El recurso a un concepto contrainsurgente para frenar la pandemia “entre todxs” enciende las alarmas cuando las cifras de causas penales iniciadas en el marco de la cuarentena se acercan al millón y se viralizan las filmaciones y las denuncias de violencia policial. Una refutación a la “policía del cuidado”.
Por Ezequiel Murmis | Foto de Damian Dopacio
La crisis pandémica que atraviesa la humanidad en todo el globo, con el esparcimiento de la enfermedad a velocidades inusitadas, comienza a manifestarse en una batalla ideológica por captar el sentido de los acontecimientos que estamos sufriendo a nivel colectivo e individual. Narrar la catástrofe en el transcurso acelerado de los acontecimientos, a sabiendas de la abundante información e hiperinflación conceptual que cruzan, refractan y hacen eclosionar las interpretaciones ante cada nueva intervención superpuesta, se presenta como una tarea inabarcable si incorporamos la forma en que nos afectan el miedo, la angustia, la depresión, el hambre, la desesperación y la incertidumbre existencial de no saber, en su más honda realidad, hacia dónde estamos conduciendo y siendo conducidos en el rugido del mundo.
Precisamente, tratando de recordar ejercicios matemáticos de antaño, quisiera despejar incógnitas de esta incierta ecuación para centrarme en uno de los aspectos de este “siendo conducidos”. En el caos encontramos un manojo de evidencias, entre las cuales se destaca la siguiente: en la hora actual, los Estados nacionalizaron la problemática internacional biológico-sanitaria. No solo cerraron fronteras y encerraron a su población, sino que intervinieron en las áreas que consideraron necesarias para hacer frente al coronavirus, desarrollando sus propias estrategias en función de su capacidad técnica, económica, sanitaria, de las características poblacionales y demográficas y, por qué no, culturales-idiosincráticas.
Entre esas medidas, la cara más cruel de este “gallito ciego” colectivo parece ser la militarización de los territorios recurriendo al conjunto de las fuerzas de seguridad, bajo el argumento de sumarlas a la lucha por controlar el cumplimiento efectivo de la cuarentena y frenar así, en nombre de la solidaridad y la salud pública, la multiplicación de contagios: como se ha dicho repetidamente en el país y en el mundo, que las fuerzas participen activamente en la “guerra contra el enemigo invisible”. En criollo y como hemos escuchado hasta el hartazgo, dado que el virus no es fácilmente identificable y se propaga rápidamente, la solución es aislarnos para no multiplicar rápidamente la cantidad de pacientes infectadxs y, así, evitar el colapso del sistema sanitario y el crecimiento incontrolable de muertes. Hasta aquí, el sentido común que manejamos sobre el virus que parece tener un amplio consenso en la población y las diversas fuerzas políticas insertadas en los distintos niveles del Estado nacional. Ahora bien, ¿qué es eso del “enemigo invisible” y la declaración belicosa a un agente natural?
La utilización de ese lenguaje no es al boleo: trae reminiscencias de los conceptos empleados por los Estados y sus órganos represivos durante buena parte del siglo XX para hacer frente al “enemigo” de entonces, al otrora fantasma que recorría el mundo, el del comunismo internacional. Es decir, lo que se llamaba la Doctrina Contrainsurgente, la Doctrina francesa de la Guerra Revolucionaria que vino a cambiar el modelo de guerra sobre el que se estructuraba la acción de las fuerzas armadas. La misma era una adecuación a la mutación de las guerras regulares entre Estados soberanos que tendían hacia la “irregularización” del conflicto en tanto el enemigo dejaba de ser exclusivamente externo y pasaba a concebirse puertas adentro, circulando y actuando camuflado sobre la población civil “inocente” con el sedicioso objetivo de instaurar el comunismo. Este cambio de paradigma se desplegó fundamentalmente a partir de los ‘60 tras la guerra por la liberación en Argelia y ante la alarma encendida al Sur por la revolución cubana, y en él se formaron las fuerzas del orden latinoamericanas con el desarrollo histórico que conocemos: tutela militar de gobiernos constitucionales, ataque a las organizaciones obreras, reestructuración de las relaciones laborales, golpes de Estado, dictaduras, torturas, desapariciones y genocidio.
Las fuerzas de seguridad se encuentran combatiendo al virus bajo la conducción del presidente Alberto Fernández, que parece haber internalizado y hecho propio este lenguaje de alcance global que remite a la contrainsurgencia. En sus discursos repitió la idea de “guerra contra el enemigo invisible” y nos alertó que sería estricto con quienes no cumplan la cuarentena, al tiempo que hacía gala de las detenciones y causas penales abiertas. Sabemos que es una medida de excepción tomada en medio de la crisis sanitaria con el objetivo de evitar la propagación del virus. Sin embargo, es alarmante la exaltación pública del “empeño” de hombres y mujeres de las fuerzas de seguridad que, según el presidente “nos obliga a estar en deuda con ellos” [1]. En definitiva, este intento del Ejecutivo por reconciliar a las fuerzas del orden con la sociedad argentina pareció iniciarse cuando hace apenas semanas se refirió al genocidio de los ’70 como producto de la “inconducta de algunos” y llamó a “dar vuelta la página” [2]. En el nuevo esquema sintetizado en la consigna “Al virus lo frenamos entre todos”, difundida en las tapas de todos los matutinos del país aquel 19 de marzo, “el enemigo” no está en la represión sino en quienes no cumplen con la cuarentena.
Las cifras oficiales aportadas por el Ministerio de Seguridad de la Nación muestran que se iniciaron casi 930 mil causas penales en total por circular sin permiso, habiendo detenido entre esas a más de 23 mil personas, desde que se decretó la cuarentena obligatoria el 20 de marzo hasta la fecha [3]. Además de los datos cuantitativos, se multiplican diariamente las denuncias públicas de abusos policiales en todo el país, siendo generalmente la población trabajadora la más afectada, lo cual quedó filmado en varias ocasiones y puede encontrarse fácilmente en internet. El cumplimiento efectivo de la cuarentena depende, fundamentalmente, de tener una casa en condiciones, acceso a servicios esenciales, un trabajo con sueldo garantizado o, en su defecto, poder ser susceptible de recibir la ayuda estatal en marcha.
Frente a este panorama evidente para enormes franjas de la población y ajeno o vedado para otras, la disputa por el sentido del actual curso de los acontecimientos y la acción gubernamental adquiere un sentido vital. Una de las características novedosas del estado de situación es que, al no poder salir, los sectores que cumplen a rajatabla con la cuarentena tienen como único medio de conexión con el afuera y lxs otrxs a los medios periodísticos e Internet. De ese modo, imposibilitadxs de reunirnos y movernos, nuestro conocimiento pasa a limitarse a lo que vemos inmediatamente desde la ventana (si es que la hay y da a algún lado), en el camino a comprar o lo que nos cuentan las pocas voces con licencia. Es decir, los canales de información parecen ser más fáciles de ser manipulados o construidos por lxs interlocutorxs, con lo cual la tarea de contrastar con otros elementos e informaciones implica un ejercicio que no todxs podemos realizar con las debilidades individuales y colectivas que nos afectan en estos días “apocalípticos”.
Con estos pequeños datos y reflexiones podemos poner en tensión algunas de las tramas significantes que salieron a la luz en estos días. Por ejemplo, ¿acaso es relevante destacar elogiosamente a la “policía del cuidado” cuando arrecian casos de violencia y abusos policiales por doquier? ¿Acaso puede sostenerse a la luz de la función patrullera de las fuerzas del orden la caracterización de “Estado maternal” esgrimido por Rita Segato -a quien respeto muchísimo- en C5N? No quiere decir que no pueda existir esta función de cuidado tanto desde el punto de vista personal del Presidente y su entorno o de la posibilidad de un accionar respetuoso de algunxs agentes del orden como se pondera, sino que el análisis de otros aspectos de la realidad puede poner en jaque la efectividad y cristalización de este discurso afectivo y de atención asociado a las características con la que históricamente se subjetivó a las mujeres en la sociedad patriarcal. Independientemente de si esto puede o no ser deseable para diversos sectores, no pareciera ser la realidad en las distintas locaciones del país; o, mejor dicho, si es que existe esa función, convive con el accionar brutal de las fuerzas represivas que continúan reproduciendo prácticas grabadas a fuego en la memoria colectiva de quienes habitamos este suelo.
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Miseria de la investigación
Estamos atravesando colectivamente un momento muy difícil a nivel mundial y personal, probablemente el más difícil de las últimas décadas y de a poco vamos entendiéndolo así. No sabemos aún si esto realmente se trata de una excusa para normalizar un estado de excepción como se apresuró a sostener Giorgio Agamben; si la pandemia por sí sola desatará una ola lo suficientemente significativa para que políticamente reinventemos el comunismo alla Žižek; si habrá cambios con un eje en la igualdad o se revitalizarán los imaginarios socialistas como desean “Bifo” Berardi o Butler; si este accionar guerrero y nacionalizante es apenas un reflejo lógico de los Estados nacionales que no traerá ningún cambio significativo como retruca Badiou; si esta es acaso una deriva más de la espiral del yo individual y encerrado que debilitará nuestros lazos sociales en la clave expuesta por Byung Chul-Han; y así con todo lo escrito por filósofos y filosofas en los últimos días [4]. Lo que sí sabemos es que, en la batalla por el sentido en nuestro intenso estrato del tiempo [5], la declaración de “guerra contra un enemigo invisible” en nombre de la salud pública se ha convertido en una medida represiva en contra de la población más desprotegida de la sociedad, aquella que vive el día a día y sale a trabajar sin permiso correspondiente, aquella que se encuentra en situación de calle o que habita viviendas precarias. Urge, pues, cambiar el rumbo de la política policial y militarizante para terminar con las causas penales innecesarias, las detenciones, vejaciones, abusos y humillaciones. Porque… vamos, digamoslo: el virus no discrimina, pero todxs sabemos quiénes son “los vivxs” de esta historia y donde se cuentan lxs muertxs.
[1] Discurso de Alberto Fernández en videoconferencia, 29/3/2020
[2] Discurso de Alberto Fernández en Campo de Mayo, 21/2/2020
[3] En el sitio web de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI) se realizan informes sobre el accionar de las fuerzas en la aplicación del DNU 297/2020 de cuarentena obligatoria: www.correpi.org
[4] Recientemente se recopilaron un conjunto de escritos filosóficos acerca de esta pandemia con el nombre de “Sopa de Wuhan”, disponible en: https://drive.google.com/file/d/1tShaH2j5A_9n9cWl6mhxtaHiGsJSBo5k/view?fbclid=IwAR0VTZwDpljLcllto4Poprnr54qQ73g3BA-_6KiKobTN6UnfuXwJarLqqUg
[5] Koselleck, R. Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Paidós, Buenos Aires, 2001.