoritaria y verticalista de CKF (el cross a la mandíbula a Randazzo), con el costo político que significó, se haya traducido en un flácido resultado: 36, 86 % para Scioli, frente al 34, 33% de Macri, fortalecido además por el triunfo en 16 distritos bonaerenses y en las gobernaciones de las provincias de Buenos Aires y Jujuy.
Luego, escuchar las voces opositoras permite entrever otras posibles autocríticas: el aislamiento; la construcción de un “nosotros” (a pesar de la contraria prédica) expulsivo, sectario y elitista; la negativa rotunda a las críticas dentro del propio espacio, lo que devino en una lógica de fieles incondicionales (con una militancia meramente operadora y sin margen para la distancia crítica o la generación de propuestas y demandas, salvo algunas excepciones como la creación de la Ctep o la campaña contra la Violencia Institucional) y por otro lado, una acumulación creciente de caídos o expulsados que lentamente fueron reagrupándose detrás de las figuras de Macri o Massa; los silencios sobre inquietudes en el plano económico de las que ningún vocero hablaba, mientras se construía una épica permanente sobre otros temas como la negociación de la deuda o la pelea con los fondos buitres; el agotamiento de una propuesta de bienestar apoyada principalmente en el consumo; la incógnita sobre la industria nacional que nunca pudo responder, ¿qué estamos produciendo?; una inmensa batería de leyes y programas a los que no siempre “le dio la nafta” para reglamentarlos y ejecutarlos; la insuficiente propuesta de créditos de viviendas en una población con economía en ascenso.
Por otro lado, ¿cómo se explica el amplio espectro de opositores con propuestas y críticas conservadoras? Dejando de lado la dudosa postura de centro izquierda del espacio progresistas, solo el FIT, con su escasa representatividad (menor al 5 %) pudo ubicarse a la izquierda del kirchnerismo, aún en su versión más rancia y conservadora.
¿Cómo es posible interpretar los resultados de las elecciones generales? ¿Es factible hablar de una derechización de la sociedad? ¿Es posible revivir al espectro de Randazzo y medir el resultado de otro posible escenario? ¿Qué falencias o expectativas cubre el espejismo amarillo? ¿Qué elementos faltan en el tablero para comprender el sorpresivo pero convincente avance del PRO a escala nacional?
Mucho más difícil es predecir el resultado del próximo e histórico Balotaje, que se medirá voto a voto. Mientras tanto, el nuevo escenario urge nuevas lecturas, menos acartonadas y más… ¿pensantes?