Por Natalia Aldrey/ Foto Tadeo Bourbon
Desde que empezó la cuarentena social obligatoria en el mes de marzo se viene hablando de la continuidad pedagógica. El Ministerio de Educación de Nación ha decretado la suspensión de clases en todos los niveles educativos y ha elaborado a lo largo de estos dos meses una serie de lineamientos para decirnos a les docentes cómo seguir educando a la distancia, cómo educar virtualmente. Pero ¿es posible la continuidad pedagógica en los sectores más vulnerables?
Estamos asistiendo a una realidad nunca antes vista: nos enfrentamos a una crisis mundial que pone en jaque todo lo conocido. Todo es puesto en duda. No sabemos cuándo ni cómo será la vuelta a nuestras actividades cotidianas: la escuela, el trabajo, la sociabilidad, la recreación. Muchas personas empiezan a sentir la asfixia de quedarse adentro, en sus casas. Pero hay sectores que además tienen otras preocupaciones.
En la ciudad más rica del país les vecines de la Villa 31 estuvieron semanas sin agua. ¿Se nos ocurre pensar cómo sería seguir los protocolos de higiene y de cuidados en este contexto sin agua? creo que no. En la Villa 21-24 las organizaciones sociales y les vecines del barrio sostienen ollas populares cada noche para garantizar un derecho básico: la alimentación. Silvia, es vecina de la 21-24, trabajadora de la economía popular y referente del Frente Popular Darío Santillán, ella junto con vecinas y vecinos están cocinando cada noche la cena para 300 familias en su manzana. Además nos cuenta: “la lavandina, el alcohol en gel y los barbijos que usamos durante el reparto de la cena a les vecines lo ponemos nosotres. El gobierno de la Ciudad no nos está entregando nada”
Esta experiencia se replica a lo largo y ancho de la 21-24 así como en muchos barrios populares de la ciudad. Una vez más nos encontramos con la organización y la solidaridad de les de abajo para hacer frente a la crisis económica y social que está siendo brutalmente acentuada por el distanciamiento social.
En este contexto tan duro para un gran sector de la población nos preguntamos cómo seguir educando, cómo seguir aprendiendo.
Distintas realidades, respuestas insuficientes
Desde el Ministerio de Educación de Nación han elaborado distintas estrategias para “no profundizar las desigualdades”. Como primera medida se dispuso que las clases continuaran de manera virtual, ya sea por medio de plataformas de videoconferencia, mail, por llamada o mensajes. Han dispuesto contenidos priorizados para trabajar en cada nivel educativo, acercando propuestas y planes de actividades con recursos y herramientas para les docentes. Han elaborado nuevos formatos de contenidos como el de Seguimos educando que se emite por los canales de televisión y radios de gestión estatal. Se han entregado cientos de notebooks en distintos distritos del país y han repartido material impreso y libros allí donde no se cuenta con tantas herramientas informáticas. Entendemos que las políticas que se están encarando son acertadas pero ¿es esto suficiente? ¿llega a todos los rincones del país? creemos que no.
En la ciudad de Buenos Aires se ve una tremenda desigualdad en torno al tema que aquí nos convoca: la continuidad pedagógica. Nos encontramos con realidades muy diversas en cada barrio de la ciudad donde tener computadora y tener internet se vuelve la cuestión fundamental si pensamos en esa continuidad educativa.
Nos preguntamos qué está haciendo el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta junto con la ministra de Educación Soledad Acuña en este sentido. La respuesta es nada. No hay políticas que garanticen el derecho a la educación de quienes menos tienen en este contexto de aislamiento social.
Desde muchas escuelas de la Ciudad de Buenos Aires manifiestan la imposibilidad de llegar a todos los hogares. Se está empezando a ver, luego de dos meses, cómo a ciertas familias no les llegan las propuestas de las escuelas por falta de recursos. Por otro lado, las escuelas de doble jornada, expresan la preocupación a la hora de repartir la comida. El gobierno de la Ciudad manda un bolsón de alimentos para cada estudiante, lo cual resulta insuficiente para hacer frente a la crisis económica en la que se vieron envueltas muchas familias que se han quedado sin ingresos. El panorama es desolador.
Aún queda la cuestión pedagógica. Muchas escuelas de los distintos barrios porteños están logrando a través de los distintos dispositivos continuar con el desarrollo del ciclo lectivo. Pero esto no es así en toda la ciudad. Esta educación virtual la están pudiendo sostener aquellos sectores sociales que tienen acceso a computadoras e internet, que siguen cobrando un salario y que acceden a los derechos básicos. El resto no cuenta con esta suerte.
Desde los distintos sectores educativos hemos estado elevando reclamos al Ministerio de Educación a cargo de Soledad Acuña, exigiendo más y mejores viandas; el cobro de la beca que beneficia a miles de personas en la ciudad; la entrega de computadoras para aquelles estudiantes que no están pudiendo continuar con su proceso educativo por falta de recursos; red gratuita de internet en aquellos barrios que más se necesita. Y podemos seguir.
Evidentemente en la Ciudad de Buenos Aires el agua, la comida y la educación son privilegios y no derechos.
Educar para la transformación en contexto de pandemia
La educación es un derecho, esto no es un concepto o un principio nuevo. Sin embargo, algunos gobiernos no lo entienden de esa manera: recortes presupuestarios y redireccionamiento de fondos hacia el sector privado es el modus operandi de esta gestión. Así somos espectadores de cómo la desinversión en materia educativa termina profundizando las desigualdades sociales.
A mediados de la década del 2000 surgieron nuevas experiencias educativas en los barrios más vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires: los Bachilleratos Populares. Estas escuelas nacieron como una propuesta de los movimientos sociales para hacer frente a la falta de propuestas educativas para las personas jóvenes y adultas que habían sido expulsadas de alguna u otra forma del sistema educativo. Como decía Evita “donde hay una necesidad nace un derecho”.
Ya van 15 años de construcción teniendo como premisa otra forma de educar y aprender. Más de una década de construcción colectiva desde los movimientos con les docentes y les estudiantes, con los pies y la cabeza en el territorio. Esta forma de pensar la educación tiene como punto de partida la pedagogía de la liberación y la esperanza y se plantea como horizonte el cambio social. Promovemos la conciencia crítica, la autogestión y la formación para el trabajo a través de talleres de oficio. Militamos todos los días una educación emancipadora.
Muchas de las problemáticas presentes en la vida de les estudiantes y docentes de las escuelas populares se han visto profundizadas a propósito de la pandemia. Es así que tomando los lineamientos del Ministerio de Educación nacional hemos ido delineando nuevas estrategias para sostener el proceso educativo de les jóvenes y adultes que asisten a nuestras escuelas. Estamos siendo testigues y protagonistas de situaciones y realidades muy complejas en los barrios en los que trabajamos y vivimos. Venimos asistiendo a la desidia del gobierno porteño desde hace más de una década, donde estudian quienes pueden, no quienes quieren.
Se viene profundizando un modelo educativo cada vez más excluyente, donde la gran mayoría de la población está quedando afuera. Es en ese sentido, que los espacios de educación popular redoblamos los esfuerzos para sostener el proceso educativo de les estudiantes. Pero entendiendo que ese proceso en este contexto también implica un acompañamiento desde lo emocional y lo material, no sólo desde lo pedagógico.
Es por esto que frente al contexto de pandemia, desde los bachilleratos populares de la Ciudad de Buenos Aires estamos articulando distintos reclamos con muchas de las escuelas porteñas como se enumeraba anteriormente.
Las respuestas son nulas, por lo tanto seguimos trabajando desde los movimientos y las organizaciones sociales para llevar a cabo un acompañamiento integral en los sectores más golpeados. Derechos como el trabajo, la vivienda, la salud y la educación nos parecen muy lejanos en los barrios populares. Esto no puede seguir así.
La pandemia vino a profundizar las desigualdades existentes. Vino a poner de manifiesto una vez más que es vital abonar a ese cambio social que se viene gestando desde abajo, con el trabajo y la militancia desde los barrios populares. Como dice Enrique Dussel, es hora de repensar los principios éticos en torno al desarrollo de la humanidad y volver a darle valor a la vida por sobre la acumulación de capital.