En dos provincias distantes, con seis años de diferencia, una situación se repite con características casi idénticas. Policías matando a chicos humildes por la espalda. El gatillo fácil se afianza como una política nacional.
Por Ana Paula Marangoni / Foto por Colectivo SADO
Corre el año 2012 en la ciudad de Neuquén cuando Matías Casas se despide de su novia, sentado en su moto. El momento se interrumpe cuando se ve obligado a arrancar entre disparos, perseguido por el policía Héctor David Méndez. Seis años después, en la provincia de Tucumán, Facundo está paseando con un amigo en una moto, cuando Mauro Díaz Cáceres junto con otros policías empiezan a perseguirlos y a disparar contra ellos.
Matías tenía 19 años. Facundo, apenas 12. Ambos estaban paseando, divirtiéndose, con su novia o sus amigos. No estaban lastimando a nadie ni estaban armados; no estaban ni cerca de representar una amenaza.
Ambos perdieron la vida a la madrugada.
Matías y Facundo eran de barrios humildes, donde la policía se siente con un especial derecho a matar. Facu era del barrio La Bombilla; Mati, de Cuenca XV. Ser un pibe de barrio te convierte automáticamente en sospechoso. A lo largo del país, el patrón se repite. Jóvenes y niños con el estigma de vivir en un barrio popular, son asesinados, golpeados, torturados o violentados por la policía. La bala que mata llega a toda velocidad; el Poder Judicial, en cambio, encuentra todos los vericuetos para jamás llegar.
Detrás de los titulares mediáticos que, en el mejor de los casos, conmueven a la población por unos días o apenas un par de minutos (lo que dura el flash informativo), están las historias de vida interrumpidas de esos jóvenes, y las de sus familias, que nunca más volverán a ser iguales.
Los crímenes cometidos por fuerzas de seguridad son los más difíciles de demostrar porque siempre los mismos oficiales, fiscales y jueces que deberían investigar y juzgar a los sospechosos, son quienes los encubren. A esto se suman las amenazas y las difamaciones que transforman la vida de los familiares en un infierno; mientras hacen su duelo tienen que luchar para que se haga justicia, desoír las mentiras y continuar con su batalla contra la impunidad.
La policía y sus cómplices hacen todo lo que tienen a su alcance para convertir a esos niños y jóvenes en peligrosos delincuentes. Apelan a los discursos del odio, al odio de clase, a la construcción de un estereotipo deshumanizado. Para los familiares, la pérdida de su ser querido es apenas el comienzo de una cadena de situaciones traumáticas y dolorosas. Se trata de una herida que nunca se cierra.
La historia de Facundo
Para Malvina, su tía, “Facu era un chico al que le gustaba jugar al fútbol. Soñaba con hacer un comedor y sacar a su pachona (NdR: su abuela) del barrio”.
La tarde del 7 de marzo “él estaba feliz, jugaba. Salió a saludar a todos sus amigos como nunca”. Esa noche se fue a lo de un amigo. Las noticias no tardaron en llegar: “como a las 3 de la mañana, le avisan a mi hermana que Facu había tenido un accidente”.
La mamá de Facundo llegó al hospital Padilla con otra de sus hermanas. Allí, un médico le dijo que “para Dios no hay nada imposible”. Por un momento, sintió esperanza. Pero cuando entró a la sala, lo vio envuelto en una bolsa negra. Su hijo ya estaba muerto. Y los médicos le habían mentido. Tampoco les dijeron la causa de su muerte. Nadie en el hospital les dijo que Facu no había muerto por un accidente. Sólo un hombre se les acercó y les dijo la verdad: un policía le había disparado en la cabeza.
Desde los primeros días hasta la fecha, cuando la familia sale a pedir justicia, la policía los amenaza, intentando hacerlos callar. Para que no se lo tomaran a la ligera, mataron al perro de Facu. A pesar de todo, su familia sigue adelante.
Según le contó Malvina a Marcha, la policía los respeta cada vez menos en el barrio. Lo que experimentan cotidianamente en La Bombilla y otros barrios periféricos de Tucumán es que pase lo que pase, siempre se encubre a la policía. Para la familia de Facu “esa preferencia nos hace ver que la vida de un ser humano no vale nada”.
Croquis del asesinato y encubrimiento
Las cámaras de seguridad captaron gran parte de lo sucedido. A la una y media de la madrugada, cinco motos se desplazaron desde Avenida Soldati y Honduras hasta el cruce del pasaje Río de Janeiro y la Avenida Avellaneda. En una de esas motos viajaba Facu con un amigo. Los policías motorizados comenzaron a perseguirlos a muy corta distancia. Allí, en esa última coordenada, Mauro Díaz Cáceres le disparó a Facundo en la cabeza, dejándolo mortalmente herido. Nicolás Montes de Oca y los otros policías que participaron de la persecución hicieron al menos 12 disparos hacia los menores con sus armas reglamentarias, en plena calle.
Las mismas cámaras filmaron al oficial Díaz Cáceres colocando vainas de balas a las 2 de la madrugada, para luego poder simular que hubo un enfrentamiento con armas de fuego.
La fiscal de la causa pidió la detención y prisión preventiva de los oficiales involucrados, acusándolos de homicidio agravado. Pero los jueces Rougués y Maggio rechazaron en tres oportunidades la solicitud. Tanto Díaz Cáceres como los demás policías actualmente están libres y continúan ejerciendo dentro la fuerza.
Su familia continúa exigiendo justicia.
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¿Quién era Matías?
Matías tenía 19 años y trabajaba con su papá, Cesar, atendiendo al público en una forrajería. Con mucho esfuerzo se había comprado una moto, una 110 que le prometía la felicidad de sentir el viento frío en la cara, de llegar más rápido a la casa de su novia o de alguno de sus tantos amigos. O simplemente de pasear por las calles de la ciudad de Neuquén.
César, su papá, desempolvó de su memoria algunos de los tantos recuerdos que atesora sobre su hijo: “Matías era la alegría de la casa. Después de la pérdida de él la familia se quebró. Él le daba mucha vida a las reuniones familiares, era pura risa. Era una persona muy especial, muy buena y muy dulce. Como papá no tengo nada que reprocharle. Cuando le aconsejaba algo, siempre me tomaba en cuenta. Para mí siempre fue muy especial la relación que teníamos, era muy buena. Incluso habíamos salido un par de veces a pescar juntos. Pudimos compartir su niñez, su adolescencia, y su juventud alcancé a vivirla un poco.”
¿Qué pasó el 22 de julio?
La cuenca VX, donde comienza el episodio del asesinato de Matías, es un barrio donde, por esos tiempos, habían muchos conflictos. Matías había tenido una discusión con el hijo de Héctor David Méndez, policía de la Brigada de Investigaciones. El hijo de Méndez regresó a su casa y le contó a su padre la discusión. Sin mediación de ningún tipo, el oficial salió de su casa con su arma reglamentaria en búsqueda de Matías.
Era la una y media de la mañana. Matías tenía todavía su moto nueva encendida. Se estaba despidiendo de su novia cuando Méndez preguntó por su nombre. Ante la respuesta, comenzó a disparar hacia ellos. Matías arrancó con la moto para proteger a su novia del agresor. Méndez continuó disparándole a Matías hasta que dos balas impactaron en su cuerpo.
Mati, herido gravemente, logró hacer 8 cuadras hasta que se desplomó en el piso. A Méndez no le alcanzó con dispararle. Lo siguió desde una camioneta con un amigo. Para cuando llegó al lugar donde estaba el joven, ya estaban en el lugar los policías de la Comisaría 18. Méndez saludó a sus colegas, los que le permitieron acercarse para golpearlo y patearle la cabeza mientras agonizaba en el suelo. Como si todo fuera muy normal, el agresor, él único armado, se despidió de los demás policías y se fue con toda tranquilidad a su casa.
Matías fue llevado al hospital y falleció entre las 8 y media y las nueve de la mañana por la cantidad de hemorragias internas que le provocaron los disparos.
Los policías de la comisaría 18 continuaron encubriendo el caso, robándole el teléfono a Matías. Esta comisaría es altamente cuestionada en Neuquén. En el mes de diciembre del mismo año, otro oficial de la misma comisaría, Claudio Salas, mató a Braian Hernández, de apenas 14 años.
Justicia por Matías y Braian
El papá de Matías contó cómo comenzaron a organizarse: “a medida que empezamos a averiguar lo que había pasado y a saber lo que había ocurrido por gente que vio lo que pasó, comenzamos a marchar junto a sus amigos y a pedir justicia”.
“Cuando en diciembre, apenas 5 meses después, matan a Braian Hernández, nos unimos las dos familias para pelear por las causas. A Braian, de 14 años, lo mataron los policías de la comisaría 18, en el mismo barrio donde asesinaron a Matías, con un tiro en la nuca”.
Primero disparar y después preguntar
Frente a la pregunta sobre cómo es la relación de los jóvenes y la policía en la actualidad, César comentó a Marcha con claridad y contundencia que “la problemática siempre es la misma: es la criminalización de las personas de los barrios. En nuestro caso, en la primera versión oficial, la policía dijo que Matías había amenazado a la familia de Méndez con un arma de fuego. Obviamente, ni el arma apareció ni los dichos fueron probados durante el juicio. Luego del juicio sentenciaron a Méndez a cadena perpetua. Pero después los jueces bajaron la condena del oficial a veinte años”.
Y agregó: “este gobierno actual ve como natural la doctrina Chocobar y es la que van implementando para los chicos en los barrios: primero disparar y después preguntar. Hay que entender que es la mecánica con la que funciona el Estado. Y que los chicos de San Miguel del Monte no murieron de casualidad, fueron asesinados. Rafael Nahuel fue asesinado por la espalda. Y tantos chicos más que terminan siendo asesinados por las distintas fuerzas de seguridad que representan al Estado, y que ante un hecho como el de Chocobar, tienen la venia del gobierno. Patricia Bullrich, la actual Ministra de Seguridad, legitima estos crímenes cuando le da al oficial su saludo y afirma que está bien el accionar de las fuerzas. Acá en Neuquén, como en todo el país, el accionar de la policía es lamentable.”
Los datos del horror
Según el último informe de la CORREPI, durante los 12 años de gobiernos kirchneristas el promedio de casos de gatillo fácil era de un asesinato cada treinta horas (llegando a un pico de uno cada veintiocho horas en 2015). Esta problemática, que ya expresaba datos alarmantes, se intensificó en el último gobierno. Durante el macrismo, en tan solo 3 años, la cifra aumentó exponencialmente pasando a ser de un muerto cada 21 horas. Más de mil trecientas personas fueron asesinadas por el aparato represivo estatal durante la gestión de Cambiemos, entre el 10 de diciembre de 2015 y el 12 de febrero de 2019.
Comparando con los datos del último Censo, las estadísticas indican que “la represión se descarga de manera muy uniforme en todo el territorio nacional, con mínimas diferencias entre los distritos”. La provincia de Buenos Aires lidera el número de asesinatos por fuerzas represivas, con muy poca diferencia con las que le siguen: Tierra del Fuego, Santa Fe, Chubut y Mendoza. También muy parejo siguen La Pampa, Río Negro, C.A.B.A., Santiago del Estero y Córdoba, en ese orden.
El informe arroja también un dato que ejemplifica a la perfección uno de los roles esenciales de las fuerzas de seguridad: reprimir la protesta social. “Es de notar que los distritos que encabezan la lista son aquellos en los que de manera más brutal se viene aplicando el ajuste, y donde más ataques han sufrido las y los trabajadores con cierres de fábricas, congelamiento de salarios, paritarias a la baja y creciente desocupación”.
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