Por Emiliano S. Última entrega de los ensayos sobre el rock en la Argentina. Cierre de Cirse: espinoso.
La profundidad-digamos en el rock, pero en el pop sería más justo- es un efecto tardío o miserable que imaginariamente se construye en la opinión pública de manera muy singular: o los medios la fundan sobre una mitología hermosa (¿Qué distancia hay entre “Fabio Zerpa tiene razón” y “Cheek to cheek”? Unos meses de diferencia, unos meses de 1984 en los cuales Calamaro era bohemio, moderno y joven y Cipolatti, mersa, feo e infantil), o sus propios protagonistas la inventan (no hay disco más trivial y menemistamente correcto que Amor Amarillo, por más bella que sea la versión de “Bajan” que Cerati recrea en ese álbum de 1993). Sin embargo, siguen siendo paradojales las apuestas del pop en nuestro país luego del 2001, digo del pop que intenta insertarse o crearse un mito de origen en los escenarios del rock argentino. Es el caso de Cirse, que de no ser por Tan Biónica y una apuesta por la música (por seguir creyendo en la música como acto de creación que dignifique la existencia) hoy también sería protagonista de un tweet de Tinelli.
Cirse nace en Adrogué, pero el origen conurbano es un dato menor. Lo importante aquí es pensar qué ocurrió con aquellas bandas que se refugiaron en la nueva camada post-punk yankee. Dicen los especialistas (los mismos que hacen esas publicidades sobre detergentes) que el nü metal murió en 2005. Bandas como Staind o Disturbed ya no se sentían representadas en el camino que habían abierto los Korn a comienzos de los noventas.
Siempre, y de fondo, el problema es generacional. ¿Qué carajo es el post-grunge para Staind? Una voz depresiva, barbuda, fracasada y un tanto caricaturesca. Claro, Aaron Lewis, cantante de Staind, sufrió (como muchos de su generación) a Eddie Vedder. La sombra de Pearl Jam eclipsó a todo lo que vino de la periférica California. Aun sigo pensando que lo que se conoce como “post nü metal” y que no es más que una revitalización cronolectal entre el pop y el punk (¿post-punk? Ponele) que MTV supo concebir, instala un problema posicional: cómo enterrar a los padres.
El papá pitufo del escenario post-punk fue sin duda alguna Billie Joe Armstrong, primer ministro de Green Day. Pero Billie ya está viejo, gordo y sigue hablando de esas tonteras sobre el desembarco imperialista de su país en Oriente. ¿A quién le importa hoy American Idiot? Algo similar ocurrió con The Offspring, ya no desde lo poético, desde lo lírico, en 2008. En Rise and Fall, Rage and Grace su sonido cambió radicalmente. Se podía disciplinar un sampler. Si sabrán los Redondos de repudios por intentarlo. Claro que hay bandas radicales y evasivas del mainstream como Social Distortion, no por dejar un sello fofo como Epic, sino por asumirse como un colectivo de renegados. Nunca serán referencias de ninguna generación. Allí ganaron. ¿Dónde quedaron los “anarco punks” norteamericanos? Vaya uno a saber.
Lo que sí importa aquí, en las pampas donde los neogringos instalan todo (heladeras, autos, cadenas de comida, post-punk, el prefijo “neo”…), es qué pensaban los Cirse cuando telonearon a Avril Lavigne. En principio, ya no hay fronteras que permitan una secuencia sistemática de piedras hacia el escenario. La que tuvo que sufrir ese garrón de “los inadaptados de siempre” (los que íbamos a ver lo ‘nuevo’ de Slash) fue Amy Lee, la cantante de Evanescence. El Quilmes Rock del 2007 la recibió así, a los tiros (insisto: venían Slash y sus Velvel Revolver después, gente anciana que hace algo extinto llamado ‘rock pesado’), pero ella se la bancó, firme y digna. Amy Lee abrió una puerta: ni metal, ni punk, ni stoner, ni pop. Sincretismo, lugar de encrucijada en el cual una mina se carga al hombro un cambio generacional, de época. Desde otro palo, el death metal, Ángela Gossow estaba haciendo lo mismo al frente de Arch Enemy. Género ultramachista, ahora, porque las encuestas lo piden, con duras hembras frente a la monada.
Luciana Segovia tiene mucho más de Hayley Williams, cantante de Paramore y espejo de lo que Cirse quiso hacer cuando pensaron en voz alta. No solo por su presencia antropológica (vestuario, pelito, movimientos en el escenario) sino también por sus búsquedas musicales. Se dieron el gusto de telonear a Paramore (único fenómeno adolescente que puede vencer, aun hoy, y darle muerte a los One Direction), de hecho, y a Duran Duran en 2012.
Como toda ingeniería de César Andino (productor del primer disco de Cirse, Bi Polar, en 2007), la voz y el cráneo de Cabezones les permitió encontrar raíces con una táctica criolla. De Bi Polar se oye Paramore interpretando (esta es una ilustración para mis lectores) “Alma de Diamante” del flaco Luis y “Katmandú” de Pappo. Sí, de Pappo. La táctica es original y arriesgada. Pero funda un linaje y reivindica un punto de partida en dos padres (ya con Billie Joe era muy incestuosa la cosa) del rock argentino.
La historia siguió con guiños eternos: en Bi Polar se susurra (los Cirse juegan) con Cerati en el puente (sic) del tema “Cuando despiertes” (sí, “Cuando pase el temblor”, ya lo escuchamos en la infancia), en el silencio de “Mentiras” (sí, “Lamento Boliviano”, escuchen la letra, no estoy alucinando); en Imaginario (2010), un tema como “Invisible” recuerda la voz perdida de Spinetta sin hablar de Spinetta. ¿Cómo comerse al padre o, por los relatos de la infancia-sí, por el mito griego- hechizarlo y burlarlo o eternizarlo para siempre? El gesto de Cirse, entre las nuevas expresiones post-punk y los padres del rock nacional (frase nominal extinta), sigue siendo valiente. En tiempos de “ella tiene swing, tiene swing”, cuando la profundidad se ha ido con los padres (sepultados), habría que militar por los y las Cirse, para seguir resistiendo.
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