Por Sebastián Tafuro. Al repasar las gestiones de Falcioni en Boca y Almeyda en River, encontramos que sus números son más que aceptables, y hasta incluyen títulos. Pero se fueron sin pena ni gloria, más allá de porcentajes y logros estadísticos. ¿No era que el hincha sólo quiere ganar?
Es habitual escuchar que a los hinchas de fútbol sólo les importa ganar, que las formas en que el éxito se consigue han quedado subyugadas por el deseo excluyente del éxito a cualquier costo. Seguramente haya algo de razón en esas afirmaciones, y la penosa calidad de juego que fin de semana tras fin de semana se observa en las distintas categorías del fútbol argentino tenga bastante que ver con este espíritu de “ganemos como sea” o “es una final a vida o muerte”, frases altisonantes que los medios retroalimentan hasta el hartazgo y que se esparcen en las voces de los diferentes protagonistas que tiene el deporte más popular del país.
Sin embargo, dos ejemplos que se visualizan contradictorios, con varias aristas encontradas para resaltar, exhiben que no siempre se trata sólo del fanatismo por los 3 puntos al término de los 90 minutos. Curiosamente esos dos casos – excepciones a una regla que parece acentuarse en cada temporada – tienen que ver con Boca y River, los dos clubes donde el éxito aparentemente lo es todo.
El pasado sábado, la multitud que copó la Bombonera para ver el duelo que finalmente Boca le ganaría a Godoy Cruz 2 a 1 provocó un fenómeno impensado: que una dirigencia cambiara una decisión tomada 3 días antes. Con la excepción de la barra brava, el resto del público se expresó a viva voz sobre cuatro personajes del mundo xeneize: Julio César Falcioni, Juan Román Riquelme, Carlos Bianchi y Daniel Angelici. Al primero lo insultaron como nunca antes, al segundo lo vivaron incansablemente, al tercero lo pidieron dirigiéndose al cuarto, quien también fue repudiado, aunque en menor medida que el ahora ex DT azul y oro.
Ahora bien, la incógnita gira sobre Falcioni. Dos títulos ganados (el Apertura 2011 de forma invicta y la Copa Argentina 2012), una final de Copa Libertadores, una racha de 33 partidos sin conocer la derrota, varios juveniles consolidados en el equipo principal y un par de récords estadísticos difíciles de quebrar (como el equipo que menos goles recibió en un torneo corto o la máxima distancia en puntos sobre el subcampeón) muestran a las claras dos años de más alegrías que tristezas para la parcialidad bostera. En términos absolutos y también en términos relativos si uno recuerda el período 2009-2010 como antecedente más cercano. Pese a estos datos, la gente de Boca nunca terminó de enamorarse de Falcioni, alguna vez tibiamente cantó a favor, los habitúes de la platea en este último semestre lo chiflaron cada vez que se iba al vestuario (en el entretiempo y al final del encuentro) y lo del último partido del torneo fue el súmmum del rechazo a su figura, tras una semana en la cual parecía acordada su continuidad en el club por un año más.
¿Motivos de la no aceptación? Desde el vamos, el ex entrenador de Banfield no es un tipo de esos que generan empatía a través de su carisma. No tiene esas características, lo cual no quita que el éxito de los resultados – teniendo como punto máximo la consagración en el Apertura 2009 – lo haya llevado a ovaciones inolvidables en el club del Sur de la Provincia de Buenos Aires. Por otra parte, su mala relación con Juan Román Riquelme, el gran ídolo de estos tiempos por la Ribera, lo ubicó en un lugar bastante incómodo para el hincha común (no para el mercenario disfrazado de). Y probablemente, un juego bastante insulso en muchos momentos de su gestión, aún a pesar de las victorias, generó esa percepción decepcionante sobre un equipo que, en un contexto general de pobreza en las contrataciones, posee desde hace un tiempo el mejor plantel del país (a lo sumo comparable con Vélez, donde el foco en las inferiores y el ojo agudizado para elegir a quién comprar son las claves del éxito futbolístico).
El caso del club de Núñez tiene algunas similitudes: un técnico ídolo como jugador que asumió en el peor momento de la historia de River, logró consumar el ascenso en un año y cosechó a lo largo de su gestión más del 60% de los puntos fue echado sin que nadie lo llorara, más allá del inmenso respeto que la hinchada millonaria le ha propinado. Matías Almeyda nunca logró convencer al público riverplatense y a pesar de su historia con los pantalones cortos, en el banco de suplentes su aporte no fue muy reconocido. Es necesario, de todos modos, dividir su estadía en dos: la B Nacional y la Primera División.
El cumplir con la meta del ascenso saliendo campeón no le hizo olvidar a la gente de River el sufrimiento de cada partido, los erráticos cambios en la segunda mitad del torneo y esa sensación de que recién a último momento – y sin certeza alguna – se produciría el regreso a la A. Ya en esta categoría, la polémica decisión de borrar a Fernando Cavenaghi y a Alejandro “Chori” Domínguez generó los primeros encontronazos directos con los hinchas, que se manifestaron – aún sin criticar en voz muy alta al “Pelado” – a favor de los dos jugadores que habían vuelto para devolver a River a su lugar. Un equipo que arrastró su falta de identidad durante 17 fechas terminó de completar un panorama alejado de la rica historia millonaria, independientemente de algunos triunfos (muy pocos, por otra parte). Pero no fueron los números los que hicieron que Almeyda se fuera sin pena ni gloria. Fueron esas decisiones estilo Passarella (que después se la cobró a él), más un equipo que nunca mostró una línea de juego definida las que lo condenaron.
Números aceptables para Falcioni y para Almeyda. Inclusive títulos. Pero la identidad y el deseo de jugar a otra cosa aún pesa. El salir a ganar en cualquier lado, aún con tradiciones futbolísticas distintas, es el sello que los ha hecho los dos más grandes del fútbol argentino a Boca y a River. En las gestiones de esos dos entrenadores muchas veces no pasó eso. Predominaron las especulaciones y el intento de obtener el resultado por sobre un estilo. Las hinchadas que, sin duda, quieren ver a su equipo victorioso, también pretenden otros éxitos: el de la grandeza, que es bastante más valiosa que una suma de buenos resultados.