Por Bethania Longhi*
La ampliación del movimiento feminista no es producto de la mediatización de un discurso atractivo: es la consecuencia lógica de una demanda de igualdad desoída. ¿Cómo analizar la constante adhesión de militantes sociales y políticas al activismo feminista? Aquí algunas ideas para seguir reflexionando.
El “dilema de Wollstonecraft” fue teorizado por Carole Pateman en honor a la acción sostenida por la feminista Mary Wollstonecraft cuando, en 1792, para instar a la defensa de la igualdad de derechos afirmó: “voy a hablar en nombre de mi sexo”. Fue en aquel pequeño locus que Pateman reconoció la dualidad igualdad-diferencia con la que cargaríamos gran parte de las feministas, fundamentalmente aquellas que entramos a la política exigiendo igualdad pero que tarde o temprano nos vimos obligadas a diferenciarnos como “las otras” de la humanidad.
Comencemos por asumir que las rutinas partidarias suelen instalar dinámicas sexistas que, casi sin querer, nos llevan a encontrarnos: compañeras compartiendo responsabilidades y tareas asignadas, abriendo y limpiando el local, enviando correos informativos, faltando regularmente por el cuidado de hijas e hijos, cocinando locros o empanadas, redactando las actas de reunión, vendiendo rifas, sosteniendo eventos, preparando el mate y además, claro, haciendo política; todas acciones y contextos compartidos que suelen generar afinidades, vínculos fuertes entre nosotras.
En nuestro caso, el reconocimiento de esta situación significó el primer paso para la organización. Dijimos sí, hagámoslo, y desde el reconocimiento de grupo acordamos afianzar un espacio propio. Llegamos a Mar del Plata como militantes partidarias pero regresamos a nuestras casas con la necesidad confirmada de darle forma, constancia y nombre a esos encuentros que, si bien suelen pre-existir, entendíamos que merecían ser debidamente nombrados y dirigidos. Coincidíamos también en el deseo de que este espacio se caracterizara por ser crítico, en ningún sentido dogmático. Esta última idea se fundaba en la paradoja que nos había llevado hasta allí: el hecho de sabernos iguales sin haber puesto en discusión el sentirnos – casi todo el tiempo- distintas.
Hoy en día, La Ría es la usina desde donde revisamos nuestras prácticas militantes cotidianas y pensamos las temáticas que nos convocan desde el género. Contiene a compañeras que, como suponíamos, necesitaban tanto como nosotras abocarse a un feminismo a-partidario y suma nuestros cuerpos a la lucha política concreta del movimiento feminista.
Desear una organización desde otra es, en principio, una incomodidad que opera cual sentimiento originario. En términos prácticos, dispara la reflexión crítica de discursos y dinámicas tradicionales instaladas; es decir, que conlleva un espíritu de auto-crítica absoluta que algunas creíamos incluso irrealizable.
La conformación de nuestra corriente es un caso más en la enorme lista de experiencias de organización de grupos y colectivos feministas. Y el breve racconto sirve sólo a modo de ilustración de lo que puede ser pensado como una experiencia compartida, que supone especialmente un cúmulo de sensaciones, tensiones y transiciones que atravesamos quienes aún militamos en espacios tradicionales, y que aún encarnamos la dualidad constituyente.
Es que quienes venimos de militancias múltiples estamos bastante adiestradas. El patriarcado nos moldeó enseñándonos que nuestro género no es otro que el de la humanidad. Resistirse a la fragmentación porque “la única variable válida es la de los (¿y las?) oprimidos” solo retarda la decisión, pero en algún momento llega.
Doloroso es para cualquiera de nosotras darnos cuenta del engaño: el género humano nunca nos incluyó. Violencia de género, feminización de la pobreza, distribución desigual de las tareas domésticas y de cuidado, de la riqueza, acoso callejero, violaciones, maternidades forzadas, modelos hegemónicos de belleza, secuestros, violencia obstétrica, femicidios, trata para la explotación sexual… El patriarcado en todos lados ¿qué igualdad defendemos?, ¿quién puede seguir negando que existimos como “otras”?, ¿interpelarnos nos lleva automáticamente al desmoronamiento del ideal universal? Si y no.
No nos pone felices reconocernos en la fatalidad “femenina” porque en serio creemos en trascender el género bajo el cual fuimos criadas y tratadas, pero insistir en una igualdad desgenerizada como condición abstracta, nos lleva a la invisibilización e incluso negación de lo poco que, sabemos, valemos para esta sociedad. No hay burbuja tan resistente a la tensión igualdad-diferencia, y así nos vemos tarde o temprano sumergidas, insistentes, en nosotras mismas.
El “dilema de Wollstonecraft” nos constituye porque la igualdad la construimos desde la diferencia. Nos constituimos como sujeto político desde un valor, destino y sentido asignado por otros así que sí, es cierto, nos organizamos y nos reconocemos en y por nuestras opresiones, fragmentamos, nos diferenciamos jerarquizando nuestros intereses, nuestras preocupaciones, y esto es así esencialmente porque nuestras subjetividades siguen doliendo en cada cuerpo feminizado que esta sociedad considera manipulable, maltratable, violable, embolsable, mutilable, prostituíble y asesinable.
Lo que para algunos/as es una contradicción, para otras es nuestra mayor virtud, porque entendemos que este “dilema constituyente” es uno de los motores para seguir ampliando, pensando y reformulando al feminismo. Si acordáramos en este punto, además, podríamos ir un poco más allá y afirmar que nuestra lucha expresa una de las mayores tensiones del pensamiento occidental, de esas irresolubles que habilitan el eterno movimiento y que, al fin y al cabo, han revolucionado el mundo.
Maravillosa es la experiencia de ratificar otros modos de hacer política, modos en los que la palabra circula, donde la dinámica empodera y donde la confianza propia y colectiva se fortalece. Lo mejor: la disputa sigue siendo de poder, ¿será por esto, compañeras/os, que estamos dando tanto que hablar?
Tenemos una genealogía y mucho que aprender, somos las mismas que luchan por la igualdad pero desde el reconocimiento de nuestras opresiones como mujeres, trans y travestis, como pobres y migrantes, como diversas y deseosas de libertad. La potencia feminista es la crítica de lo dado y la superación de las desigualdades a través de propuestas concretas. La revisión de nuestras inquietudes es una fortaleza que se inscribe dentro de una ética crítica y sorora que las instituciones tradicionales resisten. Quienes participamos en estos espacios lo confirmamos diariamente, pero seguiremos insistiendo, esta vez organizadas, en la transformación de nuestros activismos y militancias para erradicar de raíz a la cultura patriarcal.
*Integrante de La Ría Corriente Crítico Feminista y del Partido Social de la Ciudad