Por Lucía Cholakian Herrera
Tras las declaraciones del músico Gustavo Cordera, siguen las repercusiones y la reflexión alrededor de la estructura simbólica e ideológica que lo protege por “rockero”, por macho de la música que se las coge a todas. Un sistema de poder que empieza a resquebrajarse.
Al parecer, a medida que pasa el tiempo se vuelve necesario ir tachando ídolos. Los discos de la Bersuit -los primeros-, fueron representación de la ira política de los 90 y principios de siglo, ira que renació con la vuelta del neoliberalismo (porque, vamos, ¿quien no escucha “El tiempo no para” hoy sin pensar en que Macri es presidente?). Gustavo Cordera, más allá de haberse separado de la banda hace unos años, se mantiene como la imagen referente del grupo y de su obra por aquellos tiempos.
Hace tres días, durante una conferencia en TEA Arte (terciario de periodismo privado en el corazón de Buenos Aires), Cordera pronunció, entre otras cosas, las siguientes palabras: “Es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiera coger con vos, vos no te las puedas coger. (…) Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente. Si yo tengo algo bueno para darte puedo desvirgarte como nadie en el mundo. A mí hablame de cómo te sentís y te entiendo, pero si me hablás de los derechos no te escucho porque no creo en las leyes de los hombres, sí en las de la naturaleza”.
La declaración se enmarcó en una pregunta de uno de los participantes, la cual aludía a la oleada de denuncias contra músicos y otras figuras públicas por abuso y violencia, tema que abordamos en un artículo reciente.
Luego de que salieran a la luz las palabras de Cordera muchas personas, organizaciones, y movimientos expresaron su repudio a sus dichos y a su figura. En menos de 24 horas el músico se hizo presente en varias radios para rectificar sus afirmaciones, estableciendo argumentos no sólo falaces sino también contradictorios. Por un lado, expresó que se trataba de “un ejercicio de psicodrama”. El psicodrama es una forma de terapia alternativa al psicoanálisis que surgió en el siglo XX y tiene múltiples ramificaciones y usos. Quien conoce lo mínimo de la técnica tiene muy en claro que no sólo exige una exhaustiva formación -tanto por el lado terapéutico como por la representación teatral, donde no sólo se pone en juego la mente de quien participa sino que también su cuerpo-, pero claro que nada de esto importa porque un rockero puede pararse frente a una audiencia, decir una serie de brutalidades y luego asegurar que estaba ejecutando un recurso sobre el que evidentemente no conoce ni el principio más básico.
Pero imaginemos que efectivamente Cordera es un profesional de la psicoterapia, y procedamos a su segundo argumento: la provocación. “Yo lo pauto normalmente, cuando me llaman a una cosa así, es para provocar a que el periodista repregunte. Y vos reaccionas si te digo ‘sos una pelotuda’. Es para generar cosas” aseguró en uno de los programas radiales. Con esto, sugiere, que relativizar un abuso o cualquier tipo de violencia de género para el caso, es disparar una provocación que tiene el potencial de producir un debate valioso o una superación en un diálogo. Fue inteligente de su parte haber inventado esta excusa: Cordera reconoce que los límites de lo decible -de a poco- van mutando, y que ya no es tan socialmente aceptable hablar de tener sexo con menores de edad siendo un tipo que supera los 50.
Entonces disfraza su misoginia exacerbada y medieval de provocación rockera, de tipo progre, guapo, rebelde. En este caso, no es manifiesta; pero de nuevo, Cordera es un tipo inteligente. Él es consciente de que existe una estructura simbólica e ideológica que lo protege por “rockero”. Porque el macho de la música, el que se las coge a todas, el que toma falopa todo el día pero igual toca recitales increíbles de ocho horas en un River completo, es una suerte de líder divino. Y, en realidad, también lo es el que no llega a llenar un antro. Porque el protagonismo artístico que recubre la imagen de un músico que crece en un mundo en el que la música es cada vez más industria capitalista de entretenimiento y menos placer -sin importar la calidad de las obras-, disfruta de una impunidad que es ineludible. De más está aclarar que esto no implica que todos los músicos sean misóginos, ni violentos, ni violadores. Bajo ningún punto de vista. Lo que sí se asevera es que hay un potencial abuso de poder legitimado por un sistema que no sólo reparte ese poder sino que lo reivindica. Y ésa es la estructura contra la que hay que atentar, una estructura de la que Gustavo Cordera es sólo un hijo sano y orgulloso.
La impunidad de la que goza el varón heterosexual famoso es uno de los dispositivos fundamentales para que se efectúe, de lado del público, una excepción: por ejemplo, basta con saber que “Maradona es D10S” para olvidar que golpea a su pareja. La consecuencia más peligrosa de la excepción reside en que es imposible que algún día se cumplan las demandas del #NiUnaMenos si se siguen perpetuando las formas que habilitan excepciones. Por esto, el doloroso acto de desvincular a un ídolo de su posición como tal es menester. Es entendible -pero no debería ser aceptable- que muchos seguidores lo nieguen por la complejidad que conlleva. Requiere saber que una obra o una carrera puede ser maravillosa pero que a un tipo violento, o a un misógino visceral, no hay que darle ni dinero, ni fama, ni atención.
Y es una gran desilusión, sobre todo, saber que ya ningún himno por la igualdad o los derechos que cante podrán jamás tapar lo ofensivas que fueron sus palabras aquella vez que dijo que nuestros derechos le valían mierda.
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