Por Ulises Bosia. El regreso de Cristina no pasó desapercibido. La carrera hacia el 2015 y el significado de los cambios de gabinete más importantes de sus dos mandatos.
Con el diario del lunes la cosa ya no sorprende tanto: a fin de cuentas, aguantar los trapos en las malas forma parte del ADN kirchnerista.
Sin embargo, es necesario dar cuenta de que tras los resultados electorales del 27 de octubre una pesada atmósfera se había instalado en la escena política nacional, a partir de una percepción generalizada de que la alternativa excluyente que se consolidaba para acceder al gobierno nacional era entre Daniel Scioli y Sergio Massa. Es decir, dos variantes de la “continuidad con cambios” con un discurso abiertamente “market friendly“¸ “yanqui friendly”, “Clarín friendly”, y en general “friendly” de todo y todos en pos de evitar cualquier confrontación y participar del evangelio del diálogo. Volveríamos a ser un país normal y, para peor, como tercera opción aparecía Binner, o algún otro relevo similar de la tropa republicana.
De un plumazo y solamente mediante unos pocos anuncios, Cristina volvió al centro de la escena política y destrozó todo esa construcción mediática y política, mezcla de expresión de deseo de algunos con resignación de otros.
El principal significado de los cambios de gabinete es justamente la confirmación de que lejos de una salida rápidamente negociada con el PJ y el poder económico, una suerte de entrega por adelantado del poder, las intenciones de la presidenta y del núcleo político que la rodea son las de dar pelea y dejar abierto el panorama de la sucesión hasta bien entrado el 2015. Y eventualmente poder retirarse del gobierno con un importante capital político que va a hacer valer más adelante.
Capitanich – Kicillof – Moreno
Los principales políticos de la oposición y las corporaciones mediáticas salieron a decir que los cambios de gabinete son “más de lo mismo”. Son las voces que pretenden que el gobierno nacional adopte el programa político de sus adversarios: la devaluación y el ajuste. Seguir con el modelo económico pero terminar con el “populismo”.
Y hay que reconocer que en algo tienen razón. Lejos de un improbable cambio de rumbo general, se trata más bien de una reafirmación de los principales lineamientos del proyecto político kirchnerista.
¿Giro a la derecha? ¿Giro a la izquierda? Son preguntas que se repitieron una y otra vez a lo largo de la década pasada y que ya deberían ser vanas hoy. Axel Kicillof, un economista joven y ajeno a los círculos de la clase dominante, partidario de una fuerte intervención estatal y con formación de izquierda, es designado en el principal cargo económico del Estado. Jorge Capitanich, contador y joven gobernador del Chaco, ex jefe de gabinete de Duhalde en 2002, antiabortista por convicción, intentó instalar una base militar norteamericana en su provincia y es ubicado como el principal candidato a la carrera presidencial del gabinete de Cristina. La contradicción ideológica en su estado puro. Y una nueva muestra cabal de peronismo en acción, para delicia de los politólogos que ven asegurada una nueva sobrevida de su especialidad académica.
La renuncia de Moreno, en cambio, parece obedecer más a la necesidad de oxigenar el gabinete de cara a la opinión pública y de despejar el liderazgo de Kicillof, terminando con un equipo de funcionarios económicos conformado también por Lorenzino y Marcó del Pont, es decir con demasiados caciques para mandar.
Trifurcación
De todas maneras, más allá de las intenciones de la presidenta, la cancha está difícil y presenta sus dilemas. La imposibilidad de que el actual esquema económico continúe como hasta ahora está a la vista y se expresa principalmente en la escasez de dólares y la inflación. Ahora bien, las vías para afrontar esa barrera son varias y tienen consecuencias decisivas para el futuro de nuestro país.
Por un lado se encuentra el camino del ajuste y la devaluación con el argumento de enfriar la economía (“menos emisión monetaria”) y generar mayor rentabilidad empresarial (más “competitividad”), que implicaría una distribución de ingresos a favor del poder concentrado. Hasta el momento el kirchnerismo siempre se opuso a esta salida, aunque también es cierto que durante este 2013 se registró una devaluación real, aunque dosificada.
Por otro lado está la posibilidad de volver al endeudamiento externo, como solución temporal para la escasez de dólares, lo que abre la puerta a pensar en una apertura relativa de las importaciones y en una flexibilización del acceso a la moneda extranjera. Los recientes acuerdos por los juicios en el CIADI, así como reiteradas declaraciones de funcionarios oficiales a favor del endeudamiento “para financiar infraestructura”, muestran que hoy es una política posible para el kirchnerismo, a pesar de su larga prédica sobre el desendeudamiento. Es evidente que puede ser una forma de “patear la pelota para adelante” sin meterse con las limitaciones de fondo de la estructura económica, llegar al 2015 en mejores condiciones y que el siguiente gobierno se las arregle como pueda.
Y finalmente está el camino de las reformas estructurales, para encarar los problemas de fondo que generan la desigualdad social y la dependencia económica. Recuperar el control de los bienes naturales estratégicos, por ejemplo, y así poder poner en marcha un plan de industrialización con una fuerte intervención estatal. O encarar una reforma tributaria para que paguen más los que más tienen. Son opciones que conllevan una inevitable afectación de poderosos intereses y, en consecuencia, requieren una alianza social que las sostenga, una dirección que hasta el momento el kirchnerismo gobernante nunca quiso recorrer.