Por Diego Villarino.
Patadas, insultos y agresiones: la violencia se da en la tribuna y describimos en el especial semanas pasadas, también aparece en el campo de juego del fútbol argentino. Para que algo cambie, la importancia de terminar con esta clase de hechos.
La violencia reina en todos los ámbitos del fútbol, no sólo en las tribunas. Los jugadores colaboran directa o indirectamente. La ponen de manifiesto en declaraciones, gestos y agresiones físicas. Domingos atrás Leandro Desábato y Daniel Osvaldo protagonizaron un choque. No es la primera vez que el futbolista de Estudiantes desafía a un rival. Registra polémicas con Ariel Ortega, a quien le dijo “borracho y golpeador de mujeres”, y con Diego Buonanotte. Además tildó de “negro” al brasileño Grafite, en una conducta racista y repudiable. La acción del zaguero central se transformó en moneda corriente.
Pero no fue el único caso. En el marco de la sexta fecha, Agustín Orión volvió a cometer un exabrupto. Salió con las dos piernas para adelante y lastimó a Carlos Bueno. El uruguayo sufrió la fractura de tibia y peroné de su pierna derecha. El delantero iba de cara al gol, pero la nota del día fue la infracción que padeció.
La respuesta no se hizo esperar. El presidente de San Martín de San Juan, Jorge Miadosqui, calificó al portero de “malintencionado”. Es que el goleador casi se queda sin carrera profesional. Hace unas semanas fue intervenido quirúrgicamente, mientras que el Tribunal de Disciplina le dio cuatro jornadas al arquero. Sanción generosa si tenemos en cuenta que el punta estará seis meses sin pisar el verde césped. Mucho tiempo para un veterano. Lo admitió Fernando Mitjans, titular del organismo. Las declaraciones de Patricio Loustau condenaron al victimario.
El guardameta suma un extenso prontuario. Por eso el hecho tomó una dimensión grave. En el torneo largo vio la roja ante Temperley, producto de un cabezazo a Juan Ignacio Dinenno. Perjudicó a Boca ya que dejó a su equipo con diez hombres. Muchos recuerdan el cruce con el juvenil Leandro Paredes, a quien increpó en un entrenamiento. Cabe señalar, la pelea con el ex compañero Pablo Ledesma. El volante recibió golpes severos. Vistiendo los colores del ciclón, increpó a Jonathan Bottinelli. Además tuvo un cruce con Radamel Falcao García, cuando el colombiano pertenecía a River. “La próxima te rompo la cabeza, ¿escuchaste?. Te voy a llevar al hospital” fueron las palabras del número uno. Son actitudes que no ayudan porque alimentan la hostilidad del espectador.
Del mismo modo, la dificultad atraviesa a las categorías del ascenso. En la Primera B, los futbolistas de Brown de Adrogué y Colegiales, emprendieron una contienda en el Lorenzo Arandilla. El árbitro, Américo Monsalvo, debió expulsar a uno de cada camiseta. Durante un partido del Federal C, Marcos Araya, de Deportivo Pucará (Tunuyán), golpeó al referí. Luis Damián Martínez, había expulsado al defensor, que reaccionó con una trompada en el pómulo izquierdo.
Con este panorama, el plano deportivo es secundario. Más allá del acto brusco, surge la necesidad de dar el ejemplo. El fútbol no le es ajeno a la violencia social y varios jugadores no se comprometen a terminar con la problemática. ¿Hasta cuándo?. La agresión originada en la cancha profundiza el drama. Es una dinamita a punto de estallar.