Por Claudio Katz
Del Dossier “Bicentenario: la Independencia en debate”, producido conjuntamente por Marcha y Contrahegemonía. Este artículo forma parte de un libro sobre el imperialismo contemporáneo de próxima aparición.
El imperialismo contemporáneo difiere significativamente de su antecedente clásico en el terreno bélico, económico y político. La ausencia de guerras imperialistas, la creciente mundialización y la gestión geopolítica conjunta transforman por completo las características de la dominación capitalista global.
Nuestra caracterización resalta estos cambios, destacando la singularidad y las contradicciones que presenta la opresión imperial en el inicio del siglo XXI. Expusimos esta interpretación en debate con las teorías que postulan la continuidad del esquema leninista y en polémica con las visiones que consideran obsoleto cualquier análisis del imperialismo.
Las miradas ortodoxas y globalistas reflejan los errores de ambos enfoques. No registran en el primer caso y exageran en el segundo, las mutaciones cualitativas del período en curso. Estos desaciertos impiden percibir las peculiaridades del imperialismo actual en tres campos de novedosa reflexión teórica: el perfil de las clases dominantes, el funcionamiento del estado y las características de la ideología.
Clases integradas
La asociación mundial de capitales ha modificado el escenario de clases dominantes estrictamente nacionales y competitivas, que predominaba en el imperialismo clásico. Las burguesías alemana, japonesa, norteamericana o francesa utilizaban en el pasado todo su arsenal, para disputar predominio en el campo de batalla. En la actualidad, grandes segmentos de esos grupos desenvuelven negocios conjuntos y enfocan los cañones hacia otros blancos.
Pero el grado de integración de estos sectores varía significativamente en cada región e involucra fracciones y no totalidades de esas clases. Es un proceso en curso, que se desarrolla en el seno de los viejos estados nacionales, a través de tensiones entre segmentos con distinto nivel de actividad globalizada.
La reconfiguración mundialista es muy significativa, pero hasta ahora tiene un alcance limitado. Implica equilibrios entre clases nacionales y grupos internacionalizadas y se encuentra muy lejos de la transnacionalización completa. Las transformaciones en los sectores de las burocracias no adoptan la misma tónica en el conjunto de los capitalistas. Esos cambios involucran a un importante segmento de directivos y funcionarios, pero no al grueso de los propietarios de las grandes firmas.
El escenario actual diverge, por lo tanto, del contexto nacional-competitivo descripto por Lenin y no se identifica con el curso asociativo avizorado por Kautsky. Hay mayor integración que la observada por el líder bolchevique, pero no rige el marco cooperativo que imaginó el dirigente socialdemócrata.
El perfil más cosmopolita que rodea a amplios sectores de la burguesía coexiste con el militarismo y la inestabilidad del sistema. Hay mayor asociación del capital internacional, pero ningún atisbo de la paz perpetua, que concebía el teórico del ultra-imperialismo. Como la integración se consuma a través de los viejos estados y no a través de un basamento multinacional, el capitalismo continúa corroído por múltiples tensiones geopolíticas.
Es importante registrar el cambio en curso y sus limitaciones. La asociación internacional de los capitalistas es un proceso contradictorio y tendencial. Ha transformado significativamente la estructura competitiva nacional del imperialismo clásico, pero no ha creado clases dominantes trasnacionales despegadas de sus viejos estados. Hay un nuevo status de clases integradas, que no se amalgaman por completo.
Este perfil es coherente con la naturaleza de la burguesía, como sector competitivo gobernado por mecanismos colectivos. Los capitalistas conforman una clase social, que ha incluido históricamente una amplia variedad de continuidades y cambios, para adaptarse al curso de la acumulación.
A diferencia de la nobleza, la burguesía segrega y agrega. Perpetúa linajes y absorbe nuevos contingentes. Recurre a la separación competitiva y a la absorción inclusiva. Por un lado recrea privilegios estables y limita la movilidad social a través de la herencia. Por otra parte coopta nuevos grupos a la administración de los beneficios.
Las clases capitalistas necesitan estabilidad para asegurar su reproducción y evitan las transformaciones abruptas. Pero modifican permanentemente su conformación interna para reproducir los negocios e incorporan a su ámbito a todos los sectores que se amoldan a las exigencias de rentabilidad.
Este equilibrio entre continuidades y renovaciones desemboca en un sistema de dominación ampliada. La clase capitalista no se reduce a un puñado inmutable de propietarios de los medios de producción. Se reconfigura periódicamente, mediante la incorporación de nuevos segmentos.
Este proceso condujo por ejemplo en la posguerra a la inclusión de las nuevas capas gerenciales, surgidas del propio proceso de concentración y centralización del capital. Esta incorporación involucró a todos los funcionarios que realizan tareas esenciales para la continuidad del sistema (coerción, persuasión, control, vigilancia). Han quedado asimilados al polo dominante y participan como poseedores o expropiadores de la confiscación del trabajo ajeno.
Los capitalistas amplían su composición con este tipo de absorciones de los sectores necesarios para valorizar el capital. Estos segmentos cumplen funciones estratégicas en el control del proceso de trabajo y aseguran la reproducción de la ganancia (altos directivos). Cumplen un rol muy diferente a la actividad puramente técnica, desarrollada por otro tipo de asalariados (profesionales).