Por Manuel Ferrer* / Foto: Los ojos de Anita
A partir de una investigación en la que se realizó un relevamiento de medios escuchados, se pudo determinar que las audiencias de radios comunitarias y populares supera la de las radios corporativas. Con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual como marco, una reflexión sobre los alcances y objetivos de los medios populares.
A mediados del mes de junio se expuso en la Defensoría del Público de Servicios de Medios Audiovisuales de la Nación una investigación que realizó la Universidad Nacional de Avellaneda junto con Fm Riachuelo y Radio Gráfica. Una novedosa experiencia de relevamiento de consumos culturales y de medios con enfoque sobre los medios populares y comunitarios en el espacio geográfico en el que tienen anclaje territorial: La Boca y Barracas.
La definición política de construir y fortalecer al movimiento popular desde las herramientas comunicacionales arroja resultados significativos: pone de manifiesto que nuestros medios son escuchados, aun contra el prejuicio de que son medios de “segunda”. Al mismo tiempo, puso en evidencia que la radio, incluso en las poblaciones más jóvenes, sigue siendo escuchada mayoritariamente por aire (90%), a pesar de la difusión de nuevas tecnologías y de Internet.
La investigación, además, arroja otro dato muy interesante: si bien se observa una gran diversidad de radios comunitarias (a veces podría hasta pensarse en una fragmentación del sector) también es cierto que la suma de todas las experiencias comunitarias, barriales y populares supera en audiencia a cualquiera de las radios de las corporaciones mediáticas. En términos claros quiere decir que la suma de las audiencias de los medios populares es mayor que, por ejemplo, la de Radio Mitre, que el sentido común indica como la más escuchada.
Estos datos de “audiencia” implican una serie de desafíos y responsabilidades políticas, ya que pone en valor la trama territorial en la que se instalan y despliegan nuestros medios. Las “audiencias” se construyen con militancia, no con publicidad, y el ser escuchados ratifica nuestro papel como organizadores sociales y políticos. En segundo lugar, nos obligan a pensar en el potencial político de “producir en unidad”, de articular entre los medios populares buscando esa unidad en la diversidad, que en este caso nos daría una enorme fortaleza en la geopolítica de la comunicación.
Una experiencia de medición de audiencias o tendencias que se realiza sobre los medios populares y comunitarios no solamente revela los consumos culturales o de medios, sino que devela y caracteriza las prácticas que se llevan adelante en nuestras organizaciones. Al mismo tiempo, dan cuenta de una lógica por fuera de la tradicional consideración de la “audiencia” o de la relación clásica emisor-receptor, emisora-oyente, emisora-consumidor.
Justamente, son estas prácticas las que indudablemente más aportan a efectivizar el derecho a la comunicación entre los sectores populares y que nos empujan a una serie de interrogantes: ¿Cómo relevar, valorar y medir la trama territorial que se expresa, participa y se representa a través de nuestros medios? ¿Cómo relevar, valorar y medir las acciones que nuestras emisoras emprenden por fuera del estudio, de los programas de la grilla y de la relación emisor-receptor, las intervenciones en el espacio público, los debates que se organizan en nuestros espacios? ¿Cómo evaluar el impacto que se produce en la subjetividad de los miles de pibes de las escuelas que en los últimos pocos años recorrieron y participaron en nuestras radios?
Para ellos hasta la idea de los “medios hegemónicos” pasa a ser una noción que se desdibuja frente a su participación concreta en la radio de su barrio, de su escuela o de su universidad. Entonces, ¿cómo darle valor a la diversidad, como medir la trama organizacional, social, política y la representatividad que construye una radio en una villa de la CABA, en un barrio como La Boca, en una Fábrica Recuperada, una radio del movimiento LGBT, una radio de la universidad, de una asamblea barrial o la de una escuela?
Nos parece que en la incorporación de esta realidad a la medición y, por lo tanto, a la consideración de las políticas de Estado sobre el Derecho a la Comunicación es donde se juega la posibilidad concreta de avanzar en este derecho como una conquista de nuestro pueblo.
Es esta una concepción absolutamente opuesta a la de la mercantilización de la comunicación, y en este sentido creemos que hay que ser extremadamente cuidadosos, cuando desde los organismos públicos o incluso algunos actores que se ubican en el campo de la comunicación popular, se asocia la cuestión de la sostenibilidad al fortalecimiento de nuestras capacidades de “mercadeo” o de “vender publicidad”. Por nuestra parte, estamos convencidos de que la lógica mercantil es contraria a la posibilidad del derecho y la dignidad.
Un derecho participativo
Lo hasta aquí expuesto nos da un impulso adicional para reivindicar la importancia de la legalidad, que parece ser una deuda de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) y nos convoca para pensar en la importancia de invertir en equipos y tecnología para seguir ocupando, desde el campo popular, ese territorio que es la comunicación. Esto nos permite pensar que la construcción de un medio comunitario de anclaje territorial habilita a poner en práctica el derecho a la comunicación, un derecho con un fuerte componente participativo, que debe ser garantizado por el Estado.
Sin ir más lejos, hace pocos días, participamos en el 2º Encuentro Mundial de Movimientos Populares, realizado en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, y allí quedó claramente expresado que la comunicación popular no sólo es la posibilidad de visibilizar y darle palabras y voz a las luchas silenciadas, sino que además es un poderoso medio para defender la vida en momentos en que se criminalizan las prácticas de los trabajadores de la economía popular, militantes y luchadores sociales.
Un último aspecto importante para rescatar: la importancia de tomar conciencia y asumir la responsabilidad histórica sobre el momento particular que atraviesa nuestra militancia comunicacional. Hace pocos años que comenzamos a construir las condiciones para deshacernos de un viejo modelo de medios masivos, unidireccionales y de profesionales liberales o reaccionarios. Hoy más que nunca debemos apoyarnos en las mejores tradiciones de la comunicación popular, como ANCLA y tantas otras, para crear nuevas formas y experiencias comunicacionales impulsadas por nuestro Pueblo para conquistar la Segunda y Definitiva Independencia.
* O.S. y P. Los Pibes, Colectivo editorial Fm Riachuelo