Por Federico Polleri, desde Venezuela. El viernes 15 de marzo amaneció despejado en Caracas. Desde muy temprano, miles y miles de personas se preparaban para acompañar el traslado de los restos mortales del comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías.
El punto de partida sería la Academia Militar del Fuerte Tiuna, en el imponente entorno marcado por el Paseo de los Próceres. Allí donde fue velado el líder venezolano por nueve días con sus noches, acompañado por una cola interminable que vio pasar a 2 millones de personas, dispuestas a esperar entre 5 y 12 horas, para darle su “hasta siempre” al presidente fallecido. Fue el primer punto de encuentro del recorrido que haría la carroza fúnebre hasta el Comando de Montaña 4F, situado en el barrio popular 23 de Enero, lugar que vio nacer al Chávez insurgente durante la rebelión militar del 4 de febrero de 1992.
Eduardo es uno de los más de 5 millones de afiliados que tiene el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Llegó temprano, esperando ver pasar a su comandante en ese primer punto del recorrido. Hasta conocer a Chavez, este colombiano radicado en Caracas hace 30 años no tenía ningún vínculo con la política, con la izquierda ni con el socialismo. “Chavez no nos dio nada concreto y nos dio todo. Nos dio una ideología”. El inicio del traslado lo indicaron los tres aviones de combate sukhoi que atravesaron el cielo en un estremecedor vuelo rasante. Eduardo, con los ojos vidriosos, mostró el brazo señalando su piel de gallina. Mientras se preparaba para partir hacia otro de los cinco puntos del recorrido, quiso decir algo más. Aclaró que no era gay pero tampoco homofóbico (“en nuestra nueva constitución se respetan los derechos de todos”) y solo ahí se sinceró: “yo amo a Chávez, no tengo problema en decirlo, soy hombre y lo amo”. A su alrededor, miles de chavistas se preparaban para iniciar el trayecto que iría conformando una marea roja buscando unir el Paseo de los Próceres con el Museo Histórico Militar, donde sería depositado el féretro presidencial hasta decidir su último destino.
La caminata inicial se convirtió en trote y el trote en corrida, todos querían llegar a ver pasar la caravana que escoltaba el cajón del “jefe supremo de la Revolución Bolivariana”. La autopista Valle-Coche, Francisco Fajardo y parte de la avenida Sucre de Catia estuvieron bordeadas de miles de personas que lo esperaron, una vez más, ondeando banderas, carteles y golpeando sus puños en alto.
Podía verse al presidente encargado, Nicolás Maduro, conduciendo uno de los tres sheeps Tiuna que escoltaban el cortejo. Junto a él, en el asiento del acompañante, iba el mandatario de Bolivia, Evo Morales, y en la parte trasera, de pie, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Caracas estaba paralizada, los 18 kilómetros que separaban el punto de partida y su destino se configuraron en territorio de una verdadera marabunta, en la que millones de hormigas rojas buscaban el mejor camino para llegar a su objetivo.
Miles eligieron el Metro (subterráneo), que ofreció servicio gratuito durante la jornada, para trasladarse hasta las cercanías del Cuartel de Montaña 4F. La tristeza dejó lugar a la alegría y la gente, abarrotada en escaleras y andenes, gritaba y cantaba con euforia consignas bolivarianas. “Chavez te lo juro, mi voto es pa maduro”, coreaba un grupo ya dentro del vagón del Metro, en el que no entraba ni un alfiler. Aplastado contra una de las puertas, un joven gritó: “soy chavista y ahora madurista!”. “No se confunda, camarada -retrucó rápido una voz de mujer, perdida en otro lugar del vagón- esta revolución ya no puede depender de uno. Ahora tenemos que hacerla entre todo el pueblo”. Hubo alguna replica más pero los cantos volvieron a ganar la escena y las puertas se abrieron en la estación “Agua Salud”, indicando la llegada al corazón del “23 de enero”.
La marea roja siguió arrastrando todo a su paso, hasta instalarse en el quinto punto del recorrido, en el que ya miles y miles de chavistas habían visto pasar la caravana con el coche fúnebre vidriado, que dejaba ver el cajón cubierto por la bandera tricolor.
A esa altura, Chávez había llegado al Cuartel y estaba siendo recibido con honores militares por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) que comandó hasta su muerte. Una pantalla gigante, especialmente dispuesta en las cercanías del lugar, trasmitía en vivo lo que estaba ocurriendo dentro del Museo Histórico Militar. Alrededor, mezclados entre la multitud, cientos de vendedores ambulantes ofrecían remeras, gorras, brazaletes, muñecos, cancioneros, fotos y afiches del líder. Integrantes de la Policía Nacional Bolivariana, la Policía Militar y la FANB cuidaban la movilización, indicando lugares de paso, pero también integrados a su pueblo, ofreciendo información y sonriendo frente a cánticos que denostaban a la oposición de la derecha venezolana. Puestos de salud del gobierno, por su parte, ofrecían base para casos de niños perdidos y repartían agua entre los presentes para combatir el calor.
Ahora todas las miradas seguían paso a paso los movimientos del protocolo en la pantalla y sus potentes altavoces. La tensión emotiva del pueblo rompió nuevamente en llanto con las palabras de Adán Chavez, quién recordó una dedicatoria de un libro escrita por su hermano en 1981. En ella le decía que si alguno de los dos quedaba en el camino, el otro debía cargar los “morrales infinitos” para seguir llenándolos de sueños, proyectos, tareas y acciones revolucionarias. “Ahora esos morrales son del pueblo”, dijo Adán entre sollozos y la marea roja que colmaba las calles estalló en aplausos y vivas. También las palabras de Evo Morales fueron seguidas con atención: “Hermano Chávez, no nos abandones”, se le escuchó decir en la pantalla y luego bautizarlo como el “redentor de los pobres de Latinoamérica”. El momento más aplaudido fue cuando Nicolás Maduro, heredero político del proceso bolivariano, juró frente al cajón de su compañero volver a visitarlo no ya como “presidente encargado”, sino como presidente electo de Venezuela. “Dentro de un mes exactamente, le juro amanecer aquí. Sólo le pido a Dios que le dé luz al pueblo y fortaleza a nosotros para cumplir sus órdenes y ese 15 de abril estar aquí”.
La cadena nacional terminó y la pantalla gigante trasmitió el Himno venezolano cantado a dúo por Chávez y su pueblo, en una muestra más, si hiciera falta, de la unidad política, ideológica y espiritual que los une y unirá.
Cerca de las 18, la movilización comenzó a descomprimirse. Un mural de la parroquia 23 de enero rezaba la consigna “10 millones por el buche. Chávez corazón de mi patria”, aludiendo a la promesa de votos que aseguran que el pueblo le hizo a su líder para las elecciones presidenciales de 2012, en las que finalmente obtuvieron algo más de 8 millones de sufragios. “Esta vez vamos a cumplirla. Tenemos que cumplirla”, dijo un hombre de remera roja y gorra tricolor entrando al Metro. Una mujer humilde, de unos 60 años, sonrió: “¿Te cabe duda?”.