Por Constanza Gigena Bouldoukian
El 24 de abril de cada año, las y los armenios recuerdan una de las fechas más tristes de su historia: el inicio del exterminio de su pueblo iniciado por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, que dejó cerca de un millón y medio de víctimas. La conmemoración de este año tiene un carácter especial: es el 100º aniversario del día en que el Partido de Los Jóvenes Turcos ordenó la detención y asesinato de alrededor de 600 ciudadanos armenios, principalmente representantes políticos, religiosos, artistas e intelectuales.
Tal decisión fue una de las primeras medidas de un plan sistemático que consistió en el sometimiento a tratos inhumanos, traslados y deportaciones forzosas en condiciones deplorables, asesinatos, violaciones, apropiación de mujeres y conversión al islamismo. A nivel material, se complementó con la confiscación de bienes y propiedades y la destrucción de edificios, iglesias y en general todo el patrimonio histórico-cultural que fuera parte de la identidad armenia.
En una especie de “solución final” de fundamento panturquista, las autoridades otomanas se propusieron sacrificar a la población armenia, para ellos un obstáculo a sus ideales de unidad bajo una única raza. Por el mismo motivo, fueron cometidos similares crímenes contra las poblaciones griegas, asirias, circasianas y kurdas. Como resultado, gran parte de los sobrevivientes buscaron refugio en otros países, dando origen a lo que es hoy la Diáspora. Alrededor de 1.500.000 armenios y armenias fueron asesinados y Armenia perdió en manos del Imperio casi tres cuartas partes de su territorio.
Contexto histórico
La Primera Guerra Mundial sirvió como contexto y excusa, no obstante lo cual hubo críticas y condenas de la comunidad internacional. Existen innumerables documentos en los que autoridades otomanas, diplomáticos extranjeros y miembros de la prensa daban cuenta de los crímenes que se estaban cometiendo. Declaraciones de los Aliados al iniciar y concluir la guerra coincidían en que tales acciones eran contrarias a las leyes de la humanidad y principios humanitarios. Sin embargo, la falta de un interés real por la población armenia a costa de los intereses geopolíticos de las potencias europeas llevó a que todos los intentos de someter a la justicia a los responsables de las masacres fracasaran. Al momento de firmarse los acuerdos de armisticio, las pretensiones de atribuir responsabilidad fueron abandonadas y los reclamos del pueblo armenio tuvieron que esperar varios años hasta ser nuevamente oídos.
Desde entonces la posición de Turquía, sucesora del Imperio Otomano, ha pasado del silencio al negacionismo, materializado en acciones que pueblo argentino desgraciadamente conoce en carne propia: la demonización de la víctima o teoría de los dos demonios, por la cual se reparten responsabilidades y atribuyen culpas a un supuesto enemigo interno; la apelación al estado de guerra para disfrazar lo que en realidad constituyó Genocidio, tanto en su intención de destrucción total del grupo humano como en cada uno de los crímenes cometidos con ese fin.
La negación se complementa con la relativización de la tragedia, al reducirla a una mera disquisición sobre la cantidad de víctimas. En Turquía, a su vez, se recurre a la censura persiguiendo cualquier intento de revisión a la versión oficial mediante la aplicación del artículo 301 de su Código Penal que prevé distintas escalas de penas de prisión por “agravios” a la identidad Turca, la República o la Gran Asamblea. El asesinato en Estambul del periodista turco de origen armenio Hrant Dink en el año 2007 es una de las formas más trágicas que ha adoptado el extremismo nacionalista turco actual.
En los años posteriores a la guerra la cuestión no fue tratada significativamente por la comunidad armenia. Los miembros de la Diáspora, disgregada, se encontraban reiniciando sus vidas lejos de la madre patria, con la cual en muchos casos no tuvieron contacto por años. La República Armenia, luego de un breve período de independencia, pasó a formar parte en 1922 de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo que sofocó cualquier intento de reclamo territorial o de reconocimiento como política oficial, sometida a las relaciones mantenidas entre la Unión Soviética y Turquía.
Fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando Rafael Lemkin, motivado por el exterminio de los armenios y el Holocausto acuñó por primera vez el término Genocidio cuando la discusión sobre la tragedia armenia dio un nuevo giro. Receptado por la ONU al sancionarse la Convención para la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio, en su preámbulo se encuentran varias referencias a la preexistencia del crimen, con independencia de su posterior adopción en un texto legal.
El reclamo hoy
A partir de la segunda mitad del siglo XX comenzó una etapa de visibilización, en la cual más de veinte países pasaron a reconocerlo oficialmente como un Genocidio. 42 Estados de los Estados Unidos de Norteamérica adscribieron a esa postura, no así ése país a pesar de que el tema había sido usado por el actual presidente Obama como promesa de su campaña electoral. Junto con la de Israel, la negativa estadounidense es parte de una realidad política: Turquía es un aliado clave de ambos países para el desarrollo de sus intereses en la región y no están dispuestos a tensar las relaciones.
En el ámbito de las organizaciones internacionales se destaca la Resolución del Tribunal Permanente de los Pueblos, constituido en París en 1984 en su sesión sobre el Genocidio del Pueblo de los armenios y el Informe de la Subcomisión de prevención de las discriminaciones y protección a las minorías aprobado en 1985 en la ONU.
En nuestro país, la ley 26.199 declara al 24 de abril como “Día de acción por la tolerancia y el respeto ante los pueblos, en conmemoración del genocidio de que fue víctima el pueblo armenio”. En varias provincias argentinas el genocidio armenio ha pasado a ser parte de la currícula escolar. Recientemente, una decisión del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 5 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires del 2011 pasó a ser la primer sentencia en el mundo que invocando el carácter universal e imprescriptible se pronunció sobre la configuración del delito y dio un gran paso en el proceso de reconocimiento que aún espera su desenlace. Se trata de la Resolución declarativa enmarcada en un juicio del género de los procesos por la verdad y la justicia. Por último, en ocasión de celebrarse la misa por los mártires armenios el Papa Francisco ha hecho una invaluable contribución a la causa. El Vaticano ha sido uno de los Estados en reconocerlo oficialmente y sus archivos históricos, parte de la prueba documental existente sobre el tema.
Desde hace un año y a instancias de la colectividad armenia, en todas partes del mundo se realizan actos preparativos y conmemorativos del centenario del genocidio. Bajo el lema “Memoria y reclamo” se han emprendido todo tipo de acciones para romper definitivamente el silencio y la negativa turca. Memoria, en eterno reconocimiento al 1.500.000 de armenios que perdió su vida en manos del Estado turco, a los deportados sobrevivientes de las masacres que lograron sobreponerse y a quienes emprendieron la lucha para el reconocimiento para que este primer Genocidio del siglo XX no cayera en el olvido y la indiferencia. Reclamo, al Estado Turco en particular y a la comunidad internacional en general, porque tales crímenes afectan a la humanidad en su conjunto y su reconocimiento es un compromiso y un logro de todos.