Por Francisco Cantamutto. Las crónicas suelen enfatizar el estilo mafioso de Guillermo Moreno, elevándolo a insignia de la lógica de gobierno kirchnerista. Queremos aquí señalar la necesidad estructural del gobierno de poner en práctica cierto tipo de controles, específicamente en lo relacionado a las compras al exterior. Es decir, las trabas a las importaciones.
La clave para comprender el problema desde la óptica que ensayamos aquí es analizar por qué motivo la actividad del secretario se enfocaría en este ámbito de la economía, relegando su previo locus intempestivo: el control de precios. Sería improbable suponer que el motivo de este desplazamiento se halla en la solución del problema inflacionario: todo lo contrario, la suba generalizada de precios se mantiene como un quiste endémico que socaba las bases del sesgo popular del gobierno. La inflación es foco de conflicto con sindicatos (en las negociaciones paritarias y de salario mínimo) y con el FMI, que en estos días amonestó al país por no subordinarse a sus revisiones.
El control sobre las compras al exterior, más bien, parece provenir de una necesidad estructural de equilibrio externo. ¿De qué hablamos con “equilibrio externo”? Básicamente, casi como teorizaban los autores mercantilistas, el requerimiento de que los ingresos de recursos externos sean al menos iguales a los egresos. Si las divisas que salen exceden a las que entran, se produce una caída en las reservas del país, que fuerzan la desvalorización del peso. El instrumento contable para evaluar entradas y salidas de recursos del país es la balanza de pagos. Sus distintas partidas ayudan a comprender qué causa esta salida.
En primer lugar, se encuentra la balanza comercial, que representa las compras y ventas de bienes y servicios al exterior. La dependencia mundial de Argentina hace que el país no pueda crecer sin un fuerte impulso a las compras externas: tanto para el consumo como para la inversión, el crecimiento impulsa las importaciones. Así, desde 2002 hasta 2008, las importaciones crecieron mucho más rápidamente que las exportaciones: mientras las primeras lo hacen al 32%, las segundas sólo crecen en un 19%. En el año 2009 el impacto de la crisis mundial ajustó ambas cuentas, reduciendo las compras un 21% y las ventas un 16%. A partir de allí, y hasta el primer trimestre de este año, nuevamente se produce el mismo efecto: mientras las importaciones crecen un 30%, las exportaciones sólo lo hacen un 20%. Es decir, cada vez que el país crece, las compras al exterior crecen más velozmente que las ventas, produciendo una fuga de recursos que pone en vilo a la economía.
El proceso de destrucción de capacidad productiva iniciado con la dictadura intensificó esta tendencia: al tener menos bienes producidos en el país, más se compran en el exterior. A pesar del discurso oficial, esta tendencia no se ha revertido: de hecho, la participación de la industria en el PBI es de cerca del 16% del PBI en la etapa kirchnerista, incluso menos que el 17% que explicaba durante la Convertibilidad. Esto es parte de la explicación sobre por qué el gobierno necesita frenar las importaciones en esta coyuntura. Si el gobierno hubiera aplicado una política de sustitución durante este período –va casi una década-, quizás podría haber atenuado esta dependencia externa. Sin embargo, al confiar esta tarea a la sola existencia de un tipo de cambio real alto, el proceso de desplazamiento de producción externa por nacional no avanzó en profundidad.
Es necesario remarcar que la salida de recursos no sólo procede por la vía de las compras al exterior. De hecho, a pesar de las tendencias descritas, la balanza comercial sigue mostrando superávit, aunque sea decreciente. Existen otras partidas corrientes que también presionan a la salida de divisas. Entre ellas, queremos remarcar dos en particular: la remisión de utilidades y dividendos, y los pagos de intereses de deuda. Si observamos la gráfica, podemos ver cómo la salida por el primer concepto no ha dejado de crecer en esta etapa, alcanzando una intensidad semejante al pago de intereses a fines de la Convertibilidad. Las grandes empresas, principales beneficiarias de la expansión económica de la última década, han remitido al exterior recursos de modo permanente, quitándolos de la circulación interna. Los intereses de deuda, por su parte, aunque reducidos luego del canje de 2005, también muestran una tendencia creciente. Es decir, se conjugan ambas salidas en una dinámica perversa, que obliga al gobierno a tomar medidas si no quiere verse forzado a nuevas devaluaciones que alimenten la espiral inflacionaria.
Debemos señalar que la balanza de pagos tiene otra gran división en la cuenta capital y financiera, donde se anotan básicamente la entrada de capitales por deuda y por inversión (directa y de cartera). Dado que el país no ha logrado resolver su acceso a capitales, ni ha atraído grandes proyectos de inversión extranjera, esta cuenta no ha ofrecido la compensación de fondos que salen por la cuenta corriente.
Llamativamente, para contener la salida de recursos, el gobierno parece tomar más encono en frenar las importaciones que en trabar estas otras salidas. A pesar de su prédica contra el capital financiero, los pagos de intereses de deuda siguen creciendo, llevándose en promedio 1,83% del PBI anualmente (cifra que supera la proporción que significaban durante la fase de expansión de la Convertibilidad, hasta 1998). A pesar de usarlo como argumento para la compra agresiva de acciones de YPF, lo cierto es que las utilidades y dividendos siguen saliendo del país.
Quizás sirva de explicación pensar que el capital trasnacional, tanto financiero como productivo, no sean necesariamente el “enemigo” al que el gobierno enfrenta. El potencial explosivo en la balanza de pagos responde a determinantes estructurales: la estructura productiva concentrada y extranjerizada, y la lógica de endeudamiento externo. Ante la necesidad de resolver estos problemas, parece que el gobierno ha optado por presionar sobre los sectores menos fortalecidos: los importadores de pequeño y mediano porte. No hay que engañarse, estos sectores tampoco son “nacionales y populares”, y más bien emergen como sujetos de importancia a partir del proceso de apertura neoliberal. Y por eso mismo es que le sirven al gobierno como fuente de legitimación de sus diatribas.