Por Leonardo Rossi, desde Córdoba. San Marcos Sierras, tierra de comechingones, es ejemplo vivo de la cultura indígena. De Francisco Tulián a la actualidad aborigen en un centro turístico.
El primer cachetazo lo da la plaza. Está, como todas o la mayoría, en el centro del pueblo. Más bien, para no ser impreciso, el sacudón surge, inesperado, desde una placa. El nombre de la plaza es el asunto. Ese espacio simbólico de disputa, del que bien se ocuparon conquistadores primero, militares y genocidas varios, luego. La cuestión es que, frente a los ojos del visitante, sobre el bronce se ha grabado: “Plaza del cacique Tulián”. En San Marcos Sierras, noroeste cordobés, al menos un pedazo de la historia se invirtió; se ha narrado en otra clave.
La zona –hoy orientada al turismo “hippie”, “ecológico”, “serrano”, “OVNI”, y otras varias creaciones de la industria del viaje—actúa como reservorio vivo de la cultura comechingona. Ese colectivo originario que supo representar “la culminación del proceso de consolidación de las comunidades de agricultores aldeanos”, a fines de primer milenio de esta era, según narra Raúl Mandrini en el libro La Argentina aborigen (2012).
Fue en esta región mediterránea donde Jerónimo Luis de Cabrera, quien fundó la ciudad de Córdoba, se topó con “‘más de seiscientos pueblos’” en esa área de serranía y valles, “‘casi treinta mil indios’”. Esa fue la pintura que encontró el conquistador que bajaba desde Perú, pasando por el norte argentino, a fuerza de controlar poblaciones y escalar en nombramientos personales, durante el último tramo del siglo XVI.
Dicen las crónicas invasoras que los comechingones vivían en poblados pequeños, de hasta unas cuarenta casas, siempre cercanas unas a otras, de baja altura y semienterradas para controlar la temperatura interior, y con un cerco comunitario de cardones y otras especies espinosas, para protegerse de ataques foráneos.
Mandrini describe que la economía de los comechingones “combinaba el cultivo—maíz, porotos, calabazas y quinua—con la caza de guanacos, liebres y ciervos, y la recolección de semillas de algarrobo y chañar”. Y sumaban a su patrimonio cultural “todos los elementos básicos de las culturas de los Andes meridionales, destacándose la producción textil”. Esa realidad es la que intentaron desestructurar.
Un hecho singular
“En homenaje a Francisco Tulián, quien reclamó y consiguió (en 1806) la devolución de estas tierras que pertenecían a su pueblo. Hoy 12 de octubre de 1992 a favor de la cultura americana”, desafía la placa a una historia nacional de negación, desmemoria, y saqueo.
“Antes estaban los ongamiras, luego aparecen los comechingones y los sanavirones. Pero con la llegada del español, el maltrato y desprecio que pasó en toda América, a la cultura comechingón le hicieron un desastre, le quisieron sacar su sabiduría, tierras”, comparte Oscar “Melinio” Tulián, 50 años, descendiente de Francisco. Esta región fue una especie de fortaleza de la cultura comechingona, “uno de los asentamientos más grandes”, dice Melinio, por eso “se logró recuperar tierras”.
La historia oficial de San Marcos sostiene que los invasores europeos “nunca pudieron someter (a los nativos) a su servidumbre”. Mediante la instalación de la encomienda, entre 1500 y 1600, los conquistadores apostaron a montar una “villa indígena” (Tay Pichín), pero la persistente organización de la cultura comechingona no cedió. En ese transcurso se sucedieron avances violentos, con masacres de por medio.
El punto alto de la obstinada resistencia llegó en 1806, cuando un comisionado del virrey Rafael de Sobremonte devuelve las tierras a los comechingones, en un hecho “sin precedentes” para ese etapa histórica. Asegura Melinio que este es un lugar “muy especial, de energía muy fuerte de la cultura de los comechingones” y eso explica la recuperación de las tierras. “Por algo está la placa en la plaza”, dice con una leve sonrisa, y la mirada profunda, ida.
El desarrollo de este colectivo indígena ha sido notable. Caminar por las sierras lleva a toparse con morteros, y antiguas herramientas para producir alimentos. En el área de influencia de los comechingones se han conservado pinturas rupestres, como las del Cerro Colorado. Más vigente aún está la obra de ingeniería de los comechingones, en particular las acequias que surcan San Marcos, todavía activas.
Cuidar la madre
Melinio cruza palabras con una mujer. Le explica que la tusca es buena para los dolores. En su puesto de la feria ofrece variedad de plantas del monte. “Trabajo el mistol que tiene propiedades para los bronquios, hacemos arrope, patay de algarrobo, y soy artesano”, enumera sus actividades. Cuenta que “como nativo” busca recuperar el camino de sus antepasados, “proteger la naturaleza”, aprender “cómo vivían los abuelos”.
La huella originaria está viva en los habitantes de San Marcos. De unos cinco mil vecinos, cerca de la mitad son nativos, apunta Melinio. El hombre invita a “compartir la historia de esta gran familia”, de un pueblo que supo resistir. Y convoca a los viajeros que se aproximen a estas tierras a que aprendan “a no perder la conexión con la tierra, la madre”. “Hoy vivimos cosas muy fuertes y ella es la única sabia; estamos en ella, tenemos que cuidarla y adorarla”, remata.