Por Leonardo Rossi, desde Córdoba
Uno de los barrios más vulnerables de Córdoba, utilizado como basurero a cielo abierto, víctima de los agroquímicos.
“Destino villero, carrero o ladrón;que sólo hay descanso en brazos del vino o en el duro plomo de la represión” (Canción de cuna villera, Poemas con amor, ‘Chaco’ Ojeda, 2003)
Un barrio popular. Un Estado sólo presente para vigilar y castigar. Un “mundo exterior” que hace de este espacio su gran tacho de basura. Bajo esas condiciones viven mujeres y hombres en Los Galpones, al norte de la capital. Y bajo esas condiciones acaban de atravesar un riesgo extremo: una descarga clandestina de agroquímicos altamente peligrosos fue realizada semanas atrás, en medio de los montículos de basura que cada día revuelven decenas de personas como parte de su oficio.
El barrio
Pararse frente a la entrada del barrio brinda una fotografía rápida de la dinámica en estas tierras. Mujeres que cargan sus niños, mientras realizan el barrido de las calles. Hombres que pasan con sus carros colmados de chatarras, empujados por su propia voluntad. Otros andan de a dos o tres, si disponen de la tracción de un caballo. Las chapas oxidadas amontonadas como se puede dominan el ranking de materiales que dan forma a las precarias viviendas. Las maderas gastadas y el nailon también tienen su lugar destacado. El gran predio donde supieron ser protagonistas los ferroviarios es un cúmulo de casillas, montadas desde mediados de los noventa, bajo el eco de ‘ramal que para, ramal que cierra’.
Un hombre da la bienvenida al cronista. Vino de caja en mano narra su tesis sobre la migración que dio identidad al barrio. Explica los flujos de las provincias del norte, al ritmo del desguace ferroviario. Enseguida arriba Alberto ‘Chaco’ Ojeda (71), pelo y barba con canas, un perfil que aproxima a películas sobre el Mayo Francés. La reunión en la puerta de su casilla llama la atención de los policías, apostados en una garita de chapa, del otro lado de las vías. La mirada policial es una constante para los vecinos. La lógica de un ingreso a un country acá se invierte: los ‘sospechosos’ están dentro.
Veneno entre las manos
‘Chaco’ anda indignado, preocupado y, lo más importante, movilizado. Hace un par de semanas, el 13 de octubre, arrancó su rutina como cualquier día. En el tradicional saludo con la gente que lo rodea, observó que una vecina andaba con unos extraños recipientes entre sus manos. “Materiales peligrosos”, se leía en una etiqueta de uno de los tantos objetos que son recogidos para vender como chatarra. Enseguida, el hombre fue en busca del lugar donde habían sido depositados. ‘Chaco’ invita al cronista a repetir la escena.
Paralelo a las vías se levantan montañas de desechos. Mujeres, hombres y niños escarban en busca de algo recuperable. Al otro lado de los rieles se observa el polideportivo municipal ‘Carlos Cerutti’, a su lado la escuela San Martín, y más cerca el predio abandonado de la Cervecería Río Segundo. En la vereda de ese terreno, dominado por estructuras derrumbadas, pilas de basura y yuyos, ‘Chaco’ se encontró con dos bolsas de arpillera colmadas de sobres y envases de veneno.
El olor extraño se hacía sentir, a pesar de que los envases estaban cerrados. El reflejo de esas sustancias en el aire estaba en el cuerpo de ‘Chaco’, y otros vecinos que narraron sus síntomas aquella mañana: picazón, afectación en los ojos y nariz. El combo ubicado al pie de la calle, a cuarenta metros de la escuela, por donde pasan de forma permanente los niños, se componía de ‘Actellic Prof50 CE (pirimifos-metil)’, un órgano fosforado, ‘Phostoxin (fosfuro de aluminio)’, ‘Placa Degeshy (fosfuro de magnesio)’, y Oxibiol (Deltametrina-Butoxido de Piperonilo).
Para dimensionar el peligro, el caso del fosfuro de aluminio sirve de ejemplo. Un plaguicida que tiene alto riesgo de expandirse al entrar en contacto con la humedad o el agua. En esas condiciones se libera un gas llamado fosfina que rápidamente es incorporado mediante la respiración. Para el SENASA, este producto se ubica en la clase toxicológica IB, altamente tóxico. Bibliografía médica establece que “no se conoce un antídoto específico para contrarrestar esta intoxicación”, que genera trastornos cardíacos hasta bloqueo completo; edema agudo pulmonar; insuficiencia hepática, entre otros (Gaceta Médica de México, 147/2011).
Otra mirada
Luego de encontrarse con ese panorama, ‘Chaco’ llamó a los bomberos. Alertados por los productos, los hombres se calzaron trajes especiales, cercaron el lugar y movieron los materiales. También arribaron agentes judiciales que registraron el operativo. Sin perder tiempo ‘Chaco’ realizó una denuncia formal para que se investigue el recorrido de ese veneno, arrojado a su barrio, como si el vecindario fuese una plaga. Ahora, la investigación a cargo del fiscal Raúl Garzón buscará ser movida a partir del acompañamiento de Darío Ávila y Medardo Ávila Vázquez, de la red de Abogados y Médicos de Pueblos Fumigados, respectivamente, para constituirse como querellantes. La iniciativa toma fuerza, con el acompañamiento del Encuentro de Organizaciones, un colectivo que milita en ese barrio desde hace una década.
La intención de Chaco y quienes lo acompañan es que esto sirva de caso testigo para empezar a cambiar la mirada de los agentes estatales para con este pedazo de la ciudad. Recorrer el barrio San Martín, de los galpones a la vieja cervecería, denota un abandono absoluto del Estado respecto a calidad ambiental, sanitaria, social, cultural. El único espacio verde, frente a la escuela, exhibe una notable dejadez: hasta las luminarias se han llevado, lo que coopera con la descarga clandestina de cualquier tipo de residuos en el predio de la cervecería. La falta de iniciativa para ordenar una potente actividad como es el reciclado, de la que viven gran cantidad de vecinos, también es una decisión política, como la de fijar una guardia policial permanente para observar una de las barriadas más vulnerables de Córdoba. “Esto pasó por la desidia del Municipio, y eso tiene que terminar”, remata el hombre, mientras patea las calles de ‘Los Galpones’.