El magnate pakistaní y líder conservador Nawaz Sharif, es el nuevo primer ministro del país clave para los intereses occidentales en Oriente Medio. En los próximos días anunciará su gabinete, y ya se vislumbran los pasos de las grandes potencias en la región.
Por primera vez desde su creación en 1947, Pakistán coronó la transición del poder a través de las elecciones que se celebraron el pasado fin de semana. Hasta el sábado, todos los presidentes paquistaníes habían sido derrocados por algún golpe de estado con fuerte injerencia extranjera. Esta vez, el gobierno civil será reemplazado por el equipo que en estas horas está formando el ganador de los comicios, el conservador Nawaz Sharif, líder de la Liga Musulmana de Pakistán PML-N.
Bien conoce Sharif las dificultades que ha vivido la vida democrática en su país. Fue primer ministro ya dos veces, entre 1990 y 1993 -que terminó a causa de los escándalos de corrupción que lo involucraban personalmente- y entre 1997 y 1999. Justamente en ese año fue derrocado por un golpe de Estado liderado por el general Pervez Musharraf, y debió exiliarse en Arabia Saudí hasta 2007. Su regreso marcó un nuevo crecimiento para su partido, una agrupación islamista moderada, con una fuerte impronta empresarial y conservadora. Ya durante sus dos mandatos al frente del gobierno pakistaní Sharif demostró cuales son sus puntos fuertes en la política de su país. Liberalizaciones, privatización de los principales capitales empresarios en manos del Estado, relaciones carnales con Washinghton y sus intereses en la región y una fuerte oposición tanto a los movimientos sociales internos como a las organizaciones islámicas ortodoxas.
Un occidentalista que logró, según los datos aún no definitivos, una gran mayoría en las últimas elecciones. Detrás de él, el partido Pakistan Tehrik e Insaf (PTI), fuerza derechista liderada por el ex jugador de cricket Imran Khan, ya salió a reconocer la derrota, aunque también denunció irregularidades por las cuales presentará un “completo informe”. En tercer lugar, los seguidores de uno de los fundadores del país, Benazir Bhutto, nucleados en el oficialista Partido Popular de Pakistan (PPP), del actual presidente Asif Ali Zardari.
Sharif obtendría más de 115 escaños sobre los 272 en juego durante estos comicios, un resultado que más allá de proyectarlo como primer partido en Pakistán, no le permite obtener la mayoría parlamentaria para formar solo un nuevo gobierno. En las últimas horas, el primer ministro elegido se encontraba llevando a cabo las consultas con las demás fuerzas políticas para sellar un acuerdo que lleve a un gobierno de coalición de centro-derecha.
Un proceso que los demás países de la región y potencias mundiales miran con mucha atención. En Estados Unidos, la victoria de Sharif fue festejada como un triunfo propio. Barack Obama felicitó al nuevo primer ministro de uno de los países clave para su política internacional. “Estados Unidos y Pakistán tienen una larga historia de trabajar juntos en intereses mutuos, y mi administración espera continuar nuestra cooperación con el gobierno paquistaní que surja de esta elección, como socios iguales que apoyan un futuro más estable, seguro y próspero para el pueblo de Pakistán”, dijo ayer el mandatario estadounidense. Pakistán es quizás la llave mágica de Obama para resolver la difícil situación que viven sus tropas de ocupación en el vecino Afganistán. Desde hace meses, la negativa del PPP a abrir rutas paquistaníes a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) para abastecer y reforzar las fuerzas norteamericanas en territorio afgano, ha sido un verdadero escollo para la política de Obama en la región. Hay que tener en cuenta que EEUU mantiene su ejército movilizado en Afghanistan desde 2001, cuando bajo la excusa de la búsqueda de Osama Bin Laden invadió el país y derrocó al régimen taliban, auspiciando el ascenso de un gobierno más en línea con sus intereses liderado por Hamid Karzai. Desde 2012, Obama intensificó el trabajo de su ejército en la región, usando como puntapié sus bases afganas, lo que incluyó una serie muy importante de ataques de drones en territorio paquistaní, para acabar con supuestos “grupos terroristas”. El mismo Karzai, se comunicó con el ganador de los comicios para transmitirle su esperanza de “que el gobierno trace el camino hacia la paz y la hermandad con Afganistán y coopere en la lucha contra el terrorismo y el desmantelamiento de los santuarios terroristas”.
Pero la llegada al poder de Sharif no satisface sólo las pretensiones estadounidenses en la región. Con un gobierno aliado en una posición política y geográfica muy estratégica, es posible influir también en el gigante comercial e industrial del sur asiático, la India. El primer ministro indio, Manmohan Singh, dio a conocer su auspicio de que nazcan “nuevas relaciones” entre los países vecinos, que especialmente en los últimos años se han caracterizado por fuertes conflictos vinculados a lo territorial.
Y justamente los talibanes pakistaníes fueron quienes quisieron interrumpir la jornada electoral del sábado con ataques en diferentes ciudades. Luego de las 130 víctimas registradas durante la campaña electoral, otras 30 personas perdieron la vida en ataques reivindicados por el Movimiento de los Talibanes de Pakistán (TTP), que considera a estas elecciones como anti-islámicas, y por lo tanto un proceso a parar.
En medio de la violencia, y con explícitos intereses geopolíticos en el medio, Pakistán eligió a su nuevo primer ministro, un magnate del acero con pesadísimos cargos por corrupción en su haber y una relación sólida con los grandes poderes hegemónicos a nivel mundial. Algo que sin duda tendrá consecuencias en toda la región.