Este miércoles una explosión en la sede de la Seguridad Nacional de Siria mató al ministro de Defensa y otros altos funcionarios del gobierno de ese país. Las potencias occidentales no condenaron el atentado. El Consejo de Seguridad de la ONU emitirá hoy una resolución al respecto.
18 de julio, mediodía en Damasco, capital de Siria. Desde el lunes 16 se combatía en diversos barrios de la ciudad entre grupos insurgentes armados que se oponen al actual gobierno y el ejército sirio. El humo de gomas quemadas y algunas explosiones se elevaba desde el sur y oeste de la capital. Varios funcionarios encargados de seguridad, defensa y fuerzas armadas se encontraban reunidos en la sede principal del departamento de Seguridad Nacional. Estaban presentes el vice primer ministro y ministro de defensa Dawud Rajha, el viceministro de la misma cartera, el general Assef Shawkat, Hassan Turkmani, ex ministro de Defensa y asesor en cuestiones de seguridad, el ministro del Interior Mohamed Shaar y el general de división Hisham Ikhtiar, que encabeza la institución que era sede de la reunión.
De pronto, una explosión hace volar parte del edificio. Mueren instantáneamente Dawud Rajha y Assef Shawkat, número uno y dos del ministerio de Defensa. Horas después, fallece también Hassan Turkmani por las heridas sufridas. El ministro del Interior Shaar y el responsable del departamento de Seguridad Nacional Ikhtiar quedan gravemente heridos aunque estables.
Los medios de comunicación occidentales y algunos medios sirios sostienen que la explosión fue un atentado suicida, otros que fue simplemente una bomba. En el transcurso del día el atentado fue reivindicado por la principal organización armada rebelde de Siria, el Ejército Libre Sirio (ELS), quien dijo que plantó una bomba en el lugar y la detonó. Luego, un grupo islamista denominado Liwa al Islam (La Brigada del Islam) también se atribuyó el ataque.
Algunos atentados son malos, otros no tanto
Las reacciones ante lo sucedido no se hicieron esperar. En Washington, Leon Panetta, secretario de Defensa de Estados Unidos, lejos de condenar el atentado responsabilizó del hecho al gobierno sirio. Panetta señaló que el ataque evidencia que el conflicto en Siria “se está descontrolando rápidamente” y que es tiempo de ejercer “máxima presión” sobre el presidente Al Assad para que dimita y permita una transferencia del poder que ayude a solucionar la crisis.
Junto a él estaba su homólogo británico Philip Hammond, y ambos expresaron su preocupación sobre la seguridad del supuesto “arsenal de armas químicas” que, según Washington, posee el ejército sirio.
Del otro lado del mapa, en Moscú, el canciller ruso Serguei Lavrov deploró el atentado y acusó a Occidente de incitar a la oposición armada siria. “En vez de calmar a la oposición, algunos de nuestros socios la están incitando a seguir adelante. Apoyar a la oposición es una política que no lleva a ningún lado, porque Al Assad no se va a ir voluntariamente”.
No tan lejos de Siria las posiciones también fueron disimiles. “La violencia genera contra-violencia, amenaza con arrastrar a Siria a una guerra civil y afecta a toda la región”, puntualizó Nabil El-Arabi titular de la Liga Árabe desde El Cairo, Egipto. Además agregó, en consonancia con los lineamientos estadounidenses, que “la única vía segura para salir de la crisis es responder inmediatamente a las legítimas demandas del pueblo sirio para una transición democrática pacífica que logre libertad, orgullo y dignidad”.
Cruzando el golfo pérsico, en Irán, el portavoz oficial de la cancillería de la República Islámica, Ramin Mehmanparast declaró “la disposición irrestricta” de su país de “contribuir a solventar la crisis en Siria”. También añadió que las demandas de la oposición “deben ser examinadas de manera adecuada pero sin intromisión extranjera”.
Al Consejo de Seguridad
En los pasillos de Naciones Unidas una batalla que lleva mucho menos tiempo que el conflicto sirio buscará resolverse el día de hoy. Dos proyectos para “solucionar” la crisis en el país de Medio Oriente llegarán al Consejo de Seguridad.
De un lado, los representantes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania amenazan con invocar el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, que permite la intervención militar y exige un “cambio de régimen” en Siria. En la vereda de enfrente, rusos y chinos impulsarán su proyecto que aspira a reflotar el plan de paz del enviado de la ONU y la Liga Arabe, Kofi Annan, y una prórroga de tres meses de la misión de observadores de Naciones Unidas en Siria, que expira el viernes próximo.
Difícilmente algo se resuelva en esta jornada ya que el poder de veto que tienen los cinco miembros permanentes (EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Rusia y China) anula la posibilidad de que alguno de estos dos proyectos se apruebe.
Las cartas parecen estar jugadas y la ONU no tiene margen de maniobra. Rusia vetará el proyecto de intervención militar, pero miles de mercenarios y armas seguirán ingresando a Siria por el sur de Turquía y los Altos del Golán ocupados por Israel. Los legítimos reclamos del pueblo sirio seguirán siendo opacados por los intereses occidentales que está acorralando en la capital a un gobierno que cada vez se ve más obligado a responder con la violencia.
19 de julio, Damasco, capital de Siria. Aun se combate en diversos barrios de la ciudad entre grupos insurgentes armados y el ejército sirio. La madrugada huele a humo de gomas quemadas y se escuchan algunas explosiones que llegan desde el sur y oeste de la ciudad.