Por Francisco Longa
¿Cómo calibra el kirchnerismo la amplitud ideológica de sus integrantes con la centralización que la instancia electoral exige? Una pregunta clave en días donde fue ungido Scioli y desobedeció Randazzo.
La instancia del cierre de las listas electorales puede pensarse como un nodo donde pasado y futuro se articulan. Los candidatos y candidatas, los espacios políticos representados, las ausencias y las presencias, emulan un juego de luces y sombras donde distintos aspectos cobran visibilidad según el enfoque que se le dé a dicho nodo.
Lo difícil, en ese caso, es hacer convivir la multiplicidad de focos de legitimación de poder que el kirchnerismo viene ostentando (gobernadores del PJ, movimiento sociales juveniles, organismos de derechos humanos, barones del conurbano, votantes independientes de matriz progresista, etc.), con la centralidad que exige la instancia electoral; al momento de cerrar filas: ¿cómo contentar entonces a tan vasto espectro ideológico? Y, aún más, ¿cómo hacerlo presentando al mismo tiempo una oferta competitiva?
Ocurre que el kirchnerismo calibra con mucha precisión el punto exacto en el cual la dispersión de poder se torna contraproducente para la conservación del mismo, y esa calibración se tradujo sin dudas en el reciente cierre de las listas. Entonces, si en algún momento sobrevoló la hipótesis que el kirchnerismo, considerando que no tendría candidato ‘puro’ que le asegurara el triunfo electoral, preferiría perder con un candidato propio a ganar con uno ajeno, esto fue echado por tierra el sábado pasado.
En lo que refiere a la composición misma de las listas, la resultante muestra una enorme pirámide de ‘kirchnerismo puro’, en cuyo vértice resplandece Daniel Osvaldo Scioli. En el acuerdo el gobernador de Buenos Aires tendrá margen para la designación de los cargos ministeriales, mientras al kirchnerismo de pura cepa (tal como los militantes de La Cámpora, Kolina y el Movimiento Evita) le queda la hegemonía casi absoluta de los cargos electivos.
Pareciera un lugar común a esta altura hablar de la centralidad que los militantes La Cámpora han tenido en este cierre de listas. No obstante, y sin reproducir la demonización sobre este agrupamiento que los medios concentrados pretenden instalar, no dejan de sorprender algunos casos puntuales, como el desplazamiento del actual intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, como candidato a la reelección a manos del joven militante camporista Julián Álvarez, quien competirá por esa cartera bonaerense. Por otra parte, es cierto que en los cargos ejecutivos a las gobernaciones los militantes de las fuerzas juveniles del kirchnerismo prácticamente no aparecen, siquiera aún como ‘vices’; allí se hacen fuertes nombres que provienen de la estructura del PJ tradicional como los de Aníbal Fernández, Fernando Espinoza y Julián Dominguez.
En tren a la Siberia
El cierre de las listas renovó el staff kirchnerista y puso en evidencia un nuevo ciclo de protagonistas, actores de reparto y candidatos al olvido. Uno de los principales recursos que el kirchnerismo ha desplegado en todo su ciclo, y que le ha servido para conservar y ampliar su hegemonía política, ha sido un virtuoso manejo del ‘ostracismo’ político. Como modo privilegiado de resolver tensiones internas en el amplio espectro político abarcado por la fuerza social más importante de las últimas décadas en el país, el recurso al eclipsamiento o encumbramiento de candidatos ha sido una alquimia que solo este espacio pudo desplegar con tanta justeza. Como ejemplo, las luces protagónicas hacia Gabriel Mariotto durante sus primeros meses como vicegobernador en la provincia, contrastan fuertemente con la reclusión casi a las sombras a la que fue confinado, a medida que la entente con el ex motonauta crecía en posibilidades.
En la última semana le tocó el turno a Florencio Randazzo, otrora ministro estrella en función de las indudablemente buenas gestiones en materia de renovación de DNI y pasaportes, y en la recuperación de la operatividad del sistema ferroviario. Sucede que el oriundo de Chivilcoy no supo como hilvanar su ‘palabra empeñada’ con los requerimientos que la centralización histórica del peronismo demandó. Llama la atención que un gesto individualista pudiera anteponerse a la orgánica que exigía la presidenta; no obstante todo indica que de eso se trató. Es de esperar entonces que mientras la oposición conservadora lo elogie por ‘preservar su palabra’ (virtud que no aplicaría para Gabriela Michetti quien había dicho que no sería candidata a vice, y terminó siéndolo), dentro del kirchnerismo lo confinen al olvido. Primero la patria, después el movimiento y tercero los hombres, forma parte de una lección básica del peronismo que Florencio se llevó a marzo.
Con todo, los reacomodamientos y los juegos de luces y sombras sobre determinados candidatos en el kirchnerismo no niegan la existencia de un proyecto político robusto, que conoce cómo barajar nombres en función de preservar determinados aspectos troncales. Quedará por verse si durante los próximos 2 años, en caso de triunfar el FpV, el vértice de la pirámide ostenta juego propio o si funciona en tándem con el resto de la misma. Dilemas de un proyecto político que siguen siendo el principal dominador del tablero político.