Por Simon Klemperer. ¿A qué juega la selección dirigida por Sabella? Una pregunta que encuentra respuesta en el lúcido análisis del autor de esta nota, que no duda en confesar que el equipo argentino, simplemente, aburre.
A partir de este momento voy a intentar hablar de cosas importantes, vamos a dejarnos de todos esos temitas de paritarias, de inflación, de pobreza, de narcotráfico, de jubilados que viven con dos lucas mensuales; vamos a dejarnos de gatillos fáciles en los barrios, de poderosos aparatos policiales, de sociedades machistas y crímenes a mujeres diariamente; vamos a dejarnos de frakings y vacas muertas, y sojas y pesticidas y chevrones y monsantos; vamos a dejarnos de clubes de París y de dudosos progresismos y de oposiciones basura, y disposiciones dudosas y de políticos en situación permanente de sospecha vaya usted a saber por qué; vamos a dejarnos de todo eso. Basta de enfocarnos en superficialidades y en cosas que no afectan más que al malvivir y al malestar cotidiano, vamos a lo importante y dejémonos de pavadas, hablemos de cosas importantes, hablemos de fútbol.
En esta ocasión, me van a tener que disculpar, siento urgente la necesidad de decir que la selección argentina me aburre mucho. Me torra. Cuando la gente dice que Argentina tiene un equipazo está diciendo algo que no comparto ni entiendo. Para mí, Argentina tiene un equipo horrible. No sé si la palabra horrible es digna de un periodista deportivo, pero como yo no soy ni periodista, ni deportivo, me doy la licencia y la uso. Tengo el placer y el privilegio de no querer tener razón. No tengo intención alguna de soportar ningún archivo. A veces siento impulsos que me hacen tomar ciertas posiciones extremas y después sucede lo que sucede con casi todo lo extremo, que no es soportable, que cae por su propio peso, entonces a veces me leo, me pienso, y me doy cuenta que no estoy de acuerdo conmigo mismo.
Sucede que cuando le digo a mis amigos, que son, entre otras cosas, argentinos, que Argentina tiene un equipo horrible me ponen cara de “¿cómo vas a decir eso?”. Y a continuación me dicen, otra vez, con signos de exclamación: “Pero, ¿cómo vas a decir eso? ¡Si tenemos a Messi, Higuaín, Di María y Agüero!”. Sí, tenemos todo eso, pero el todo es más que la suma de las partes, y en los varios partidos que tuve la oportunidad de ver, las partes no fueron capaces de dar muchos pases seguidos. Habría que tener de DT a Heráclito (no tengo claro que haya sido Heráclito el que dijo lo de las partes y el todo, yo solo sé que no sé nada, y que intuyo que debe haber sido hincha de Grecia). Acepto que los últimos partidos de la Eliminatoria para Brasil jugaron un poco mejor que los primeros, que dieron unos cuantos pases seguidos, que tienen, sí, un contragolpe feroz, veloz, preciso, potente y, a veces, gol. Es más, incluso ganan poco más de la mitad de los partidos, sin embargo, aun en la victoria, la emoción sigue sin aparecer. A nadie le importa demasiado la emoción porque lo que importa es el Mundial, entonces suponen y aceptan que todo puede ser aburrido hasta que comience el Mundial y explote la magia y la alegría. Raro, raro. La vida es como un entrenamiento para jugar la final del Mundial.
A decir verdad, la selección nacional me aburre de acá a la China. Me aburre y mientras lo hace yo me pregunto por qué en un país como este, hermoso granero del mundo, donde nos sobran de casi todas las cosas que hay, tenemos una selección tan aburrida. Y me lo pregunto porque no veo otra opción que el asombro. Así como somos paraíso fértil de la soja, las vaquitas, los ravioles, el tinto con soda, los kioskos, los artistas, los pianistas, los doctores, los inventores, los lamentos, los caudillos, los subsidios y la sanata, también somos inigualables productores de futbolistas. Sin embargo, en casi todo nos va bien menos en el bendito y mentado fútbol. ¡Pero qué está diciendo este pibe! Sabemos que somos los mejores, no nos cabe duda, pero jugamos mal y no ganamos nunca. “Pero todos los mejores equipos del mundo tienen un argentino”. Sí, claro, pero mejor que no se junten, que se queden en sus equipos, porque juntos solo eliminan el todo. Como ser el mejor caballo del mundo y que tu jockey no te sepa llevar. Decían del Diego cuando asumió la selección, que era un ciego con una Ferrari, y lo fue, y es eso un poco lo que sigue pasando.
He de decir que me resulta un equipo con una falta total de amor y cariño por el fútbol. Un equipo sin armonía y sin sonrisas. Un equipo con cara de nada, de esos equipos sin sangre que apenas festejan los goles, como si tuvieran el triunfo asegurado antes de “jugar”. Como si fueran alemanes. Me dan, todo hay que decirlo, un poco de ganas de llorar. Hasta me dan ganas de que pierdan. Me dan la sensación de ser un grupo de laburantes que dejan sus países de residencia, donde son millonarios, para venir a aquí a Sudamérica a hacer un trámite. Para ellos, las Eliminatorias son solo un trámite previo al Mundial. Vienen, hacen como que juegan, consiguen un puntito, o tres, triste y formalmente, y se vuelven, taza taza, cada cual a sus casas. Sabella me cae bien, es un buen tipo, pero es tristón, y un poco ratón. Me provoca bostezos, y a mí, para ser sincero, me gusta bostezar, pero más me gusta el fútbol.
Si nos situamos en Argentina todo da lo mismo, somos los mejores y punto. Si nos situamos en un contexto menos nacionalista y de menos amor propio, más continental, más abarcativo, más comparativo, analítico, más futbolístico, más lúdico, más alegre y un poquito más liberado de las ataduras que al pensamiento le provocan los colores nacionales; si intentamos por un segundo que las barras celeste y blancas no se conviertan en barrotes; si hacemos todo eso, podríamos pensar por un segundo que hay equipos chicos que pierden más, que les va peor en los números pero que, sin embargo, juegan mejor y son más felices. Si hacemos todo eso podríamos alejarnos por un segundo, no del amor por nuestro país, cosa imposible e inútil, sino del resultadismo, del exitismo y del personalismo extremo que nos domina. ¿De dónde salió ese amor por las figuritas más difíciles? La pasión por la figurita irrepetible. Si el álbum queda incompleto no sirven para nada. Ese Messismo permanente, esa dependencia. Ese permanente afán de que venga el petiso veloz y nos saque de esta.
“Chileno de mierda, andate a tu país”, me dicen mis amigos, con amor. Sabiendo que yo no soy chileno, que soy bielsista. Y me preguntan: “¿En qué lugar quedó Chile en las Eliminatorias?” “Tercero, quedó tercero”, pero es Chile, no Argentina. Y siendo Chile, y con lo que tiene, juega bastante bien. Y siempre estará por debajo de Argentina, aun jugando mejor, porque es Chile. Pero si a este equipo de Sampaoli, jugando como juega, le prestan a Messi un par de partidos… agarrate Catalina. Y como eso nunca va a pasar, no les queda más que jugar bien en equipo, potenciarse como colectivo porque, historia mediante, las grandes individualidades en el fútbol son rioplatenses y no andinas. Así la cosa.
Al ser hincha de un equipo grande se extravía el principio de realidad. No se entiende el roce. La insoportable levedad del ser. Hay que ser paraguayo, chileno o boliviano para entender el roce que implica la vida, para valorar los esfuerzos, para querer correr riesgos, para generar procesos y no ir por el mundo sacando pecho, orgullosos, bravucones, entre tanta mediocridad, sabiendo que las grandes figuras nos salvarán la vida ante la falta de juego colectivo, sabiendo que las genialidades que da nuestro fértil e inigualable suelo nos hará, tal vez, finalistas, pero no por eso felices.
A veces es mejor ser figurita repetida.