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    Sin categoría

    CLAROSCURO

    11 abril, 20145 Mins Read
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    CLAROSCURO

    Por Simon Kemplerer. Los cuartos de final de la Champions dejaron afuera al Barsa y adentro al Atlético de Madrid. Al Atlético dentro de la Champion y al Barsa fuera de sí mismo. Y algunos, no sabemos si alegrarnos o llorar.

    La noche más clara

    Sería injusto no alegrarse por el triunfo del Atlético de Madrid. Sería despojar al tiempo de sus poderes: la única constante universal es el cambio y ayer los poderes de un equipazo pasaron al otro. El Barcelona se agota poco a poco desde la partida de Pep y el Atlético se fortalece hasta puntos inimaginables.

    El del Cholo es un equipo tremendamente aguerrido, tremendamente ordenado, tremendamente tenaz. Un equipo con una entereza admirable. Y no es, como se podría pensar, un equipo defensivo. Es más de marca y aguante que de tenencia, es más de potencia que de armonía, pero no por eso es más de destrucción que de construcción. Rompe, sí, rompe mucho, pero crea. Corre, marca, recupera la pelota y sale tocando. Crea, en fin. Es un equipo serio. A cara de perro. Pero es, sin embargo, un equipo digno. El Real Madrid, por ejemplo, no es un equipo digno, y no me pregunten por qué lo digo porque no tengo ni idea. Después lo pienso.

    Alegría por el Ateltico de Madrid, ese equipo que vive en el infierno y a esos hinchas que los une eternamente el fracaso y la derrota, y se fortalecen en ella. Una tristeza cómo se va apagando la llamita del mejor equipo de la historia.

    La noche más oscura

    Ahora, si se mira el partido desde el arco de Pinto, hay que declarar que fue enormemente triste ver cómo los sueños se caían a pedazos. Algo de la magia que fue y ya no es. Que era y ya no es. Cada instante era inundado por el dolor de la ausencia. Cada balón que tocaba el equipo azulgrana provocaba un vacío en cada uno de sus amantes.

    Noche fatídica para los que esperábamos un resurgir de lo que ya no es. Una parodia del pasado. Un pasado de ensueños convertido en tropezón. Noche de desencanto. Como en las películas de Disney cuando al protagonista se le van los poderes mágicos para volver a ser aquel que era antes de encontrarse el medallón de las dos serpientes. Como Sebastian en el tacho de basura después de haber sido Atreyu. Como ese momento cualquiera e inesperado donde todo vuelve a ser como fue. Cuando los poderes se esfuman con ese efecto especialde una silueta azul eléctrica que le recorre el cuerpo, de la cabeza a los pies, dejándolo sin brillo. El momento en que se va el hechizo y el joven protagonista se queda sin aura. El momento en que lo dejan de mirar desde el cielo, cuando todos los ángeles miran para otro lado y se vuelve un simple mortal, sin plata siquiera para el colectivo. Momento inesperado en que pasan corriendo los chicos malos del barrio, le meten el pie al chico bueno y encantador que cae al suelo, inocente y resignado, mientras los chicos populares se alejan riendo burlescos en sus patinetas. Todo eso pasó ayer en Madrid.

    Pero, como dice la tercera ley de la termodinámica, nada se pierde, todo se transforma. Esos poderes que se le esfumaron a la pandilla del Pep, no se perdieron, se transformaron y se hicieron madrileños. El equipazo del Cholo Simeone dio una lección de fútbol y tocó la pelota como lo hacían antes los encantados. El equipo del Cholo dio cátedra, y además ganó.

    La dialéctica compañero, la dialéctica.

    Hace más de dos años, cuando todos rastreábamos, extasiados, la génesis del proceso de que convirtió al Barcelona en el mejor equipo de la historia (al menos de la historia de los menores de 40 años), Ezequiel Fernández Moores, el gigante matutino de los miércoles, contaba en una nota sobre la escuela de la Masía cómo era que los jugadores del Barcelona practicaban desde hace treinta años ese pase corto, a un metro de distancia, de ida y vuelta. Contaba que ese pase que parecía tan fácil ante los ojos del mundo, debía hacerse de frente y sin efecto, para no disminuir la velocidad del trayecto y evitar así el despojo del balón por el contrario. Ese pequeñito acto de tocar la pelota solo era posible gracias al arte de la práctica y la repetición. La empíria, sumada a las ganas de jugar hacían que las cosas salieran perfectas. Ayer… ayer salieron todas mal. Todas mal.

    Hay una especie de juego dialéctico entre el hecho de ser capaz de jugar muy bien a la pelota, y la alegría necesaria para poder hacerlo así de bien. Lo técnico y lo lúdico se potencian entre sí. Uno de los puntos fuertes del Barcelona era no desesperarse cuando las cosas salían mal. Iban perdiendo, faltaban 10 minutos para el final, y Xavi le tocaba la pelota a Iniesta, que estaba a su lado, nueve veces seguidas, como si el partido estuviera suspendido. Se tocaban la pelota entre sí como si estuvieran esperando al costado de la canchita que terminaran de jugar los que estaban adentro para entrar a jugar ellos. “Qué haces fiera, cómo estuvo anoche, hasta qué hora se quedaron”, le decía Xavi, y le tocaba la pelota, “buenísimo”, le respondía Iniesta mientras se la devolvía, “no sabes la minas que habían”. Y así. Pero no, no estaban esperando, estaban jugando, por ejemplo, una semifinal de una Champion contra una multitud de italianos criminales. Esa calma, generada por la autoconciencia de la propia calidad y la alegría de jugar, los hacía superdotados. Eran genios por exceso de felicidad, como Patch Adams.

    Anoche todo se rompió. Se interrumpió el pase y la sonrisa. De pase corto a cara larga. Fue un punto de inflexión. Cambio de sentido y dirección. Algún día tenía que pasar. El paso del tiempo se hizo presente. Fue hermoso mientras duró.

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