Por Ariel Hendler, Mariano Pacheco, Juan Rey
Extracto del libro Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (Planeta, Buenos Aires, 2012).
Ayer hubiese cumplido 35 años Darío Santillan, asesinado en la Masacre de Avellaneda durante la histórica jornada del 26 de junio de 2002. Aquél, quien fuera un militante que con su ejemplo sembró miles de semillas de resistencia y lucha.
A continuación compartimos un extracto del libro Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo, de Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey.
El derecho a la tierra
Más allá de todas las circunstancias políticas y específicas de la militancia, existían también cuestiones personales que habían llevado a Darío Santillán a alejarse de Almirante Brown y trasladarse a Lanús, y la más importante de ellas era la necesidad simple y pura de independizarse para vivir su propia vida. “En Don Orione vivían cuatro hijos adolescentes en dos dormitorios, los tres varones en la misma habitación, con mucho ‘olor a huevo’, y los cuatro sin laburo, participando en el MTD para poder cobrar un plan —cuenta Pablo—. La verdad es que Darío tenía que resolver su situación de vivienda y no tenía muchas otras alternativas más que prenderse en alguna toma de tierras y conseguirse un terrenito para él. Tal vez Flor y yo teníamos dónde replegarnos si nos salía mal la movida de Villa Corina, pero él no, porque el departamento no alcanzaba para cuatro hijos grandes que en algún momento iban a formar cada uno su familia.”
Al poco tiempo de llegar a La Fe, Darío había participado en una toma de tierras en la que se ganaron seis hectáreas (o manzanas) en el mismo sector de la “guardería” (el local del MTD), que desde hacía años estaban en manos de una fantasmal cooperativa de tierras manejada por el PJ. Fue una noche a principios de diciembre de 2001 cuando se convocó a una asamblea abierta en la que se anunció que a las once de la noche se iban a ocupar esos lotes; pero cuando fueron a instalar las carpas se encontraron con que la policía los estaba esperando con unos doscientos efectivos de Infantería, Caballería y perros, así que hubo que suspender la toma. Entonces se hizo otra asamblea a las doce de la noche y se decidió marchar a repudiar la presencia de la policía frente al local de la Cooperativa, donde ocurrió un hecho pintoresco, según cuenta Carlos el herrero. Al parecer, muchos vecinos preferían no tener problemas con el municipio, y se alarmaron cuando los compañeros de San Francisco Solano que habían ido a apoyar la toma se largaron a insultar sin miramientos a Manuel Quindimil, el sempiterno intendente peronista de Lanús. “Para ellos era más fácil porque no tenían encima la carga de todo lo que representaba ‘Manolo’, pero al final, lo que pasó fue que nosotros, gracias a ellos, también nos animamos a insultarlo”, agrega Carlos.
Lo cierto es que gracias al apoyo de Solano y Almirante Brown pudieron sostener la ocupación. Después, organizaron varias marchas a la municipalidad —convocadas como Comisión de Vecinos, ya que no todos los ocupantes participaban del MTD—, y así consiguieron que la “manzanera” del justicialismo en La Fe y responsable de la Cooperativa aceptara el hecho consumado de la toma… con la sola condición de ser ella quien leyera a los vecinos la lista de las ochenta familias beneficiadas (aunque la había confeccionado el MTD). Viejas mañas de la política tradicional que todavía daban resultados, al punto que los adjudicatarios de los terrenos propusieron colocar un gran letrero en agradecimiento a Quindimil. “Pero en ese punto, medio que nos pusimos firmes y les explicamos que no tenían que agradecer a nadie más que a ellos mismos”, cuenta Flor. También se estableció que uno de los terrenos debía ser destinado a usos comunes. Aunque participó de todo el proceso, Darío no tomó un terreno para él: era demasiado nuevo todavía.
Las tomas de tierras representaron un salto cualitativo para la consolidación del movimiento. “Los compañeros empezaron a hacer ollas populares, después se organizaron para marchar al municipio y al ministerio para conseguir más puestos de trabajo, y con cada cosa que hacíamos íbamos creciendo, aunque siempre al borde con que la cana nos reprimiera”, cuenta Carlos (“Trabajo, dignidad y cambio social: una experiencia de los movimientos de trabajadores desocupados en la Argentina”. Boletín del MTD en la CTD Aníbal Verón. Conurbano Bonaerense, mayo de 2002).
Eso los alentó a tomar, dos meses más tarde, otras dos manzanas que quedaban por ocupar detrás de las recién ganadas, que servían como depósito de chatarra para la comisaría de Monte Chingolo. Estos nuevos terrenos se ocuparon la noche del 19 al 20 de febrero, al regresar de una marcha a Plaza de Mayo con motivo de cumplirse dos meses de la pueblada que había expulsado a De la Rúa del Gobierno, lo cual da una idea cabal de la adrenalina e intensidad con que se vivía en esos días. Darío, ya asentado en el barrio, tuvo un gran protagonismo y se ganó un terreno. Además, él mismo se encargó de escribir la crónica de los hechos.
”La ocupación comenzó el día miércoles a las doce de la noche, en medio de la chatarrería, porque en ese predio hay autos rotos confiscados por la policía, grandes pedazos de escombros y ratas, mosquitos y algunas cosas más.
”Se encienden cubiertas para alumbrar en la oscuridad y el panorama es imponente: los rostros iluminados de los compañeros, las montañas de autos de fondo, las grandes columnas de humo en la noche, lentos movimientos que empiezan a construir las carpas donde se hará el aguante quién sabe por cuántos días.
”Al día siguiente comienzan las asambleas para organizar los mangazos a los comercios, la cocina, las guardias, las medidas de presión por si no quieren venir los funcionarios, todo se discute y todo se planifica. Antes que los funcionarios municipales, llega la policía: ‘Bueno, muchachos, qué pasa acá, está bien, cuántos son, de donde vienen, dennos sus nombres y apellidos para el censo, por favor, ¿no nos van a dar sus apellidos y nombres para el censo? ¡Manga de aparatos!’
”Nuestra ventaja es que ya conocemos por experiencia el manejo de la policía en estas ocasiones, tanto por las tomas anteriores como por estar curtidos en los numerosos cortes de ruta que hemos protagonizado, es decir los que integramos esta toma somos participantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados y de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados de Lanús, ambos integrantes de la CTD Aníbal Verón.
“Más tarde nos avisa la policía que la Cooperativa (que no tiene peso legal de algún tipo) quiere negociar. Bueno, le decimos que vengan. ‘No, no’, dicen ellos, los esperan en la comisaría.
”Sin palabras. De las tierras no nos movemos.
”Al llegar los funcionarios, traen promesas de solucionar el conflicto: ‘El municipio tiene la voluntad de aceptar que el reclamo es justo por supuesto, pero ustedes tienen una denuncia de por medio’.
(…)
”Por la tarde, el jefe de calle Silva de la policía local nos avisa que tiene la orden del fiscal de leernos el delito del que estamos acusados, que es ‘usurpación’ a la propiedad, y nos intima nuevamente a que entreguemos los nombres y apellidos. La situación se torna tensa. Exista una posibilidad de que nos desalojen. Todo esto es registrado por fotos y videos de los compañeros de prensa. Nos negamos nuevamente a entregarnos, es decir, a dar nuestros nombres y apellidos.
”Hacemos una nueva asamblea y planificamos cómo defendernos ante esta nueva situación. Lo primero es mostrar una reacción desde adentro; hagamos barricadas en el frente y en el fondo —dicen unos—. Se hacen las barricadas. Llamemos a otros movimientos hermanos para que vean que no estamos solos y llamemos también a algún abogado, dijeron otros. Se hace el llamado solidario y apelamos a los recursos legales. Preparando nuestra respuesta estábamos cuando uno de los compañeros que ponía alambres de púa en el frente es intimidado por un policía:
—Dejá eso porque vas a tener problemas…
—Yo no dejo nada.
—Dejá eso, pendejo de mierda, porque te bajo —Le apunta con su arma 9 milímetros al joven y se retira al patrullero. Después procede a apuntar a todas las carpas con un láser infrarrojo.
”Momentos después caen los compañeros del MTD de San Francisco Solano y posteriormente los del MTD Almte. Brown. El jefe de la policía pregunta, con cara de preocupación, quién llamó al abogado y qué pasa que hay tanta gente que viene. Estamos preocupados, nos acaban de acusar de usurpadores y después nos apuntan con el láser del arma, qué se piensan que son ustedes… Lo que queremos son las tierras, no somos delincuentes,
”Por fin se dan cuenta: somos pocos pero no boludos.
(…)
” El martes 12 recién toma forma todo debido a las distintas presiones. Se muestran los planos, la denuncia está anulada y ya contrataron las máquinas para trabajar, hasta una especie de escrituración será otorgada a los vecinos. Fueron tres semanas de aguante: el barro, la lluvia, pero la necesidad era tanta que ganamos. Pero esto todavía seguirá, porque el trabajo de las máquinas lleva tiempo y, con la tierra lista, igual no hay vivienda digna donde vivir, hay ratas en medio de la chatarra y no hay luz eléctrica ni agua corriente todavía. Falta mucho por resolver, pero ya tenemos uno de nuestros derechos fundamentales conquistados a través de la lucha, con organización, con planificación, con la participación de todos en las asambleas, y todo esto por nuestra iniciativa, sin mendigar a los gobernantes, confiando solamente en nuestra propia fuerza y totalmente convencidos de que para lograrlo debíamos demostrar firmeza para conseguir, cueste los que cueste, nuestro derecho” (“Crónica de la exitosa toma de tierras en Monte Chingolo, Barrio La Fe, Lanús”. MTD-Comisión de Prensa, marzo de 2002).
Dos semanas después de haber ocupado los terrenos llegó un agrimensor municipal que dividió el terreno en veintiséis lotes, con lo cual la toma podía considerarse convalidada por la Municipalidad, y los propios vecinos los repartieron entre veintiséis familias. “El Estado no tiene ningún discurso de contención para estas situaciones. Si vos estás viviendo mal, hacinado, y la tierra está ahí… Es la necesidad, no es que la ocupás para venderla o construir una torre de dieciocho pisos para hacer un negocio. Yo creo que por eso cambió la situación. Era un lugar ocupado por un montón de chatarra, lleno de ratas, montañas de piedras, y fue todo un laburo limpiarlo, y lo hicieron los mismos compañeros… Creo que eso también hizo cambiar de idea al municipio”, reflexiona Jorge Escalada, uno de los desocupados que, sin ninguna militancia política previa, participó de la toma y vive en la actualidad en el terreno que consiguió durante esa jornada de lucha. En esos trabajos duros, Darío, como todos los demás, por la mañana trabajaba en los galpones del MTD para cumplir con la contraprestación laboral de los planes, y por la tarde seguía trabajando en los terrenos. “Teníamos una construcción precaria de chapas que usábamos de cocina y compartíamos la comida diaria. A la tarde comíamos juntos, y los días que no había, llevábamos la comida de los comedores comunitarios a los terrenos. A veces, muchos compañeros iban y cocinaban ahí, hacían la asamblea en el terreno para compartir, para estar, para ayudarnos a los que estábamos ahí”, agrega Jorge. El comedor comunitario era toda una institución del MTD: allí todos se reunían a almorzar cada mediodía al término de las cuatro horas de trabajo exigidas por los planes de empleo (aunque podía ir cualquiera, incluso aunque no tuviera un plan), y se mantenía gracias a que cada uno aportaba diez pesos por mes.
Lo que seguramente Darío no esperaba era que, en la repartija de tierras, justo a él le tocara el peor lote: una montañita de basura en una esquina que nadie más había querido ocupar. “Es que cuando vino el agrimensor nosotros estábamos en una reunión, y cuando llegaron ya se lo habían repartido todo”, explica Jorge Escalada, quien tuvo apenas un poco más de suerte con el lote que le tocó. Alberto Santillán, el padre de Darío, estaba convencido de que habría podido darle algo mejor si su hijo se lo hubiese pedido, y quedó impresionado por el lugar que había elegido para vivir: “Verlo ahí a Darío, en ese lugar con tantas carencias, con esa gente tan sufrida, realmente me dolió —le contó años más tarde a la revista Sudestada—. Pero jamás le dije ‘dejá de hacer esto’ porque él era consciente de que estaba haciendo lo correcto” (Revista Sudestada Nº 85, abril de 2009).