La novela de Camila Fabbri pone en la lupa de la memoria lo ocurrido en Cromañón, en 2004, a partir de la reconstrucción de la vida de las y los adolescentes de ese momento. Sus juventudes interrumpidas van y vienen entre un pasado y un presente que necesita de la palabra para narrar un trauma generacional y reescribirlo desde una nueva óptica.
Por Florencia Pereyra / Foto: Oscar De la Vega – Marcha
“Cuando tenía quince años fui a ver a Callejeros a uno de los tres shows que dieron en República Cromañón. La noche siguiente, una bengala flúor llegó al techo y se apagó la luz. Lo vi por TV.” Así comienza el posteo de Instagram donde Camila Fabbri, escritora, dramaturga y actriz, presenta la tapa de su último libro, El día que apagaron la luz, editado por Seix Barral a fines de 2019. Una “novela de no ficción”, siguiendo sus palabras, que narra su propia experiencia como la adolescente que fue y como parte de esa generación que vio la muerte de cerca una noche de verano de 2004.
¿Por qué “no ficción”? Si bien no es un término nuevo en el mundo literario, Fabbri lo actualiza al tomar un hecho reciente de nuestra historia, y saliendo de su voz única, recopilar testimonios de chicos y chicas, hoy hombres y mujeres, que sobrevivieron a la tragedia en más de un sentido: amigos, familiares, testigos, padres. Forma un relato coral, donde todas las voces repasan lo vivido y lo perdido; desde dónde estaban en el momento que se enteraron del hecho, hasta cómo lo pudieron -o intentaron- atravesar.
Hay, al mismo tiempo, una pintura de época: la vida antes de la masificación de las redes sociales, jóvenes que se comunicaban por fotolog o teléfono fijo, apenas algunos celulares para mensajes de texto, y sobre todo, lo que por mucho tiempo fueron “tribus urbanas”: floggers y rollingas, toda una estética particular en cada uno, una forma de presentarse al mundo y refugiarse en la música. De hecho, la novela tiene una banda sonora bien concreta, la de la escena del rock nacional de aquel entonces: Los Piojos, Los Gardelitos y Callejeros a la cabeza, con algunos fragmentos de canciones de estos últimos esparcidas en el relato.
Entre lo social y lo individual, las imágenes más potentes del libro van de la cercanía a la extrañeza: paredes de un cuarto adolescente lleno de posters, garabatos y frases, la explosión de los cuerpos en el noviazgo, las sensaciones de vértigo y ansiedad ante el encierro que se describen de un modo crudo y poético al comienzo de la novela, que acompañan al día de hoy a la autora; y, tal vez la más impactante del relato, el cuadro indescriptible de Julia, que perdió a su novio y un amigo en esa noche.
“Desde esa noche, muchos amigos alcanzamos pensamientos que están relacionados con la noción de los finales. De lo interrumpido. Nos apropiamos de esas ideas. Van con nosotros a todos lados como satélites marchitos. Teníamos catorce, quince, dieciséis y tuvimos que vivirlo sin entender del todo.”
“¿Cómo le explicás hoy Cromañón a un chico de quince años?” dice una de las voces que presenta Fabbri. Esa pregunta resuena más allá de la edad concreta que señala. No se termina de entender un hecho así, cuerpos jóvenes muertos en la vereda como supieron mostrar los noticieros y las imágenes de archivo, ahora parte de la memoria colectiva. Pero también, ahora inscripto en este texto reciente de la nueva narrativa (¿joven?) argentina, en donde Camila Fabbri ocupa un lugar esencial.
En su novela, esta memoria coral no pretende hurgar en culpas que los procesos judiciales en torno al hecho ya dictaminaron; tampoco hay voces de las caras más “conocidas” y asociadas a él. Independientemente de eso, que se menciona apenas en los testimonios recopilados, cada aporte individual resuena como una voz y como una vida concreta (con capítulos que llevan nombres como título), y sin embargo, claramente perteneciente al gran mapa social que configuran todos aquellos que vivieron Cromañón de cerca.
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Durante y después de la lectura, resulta difícil no pensar en la experiencia actual de ir a un recital: pequeño o masivo, donde luego de dejar afuera hasta una botella de agua, mostrar la mochila o el bolso y dejarse “cachear”, las pantallas indican protocolos de seguridad, modos de evacuar, equipos de asistencia con los que cuenta el evento. Pasaron años, la idea de que uno puede morir cuando se busca el ritual de la música en vivo no desapareció del todo (la vimos en Olavarría, en fiestas electrónicas recientes) pero no está presente con el impacto que nos recuerda cada fin de diciembre. Parte de ese impacto dejan las palabras de Fabbri, que son al mismo tiempo un texto colectivo y una reconstrucción necesaria.
*Además de estar en venta en librerías, hay dos capítulos de la novela que se encuentran disponibles en internet:
El comienzo en: https://www.bigbangnews.com/palabras/a-15-anos-de-la-tragedia-de-cromanon-el-dia-que-apagaron-la-luz-2019123024028
Otro capítulo en: https://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/189899542695/el-d%C3%ADa-que-apagaron-la-luz
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En el podcast Sobrevivir y contarlo, de la plataforma Congo, hay un episodio dedicado a Cromañón, donde Martín y Sebastián, dos hermanos que sobrevivieron a la tragedia, cuentan su historia: uno salió caminando, el otro en coma. Disponible para escuchar en la web oficial y en Spotify.