Por Nicolás Miranda y Rodrigo Ottonello. Marcha se acercó a la noche de martes en Niceto Club para escuchar en vivo a Daniel Johnston, mito estadounidense del folkrock de edición casera, paciente psiquiátrico difícil y protagonista de un documental crudo y bello que hizo que todo el mundo pueda entrar a su asombrosa intimidad.
Daniel Johnston, nacido en 1961 y criado en Texas, era hasta 1992 un artista poco conocido, autor de una obra musical inclasificable que sólo circulaba entre iniciados en casettes de edición casera. Esta suerte cambia cuando Kurt Cobain, en la cima de la fama de Nirvana y en un show emitido mundialmente por MTV, viste una remera con el dibujo de tapa de uno de los primeros trabajos de Johnston (“Hi, how are you”, de 1983). A partir de aquí, el interés por Johnston crece entre los aficionados a los secretos, hasta llegar a manos de Jeff Feuerzeig, quien en 2005 le dedica un documental, “The Devil and Daniel Johnston”. Primero exitoso en el mundo del cine independiente, el film logra masividad con su circulación por Internet. Gracias al inmenso archivo musical y fílmico acunado por el propio Johnston, el documental ofrece una visión muy íntima y detallada de sus procesos creativos, así como de la enfermedad mental que los acompaña, complejizándolos y también obstaculizándolos. La exposición de este cóctel de genio y precariedad renovó y amplificó el interés en su figura y trabajo.
Ese interés, vía Internet, llegó hasta Buenos Aires, donde en la noche del martes 23 de abril Niceto Club se llenó de un público ansioso por ver a Johnston y por saber si el músico, a pesar de sus conocidas dificultades y su carácter impredecible, sería capaz de ofrecer una performance a la altura de las expectativas. Tal como estaba programado el show, Johnston tocaría algunas canciones solo, acompañándose por la guitarra o el teclado y luego tocaría junto a una selección de músicos locales. El momento en solitario duró sólo dos canciones: la guitarra eléctrica se sacudía de manera agitada y su voz era un torrente desbordado de emociones viscerales; la sensación de fragilidad era evidente, pero también la convicción arrolladora del artista. Eso define a Johnston, su capacidad de navegar en territorios donde la mayoría naufragaría. Sin embargo, por incomodidad o impaciencia, Johnston decidió que ese momento no durara más y anunció que en instantes regresaría con la banda. Se sentía que lo mejor estaba por venir, lo que no quitó que los presentes se quedasen con ganas de escucharlo más en su versión en solitario, aquella en la que se revela absolutamente único.
La banda local fue sin duda el punto más alto de la noche, compuesta de una selección de muy buenos músicos locales (integrantes de Señor Tomate, La Patrulla Espacial, Fútbol y Los Espíritus) apasionados y conocedores de la obra musical de Johnston. Estos músicos decidieron, en vez de seguir los fraseos y tempos inestables e inquietos que caracterizan a Johnston, hacer elaboradas y arrolladoras versiones de una variada selección de sus composiciones. El acierto no fue solo la selección de los músicos, sino también una instrumentación que enriqueció en timbres y texturas las hermosas melodías de las canciones de Johnston, logrando, en simultáneo, la sutileza de una orquesta y el poder de una banda de rock; la firmeza de la base rítmica (Tulio en batería y Tomás Vilches en bajo) y las guitarras (Maxi Prietto y Shaman) se complementó con delicados arreglos de los teclados, la mandolina (Edu Tomate) y el violín (Fede Terranova). Sobre este inmenso pero controlado oleaje musical de muy gran nivel, Johnston se lanzó como un navegante sacudido pero que nunca deja de avanzar. Las manos del cantante temblaban sosteniendo el micrófono y entre tema y tema se notaba agitado, destapando innumerables botellas de agua: su voz, sin embargo, aunque quebrándose todo el tiempo, era clara y conmovedora. El resultado fue un show de altisíma intensidad. Puntos altos fueron: “Casper the friendly gosht”, “Fish”, “Rock N Roll EGA” y una sentida versión de “True love will find you in the end”.
El esfuerzo físico que estaba haciendo Johnston para mantener un show de altura era evidente, y tal vez fue el factor que hizo que el espectáculo fuese breve: una hora. Los concurrentes esperaron durante largos minutos que el telón volviese a abrirse con otra tanda de temas, cosa que no ocurrió. Entre quienes despoblaban Niceto había algunos quejosos de la brevedad del espectáculo y muchos otros visiblemente emocionados por su fuerza. El frágil, intenso y errático artista conocido por el retrato de “The Devil and Daniel Johnston”, fue todo eso: frágil, intenso y errático. Esto no implicó ausencia de sorpresa: este hombre enorme y canoso mostró que su música puede tener más protagonismo que su leyenda personal.