Por Pablo Potenza. Los recientes shows de Deep Purple y Rick Wakeman en la Argentina, bajo la aguda mirada de autor. La coincidencia del clásico “Humo sobre el agua” con la muerte de Chabán abren un camino nuevo a la reflexión.
En la era del mercado global, la Ciudad de Buenos Aires es una escala obligada dentro de las giras sudamericanas que realizan músicos internacionales de todo tipo. Aquí recibimos a los emergentes que vienen a foguearse, a los líderes del mercado que llegan para cosechar su fama, a los que ya se bajaron de la cima pero todavía recogen algo, a los virtuosos y vanguardistas que mantienen su pequeño coto de caza, y también a los históricos que ya dieron la vuelta al mundo varias veces y la vuelta a sus trayectorias muchas más: son los que gozan de ese grupo de fanáticos formado por generaciones recicladas en el ámbito familiar. En este último colectivo se encuentran Rick Wakeman y Deep Purple, que estuvieron aquí, respectivamente, en octubre y en noviembre de este 2014.
Más allá de sus interpretaciones en vivo –cuestión que aquí no se juzga-, hay algo que los distingue y se exhibe en cada uno de sus shows de manera ineludible: son esos rasgos que los hicieron ser lo que son y de los que no se pueden desprender, bajo riesgo de perder identidad y razón de ser. En Wakeman, el rasgo está desplegado en la puesta en escena; los rockeros, en cambio, lo exhiben en parte de su repertorio. Rick Wakeman, entonces, se presenta acompañado de banda, orquesta y coro, se planta en un rincón del escenario rodeado de sintetizadores e, inevitablemente, cubre su cuerpo con el manto real, imponente desde el cuello hasta el piso y anacrónico al insistir en esa fantasmagoría propia de la Edad Media: solo de esa forma es capaz de tocar, en octubre de 2014, su obra Viaje al centro de la tierra, de 1974. Un mes después, el quinteto inglés despliega hard rock a propósito de la edición de un nuevo disco. Sin importar el repertorio recorrido, el nuevo material tocado a medias o en su totalidad, el show necesita arribar a su momento de gloria: la canción “Smoke on the water”. El público la espera y la pide; la banda la retiene y la suelta en el momento justo. Desde su aparición en 1972, ya son cuarenta y dos años de interpretación del clásico.
La pregunta es: ¿podría Deep Purple no tocar esa canción en alguno de sus shows en Argentina? ¿Podría Rick Wakeman presentarse en público sin una capa monárquica que cubra su cuerpo? La respuesta es no. Los años transcurridos remarcan una línea, discontinua pero constante. Lo que empezó como una piedra lanzada contra el sistema, se fue deshaciendo en su contundencia con el paso de los años: primero, hasta casi desaparecer y después, permaneciendo entre lo absurdo y burlesco, para resurgir finalmente a la sombra de la trayectoria. Eso que no cambió y empecinadamente se mantuvo, recoge hoy el premio a su constancia.
La insistencia sostiene la ola de ese éxito en una cresta que no rompe nunca y se difunde por todo el planeta, pero en Buenos Aires, y sin que sus autores lo hayan previsto, recoge un efecto inesperado: la canción “Humo sobre el agua” se resignifica al amparo de tragedias repetidas, encuentra nuevos sentidos sobreimpresos en la transitada letra y se reactualiza: el desastre del Cromañón de 2004 equivale al incendio del Casino de Montreux de 1971 que allí se describía, y la herida aún abierta pone en primer plano esas líneas que parecen haber sido escritas para nuestra realidad: “un estúpido con una bengala quemó todo el lugar/ humo sobre el agua, fuego en el cielo/ […] Funky Claude entraba y salía corriendo/ sacando a los niños afuera/ […] No importa lo que sacamos de todo esto/ sé que nunca lo olvidaremos//”. Cambió el contexto; las tragedias no: la obra que grita el dolor continúa así su vigencia.
Casi de manera contemporánea a la presentación de Deep Purple, además, en esta ciudad muere Omar Chabán, el demiurgo sin mantos reales detrás del aquelarre de 2004. Y con su muerte, los medios salen, voraces, a buscar la voz de los heridos: familiares y amigos de las víctimas claman sobre lo que aún no pueden cerrar. Hablan y, con dolor, usan y repiten palabras conocidas: dicen que continúan la “Lucha” y que van en busca de “Memoria, Verdad y Justicia”. Se sabe, son palabras originadas a partir de la resistencia surgida de la tragedia política del ’76-’83: ellas hicieron su propio recorrido, fijaron un significado claro y preciso, con un emisor contundente y un destinatario puntual, y abrieron un camino progresivo que si había comenzado en la nada, terminó con algunos objetivos cumplidos, lo que, de alguna manera, permitió producir algún cierre.
El mecanismo es claro: se intenta igualar, a través del lenguaje, tragedias de distinto nivel, por lo que el efecto buscado no se logra. Si esa actitud repetitiva de los artistas ya no se opone a nada y solo redunda en trayectoria pintoresca, en este caso la repetición tampoco quiebra estructuras como antes sí lo hacía, por lo que su acción no avanza más allá de un horizonte superficial; sin el contexto que les dio origen, las palabras rescatadas pierden su sentido profundo, su densidad, y permanecen como latiguillos apenas ligeros, tenues hilachas flotantes de lenguaje.
Así como las tragedias equivalentes pueden dar nuevos sentidos a una misma canción, las mismas palabras no pueden explicar los nuevos sentimientos que surgen de tragedias diferentes. Es en esa incapacidad para crear nuevas palabras con nuevos sentidos donde se cifra la imposibilidad de satisfacción y cierre de los huecos personales y sociales. Por eso, cuando se les hace notar a las víctimas de Cromañón que la Justicia ya actuó, porque juzgó, sentenció y condenó, la respuesta siempre respira una necesidad inagotable: Justicia sería la erradicación completa de las condiciones que estarían dando lugar a una repetición del desastre. Ese deseo es universal y objeto de apoyo, sin embargo, se aleja del hecho concreto para ingresar en cuestiones sociales y culturales: ¿por qué pedirle esos cambios a la Justicia cuando deberían exigirse de la política?
Como si el 2001 fuese una foto eterna, estas víctimas descreen aún del sistema político y cifran toda su esperanza en las formas legales. Y es por eso que las palabras que reciclan suenan huecas, dado que no retoman el cambio cultural y político que ellas produjeron. Habrá que esperar que la Historia siga dando sus vueltas y que las trayectorias cimenten diferentes formas para entrar a discutir viejas palabras como “Justicia”, o esas nuevas palabras que aún se mantienen latentes e incógnitas.