La llegada del Chat Gpt y de otras herramientas como Bard y Dall-e, han puesto en el centro del debate a la inteligencia artificial (IA). Como suele ocurrir, frente al surgimiento de una nueva tecnología, la IA tiene defensorxs y detractorxs. Los argumentos en contra van desde las preocupaciones por el futuro del trabajo, hasta escenarios distópicos y apocalípticos.
Vale la pena entonces volver a algunos de los conceptos fundamentales del marxismo y formular que no se trata tanto de entender a una tecnología en concreto, sino al desarrollo histórico del capitalismo y al entorno tecnológico contemporáneo (y de paso, aportar argumentos para tener tema de conversación en las fiestas cuando el tema aparezca).
Por César Saravia. Imagen creada con IA por intervención de Laura Sussini
En 2004 se estrenó la película Yo, robot protagonizada por Will Smith, dirigida por Alex Proyas, y que comparte el título con el libro de cuentos publicado por el escritor bioquímico Isaac Asimov, en 1950. A pesar que la película no es estrictamente una adaptación de la obra de Asimov, sí retoma lo que el autor ruso-estadounidense llamó las tres leyes de la robótica. En la trama de la película, uno de los robots logra generar conciencia propia y junto con el personaje de Will Smith, intentan frenar a una computadora que busca acabar con la humanidad. Spoiler Alert: Al final robots y humanos logran derrotar a la computadora malvada.
El subgénero robot y futurista es uno de los más trabajados por la ciencia ficción en general abordado desde una perspectiva en que los robots se rebelan contra los humanos. Clásicos del cine como Matrix o Terminator, nos muestran un futuro en que la humanidad lucha por su supervivencia contra las máquinas. No es sorpresa entonces que con la emergencia de la IA parte de las discusiones tengan que ver con el peligro de que las computadoras un día tomen conciencia propia y nos dominen. En esos términos, resuena aquella frase popularmente atribuida a Slavoj Žižek (aunque también a Mark Fisher y Frederic Jameson) sobre que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Aunque cuando se trata de IA y automatización hay que decir que el fin para el capitalismo parece más probable.
Breve comentario cinéfilo del autor: No en todas las películas los robots intentan matarnos. Desde el drama, el cine ha trabajado cómo nuestra relación con la tecnología también puede ser emocional, en películas como IA (2001), Wall-E (2008) o Her (2013) y hasta cómo nos terminan salvando. Pero ese será tema para otro texto.
Elementos para el debate sobre el trabajo
Una de las principales empresas de cursos por internet (no diremos el nombre para evitar demandas) plantea en su publicidad un curioso eslogan: no será la inteligencia artificial la que te saque el trabajo, sino otros trabajadores que sepan usar la IA. La frase es una invitación muy obvia a que quienes quieran seguir siendo competitivos en el mercado laboral (explotables, diríamos en términos marxistas) deben necesariamente capacitarse en esta nueva tecnología. Este razonamiento, además, expresa uno de los fenómenos que ya Marx señalaba sobre el desarrollo tecnológico en el capitalismo: que el impulso hacia la automatización tiende a crear un estrato pequeño de trabajadorxs altamente formadxs, con buenos salarios, que contrasta con una masa amplia precarizada en puestos menos tecnologizados y tareas más monótonas.
El eslogan en cuestión también apela a la lógica de la aceleración social contemporánea, en la que actualizarse y formarse son necesidades constantes para no quedarte afuera. Ahí, la responsabilidad de no poder seguir el ritmo del desarrollo tecnológico recae sobre nosotrxs lxs trabajadorxs, mientras que el fetichismo de la innovación y el rol de los empresarios en capacitar a su mano de obra no son temas que se discutan.
Sin embargo, este fetichismo de la innovación, el “innovar por innovar”, genera también problemas para la dirección capitalista en la medida que vuelve más incierto el contexto económico para planificar. También les vuelve más dependientes de mano de obra cualificada que no siempre se encuentra en el mercado y que hace las veces de “trabajo potenciado”, el cual Marx define como aquel que se aplica a una tecnología superior a la imperante. De ahí que en los últimos años se multiplicaran las empresas que ofrecen capacitaciones. También destaca el surgimiento de nuevas carreras en las universidades públicas. Algunos casos son el de la Licenciatura en Ciencias de Datos, de la UBA o la UNSAM o de la Tecnicatura en Inteligencia Artificial de la UNAHUR.
Sabemos, por la obra de Marx, que el capitalismo se sostiene sobre la base de la extracción de plusvalor a la clase trabajadora. La ganancia de un empresario radica en esa diferencia entre lo que paga a un trabajador y lo que efectivamente representa el valor del trabajo socialmente necesario. Es esta diferencia a la que llamamos plusvalor.
¿Dónde radica entonces el interés del capital por automatizar sus procesos? Pensemos en un capitalista ficticio al que llamaremos “Pablo”. A Pablo le va bien en su empresa y decide incorporar tecnología para poder producir más en menor tiempo. Una vez automatizados algunos procesos buscará reducir el número de personas que trabajan en su compañía, con lo que ahorrará en salarios. Para ello, Pablo tendrá que vencer oposiciones sindicales y regulatorias, pero una vez que lo haya hecho, probablemente con ayuda del gobierno, saldrá con sus productos o su servicio a competir en ventaja frente a otros capitalistas. Será en este momento en que logrará maximizar sus ganancias, produciendo por encima del tiempo social necesario y vendiendo por debajo de sus competidores.
Tras unos meses de ventaja para Pablo, las tecnologías que utilizó comenzarán a popularizarse (salvo que estén patentadas) y muchos de sus competidores harán uso de ellas. En la medida que esto ocurra, que el conjunto de los capitalistas incorporen la nueva tecnología, la ventaja competitiva de Pablo se verá diezmada. Pero además se enfrentará a otro problema: la destrucción general de la fuente de plusvalor. Acá aparece lo que Marx llamó la ley de la reducción de la tasa de ganancia. Es que en la medida que hay menos trabajadorxs, también habrá menos personas a las que venderle. Esta reducción de la ganancia hará que el capitalista decida no invertir más por miedo a no obtener la tasa esperada, generando un proceso de recesión.
Es decir, lo que es un beneficio para un capitalista y/o empresa de manera individual, es contraproducente para el conjunto del capitalismo. Esta es una de las contradicciones del sistema a las que David Harvey reconoce como contradicciones cambiantes. En este sentido, la automatización plena del trabajo no sería posible sin poner en riesgo al propio capitalismo. Y es que si bien los robots no se quejan, no hacen huelgas, no piden aumentos salariales, ni necesitan descanso (aunque tiene limitaciones energéticas y mecánicas) tampoco producen valor, como bien explica el marxista mexicano Jorge Veraza en una ponencia sobre marxismo e inteligencia artificial.
Más allá del tecnologicismo
Para distanciarnos de lecturas tecnologicistas a la hora de hablar de IA es necesario tener en cuenta algunas cosas. Lo primero es que en la fase actual del capitalismo, la llamada “cuarta revolución industrial”, no basta con comprender una tecnología aislada, sino el conjunto del dispositivo técnico y social contemporáneo. ¿A qué me refiero? Bueno, primero tener claro en qué sectores se implementan las nuevas tecnologías. Datos de la consultora privada española, Statista, señalan que en Latinoamérica los principales sectores donde se llevan a cabo inversiones de riesgo en IA son informática (empresas de software), marketing, servicios financieros y logística. Se trata de sectores “no productivos” pero que también son los que generan mayores tasas de rentabilidad y se apropian del valor generado por el total de la actividad económica.
Lo anterior parecen haberlo entendido los votantes de Trump en Estados Unidos. De ahí que la última elección en el país norteamericano también representó una disputa entre dos sectores de la burguesía estadounidense, las plataformas y empresas de software y los sectores industriales clásicos. Esta comprensión, no teórica, sino vivencial, de sectores de la clase trabajadora en las zonas industriales, los llevó a alinearse al discurso de la ultraderecha que se apoya en construir enemigos internos, porque es más fácil culpar a un migrante que a un sistema que opera con lógicas más abstractas.
También es relevante entender las diferencias sobre cómo las nuevas tecnologías se incorporan por región. En el caso de Latinoamérica, datos de la consultora privada PWC, muestran que hacia 2030 la IA tendría una participación en el PIB del 5,4%, vs un 26% en China, 14% en América del Norte y 11,5% en Europa. Y es que, como explicaron hace ya unas décadas los teóricos de la dependencia, la destrucción del plusvalor y la flexibilización laboral en los países ricos se compensa con una mayor intensidad de explotación y expropiación en los países pobres.
Lucha de Clases y Lucha de Códigos
Hemos planteado que la destrucción de las fuentes de plusvalor representa también un riesgo para la supervivencia del capitalismo. Para dar respuesta a esta contradicción, en los últimos años, el debate se ha centrado en intervenir la demanda, como seguros por despido o a través de políticas redistributivas condicionadas, sobre todo en países latinoamericanos. Algunas otras propuestas, como la formulada por el ex precandidato a la presidencia, Juan Grabois, del salario básico universal, también discutida en Europa, apuntan a esta misma línea.
Si bien todos estos mecanismos buscan garantizar la subsistencia frente a un escenario creciente de trabajadorxs descualificadxs, precarizadxs y sometidxs al desempleo permanente, encuentran limites en las debilidades cada vez mayores de los Estados y su política fiscal. Tampoco logran revertir la creciente tendencia a la concentración de la riqueza y el traslado de ésta desde lxs trabajadorxs hacia los capitales concentrados. Y es que en la medida que el progresismo ha abandonado la discusión de la apropiación del valor en la relación capital/trabajo, no termina de disputar quién y cómo se apropia del beneficio.
En este sentido son necesarias discusiones que pongan en el centro el debate sobre la producción y el trabajo frente a la robotización, más que únicamente el consumo. Algunas propuestas más comunes pasan por la reducción y redistribución de las horas de trabajo. Por ejemplo, la reducción a 6 horas laborales, propuesta por algunos espacios de izquierda, como el FITU, ya no resultan tan utópicas en términos materiales, aunque sí profundamente complejas en términos políticos y de relaciones de poder.
Otra discusión importante es en relación a la creación de nuevas divisiones del trabajo. Por ejemplo, desde la Red de Medios Digitales en Argentina, se discute la necesidad de poner impuestos a las plataformas y que parte de lo recaudado sirva para financiar medios cooperativos. Este tipo de propuestas apunta a dos líneas: Generar nuevos trabajos ahí donde el fetichismo de la innovación los destruye y, por otro lado, compensar la enorme disparidad tecnológica entre medios autogestivos y los grandes emporios informativos.
Es un hecho que hay puestos de trabajo que, desde el punto de vista del capital, son prescindibles y que las nuevas divisiones de trabajo que aparecen no logran contener a todos quienes pierden su empleo dentro del mercado formal, como muestra la experiencia de desindustrialización durante las décadas de los 70 y 80 en prácticamente todo el mundo. Por lo que es un hecho que con el avance de la IA habrá personas que perderán su empleo y que dentro de ese grupo se verán principalmente afectadas las mujeres, lxs trabajadorxs de los países pobres y las personas racializadas, pensadolo desde una perspectiva de múltiples dominaciones.
La solidaridad de clase será clave para, cuando menos, desacelerar este proceso. Un hito simbólico de esto ocurrió en la reciente huelga de actores y guionistas que volvió viral el discurso de Fran Drescher, “la niñera”, respecto a la amenaza de ser todos reemplazados por robots. En sus palabras, Fran logra sintetizar el foco de la discusión alrededor de un cambio claro en la economía y las formas de trabajo, con la llegada del streaming, lo digital y la IA. No se trata pues, solamente de una defensa sectorial o del sostenimiento de puestos actuales, sino de la capacidad de discutir la forma en que se organiza la economía actual y el rol de lxs trabajadorxs en la generación de ganancias y riqueza.
A modo de cierre
Si bien las tecnologías no son necesariamente neutras, pues responden a intereses económicos, políticos e ideológicos concretos, tampoco su inserción en la realidad es algo estrictamente lineal. La IA ha generado importantes avances en el ámbito de la salud, la educación, en la lucha por la identidad, desde Abuelas de Plaza de Mayo, y en el combate contra los efectos del Cambio Climático. Muchxs trabajadorxs encuentran en la IA una alternativa para automatizar tareas monótonas que les permiten ganar tiempo para el ocio o un mejor balance entre vida laboral y personal. La IA ofrece posibilidades para las empresas autogestionadas y cooperativas, en la medida que permita automatizar procesos administrativos que sacan tiempo a tareas operativas, también da la posibilidad de concentrar en una misma herramienta conocimientos que la división y la hiperespecialización del capitalismo han fragmentado durante años.
Los gobiernos progresistas y/o de izquierda, pueden tomar medidas como regulaciones a la innovación tecnológica, no para desincentivar, sino para incorporar en ella una pauta que no solo vaya orientada al ahorro de capital, sino también de trabajo en beneficio de la calidad de vida de lxs trabajadorxs. En su libro, El Estado emprendedor, la economista británica Mariana Mazzucat muestra cómo todas las tecnologías más revolucionarias de nuestra época han sido precedidas de una fuerte inversión estatal en investigación y cómo grandes empresas tecnológicas se han beneficiado de las mismas. Si a lo anterior sumamos que el conocimiento de la IA es el resultado del conocimiento colectivo que durante años la humanidad ha generado, no resulta tolerable que unas pequeñas corporaciones se beneficien de ello.
En este sentido, los discursos trágicos y apocalípticos suelen privar a lxs trabajadorxs de la discusión, no solo del desarrollo de nuevas tecnologías, sino de la organización total del mundo del trabajo y su relación con la reproducción y el ocio. El sesgo posestructuralista en algunos análisis, de ver a la tecnología como un dispositivo de dominación incontrolable, pierde de vista que con la inserción de un nuevo fenómeno tecnológico, también se modifican las relaciones sociales y de fuerza, pero que los sujetos están obligados a adaptarse y disputar la hegemonía dentro del proceso de cambio social. Puede parecer muy optimista. Pero quién quita que, al igual que en la película de Will Smith, robots y trabajadorxs logremos unirnos para derrotar, o al menos poner límites, a nuestra propia máquina maligna, esa a la que Nancy Fraser llama “Capitalismo Caníbal”, que conocemos bien y contra la que desde hace años venimos luchando.