Por Sergio A. Iturbe. Marcha estuvo en la presentación de la colección “Leer es futuro” en San Marcos Sierras en el momento de las inundaciones de las Sierras Chicas.
El Manual para el perfecto linyera dice que siempre hay que estar atento a las presentaciones de libros, exposiciones, revistas e inauguraciones. Con una agenda cultural metropolitana promedio se puede estar comido y bebido convenientemente por lo menos cuatro veces a la semana. Además, uno puede pasear su corporeidad lentamente a la vez que dibuja espirales concéntricas con la copa en tanto que acompaña con cara de espectador concienzudo al toparse con una obra de arte plástica o instalación. Si se trata de la presentación de un libro, basta con ojear el índice con cara de me interesa esto al tiempo que se saborea un canapé, o un sándwich de miga con palmitos.
Sin embargo, todo esto puede cambiar cuando las presentaciones son en ciudades del interior y las condiciones climáticas nos tienen reservado otros planes.
En el verano, el Ministerio de Cultura de la Nación largó la colección “Leer es futuro”, un conjunto de 21 libros de lo que podríamos denominar “voces emergentes” de las letras. Esta colección se presentó en varias localidades de provincias argentinas, entre las que se encontraba San Marcos Sierras, la meca de los menesteres hippies a nivel nacional. Agarré el auto, a uno de los autores de los tres libros infantiles de la colección (Cezary Novek), una amiga docente y nos lanzamos por la ruta 38, por Santa María de Punilla. Allá nos esperaban Fabio Martínez y David Voloj, dos autores de la colección, Inés Kreplak, la directora de la colección y Lucía Bouzada, la ilustradora de uno de los libros. En Córdoba quedó olvidada mi promesa de no acercarme a menos de cinco kilómetros del Quilpo. Cuando llegamos a Carlos Paz, el embotellamiento se hizo presente con la densidad de la miel en invierno. Después de acordarnos de la madre de los que tocaban bocina permanentemente, prendimos la radio y nos enteramos de la razón: era el primer día del Cosquín Rock, el festival más grande de rock combinado con la infraestructura vial más precaria del país. Seis CDs se sucedieron hasta que pasamos el embotellamiento, llegando a las seis y media de la tarde, con un promedio de 150 kilómetros en seis horas.
Preguntamos en Información Turística y nos dijeron que de lo único que tenía noticia era de un recital de Iván Noble, aunque la presentación tenía lugar a sus espaldas, lo que resultó ser una buena metáfora del posicionamiento relativo de los libros con respecto al turismo y hotelería. El lugar era la Plaza Principal, y el nombre era desconocido porque no había ninguna efigie que nos indicara a qué procer homenajeaban.
Cuando empezó la presentación, Macarena Moraña destacó la iniciativa de la colección y David Voloj agradeció el lugar destacado que le daban a la cultura en una ciudad turística como aquélla, cosa que me hizo sonreír al recordar a la empleada de Turismo. Después contrastó el nuevo envión de la literatura en la zona, a lo que uno del público negó rotundamente la novedad diciendo que sólo en los últimos dos o tres años habían habido cinco concursos de poesía. Sí, la vieja disputa entre narrativa y poesía. Hablaron los demás participantes, David Voloj leyó la mitad de uno de los cuentos de Novek y pasamos a un bar que rodeaba la plaza.
Hicimos el check in a las cinco de la mañana, aproximadamente, y cuando nos levantamos se estaba largando la tormenta más desproporcionada y trágica que tuvieron las Sierras Chicas en varios años (400 mm en un día). Varias localidades quedaron sumergidas, al tiempo que desaparecían seis personas con la creciente. Desde el bar del hotel se podía ver la pileta, un molino que giraba desbocadamente y la lluvia que parecía correr horizontalmente. La fuerza de la lluvia por fin hizo que se viera el verdadero color del auto: había quedado debajo de un árbol, pero rodeado de la suficiente agua como para ni intentar acercarse.
Se cortó la luz y con ella el wi-fi, lo que provocó un pánico generalizado en los huéspedes, que inmediatamente devino en claustrofobia y consecuente huida del hotel. Una señora que se hospedaba ahí nos dijo que no lo hiciéramos, alegando que la creciente se había llevado parte de un camping y varios autos. Salimos con los limpiaparabrisas al máximo, pero no alcanzaban a sacar la cantidad de agua que caía. En diez minutos llegamos al Camping Municipal del Río Quilpo a ver cómo estaban los que habían quedado durmiendo en carpa. No encontramos el otro auto y las carpas estaban vacías. Las rutas estaban anegadas y supimos que se había suspendido el segundo día del Cosquín Rock, noticia que nos convenció de que era realmente grave. Dimos realmente muchas vueltas viendo adónde podíamos parar, pero la ciudad entera estaba sin luz.
Pasaron unas horas y encontramos a los otros, que se habían ido a refugiar a la cantina del camping. Encontramos un restorán que no tenía más que unos pocos platos porque los proveedores no habían venido.
La lluvia no paró hasta la noche, momento en el que decidimos que podían haber abierto las rutas. Pasamos por Santa María de Punilla y nos recibió una horda de fantasmas con remeras negras y nylon de colores todo a lo largo de la ruta. Tomaban cerveza y comían choripanes al costado de la ruta, en la húmeda espera del día siguiente. Volvimos por la ruta 38 y antes de llegar a Carlos Paz nos frenó un policía que nos quería dar unas indicaciones. “Hay un banco de neblina muy denso en la parte superior, circule con los rompenieblas y a una velocidad media, pero constante. No frene. ¿Vienen del Cosquín?”. “Sí, es increíble lo que hacemos para llegar a ver a las bandas.” “Gustos son gustos –respondió levantando la barrera.