Chile lleva tres meses de lucha en las calles, y aunque por momentos los ánimos decaigan y pareciera que el cansancio ganara las calles, las mismas están tan llenas como siempre. Luchando contra un gobierno que apela al cansancio y al circo electoral, la población chilena sabe que el proceso iniciado hace ya tres meses, recién está comenzando.
Fotos y texto por Gonzalo Pehuén desde Santiago, Chile
Tres meses.
Era una tarde de octubre, el día 18 más precisamente; cinco días atrás una chica de Liceo daba un salto que sería fundamental para los tiempos subsiguientes: aún cuando todavía no lo sabían, el salto de ese torniquete del metro el lunes 14 sería un salto para la historia reciente de Chile. Era una tarde como cualquier otra, y quienes desde ese lunes llevábamos la cuenta de los hechos en el metro a raíz del alza en el pasaje, nos encontrábamos con que el centro de Santiago ardía; las autoridades habían decidido cancelar el servicio en plena hora punta con el fin de evitar las evasiones masivas, y aquello que días atrás habían dicho que no había prendido, se extendió como reguero de pólvora, y ardió por todo Chile. Era el 18 de octubre del año 2019, una fecha que quedaría marcada literalmente a fuego en el cuerpo de todo el país. Ese día, sin saberlo, la incompetencia del gobierno había dado inicio a la revuelta.
El panorama ya era conocido, pero no por eso resultaba tedioso. Aunque el número de personas distaba mucho de ser el que fuera dos meses atrás en que ni caminar se podía los viernes en los alrededores de la Plaza de la Dignidad (por entonces todavía denominada Plaza Italia), toda el área en torno era nuevamente escenario de batallas.
Era 17 de enero, apenas a pasos de cumplirse tres meses y la Plaza de la Dignidad nuevamente ardía contra la represión del Estado.
El piso de las veredas ya no existe, un barrial que hace recordar al conurbano bonaerense un día de lluvia es lo que se pisa en la esquina de la Alameda Bernardo O’Higgins con el pasaje Ramón Corbalán, a una cuadra de la plaza. Las calles se riegan como no lo están en casi todo el año; es como si esa agua que es saqueada fuera devuelta por el guanaco, mezclada con ácido, y transformara la Alameda en un pequeño río como aquellos que han sido robados por “Aguas Andinas”.
Una nube ardiente inunda el aire, y solo los gritos de “paco muerto” o “paco perkin” son capaces de cortarla. Los gritos surcan el aire cuales lacrimógenas, la multitud que da cara a los Carabineros se infunda ánimos aullando al unísono mientras avanzan palmo a palmo con los escudos, mientras los “camotes” calientes, recién picados de alguna vereda, vuelan en dirección a la línea de pacos que se encuentra enfrente. El ruido del metal golpeado, el festejo cuando una molotov da en el blanco, los cantos surgidos de algún video viral, la solidaridad despertada de forma espontánea y que en las calles es casi moneda corriente.
Tres meses de revuelta han dejado mucho aprendizaje. Tres meses de revuelta cambiaron la vida de todo un pueblo.
Al contemplarse las cifras duras, las mismas duelen más que cualquier herida que pueda recibirse en el día a día. Más de 300 son los casos de lesiones oculares, 2500 las personas privadas de su libertad, y más de 30 las víctimas fatales del terrorismo del Estado. Los casos de torturas, de apremios ilegales, de violencia política sexual, son casi incontables. Las agresiones perpetradas de forma arbitraria se suman a los casos de secuestros llevados a cabo por civiles, sustrayendo de la vía pública a personas que luego aparecen en alguna comisaría. Los ultrajes sexuales no cesaron al igual que las cacerías desmesuradas en las poblas.
Los números de la revuelta, sin embargo, no logran reflejar el pulso de la calle. El número de personas heridas es realmente mucho mayor al graficado en las estadísticas, ya que no todas son atendidas por equipos médicos. Muchas de las personas detenidas han llegado a figurar como desaparecidas, en algunos casos por días, y en otros han sido “liberadas” sin siquiera haber pasado por una comisaría o dependencia de Carabineros. Los centros de torturas son ocultos por el velo del Estado, que busca tapar bajo la alfombra su accionar terrorista desplazando de su cargo a apenas un puñado de funcionarios. Algo distinto sucede con la ahora emblemática estación Baquedano del metro, esa misma que ubicada en pleno centro de la ciudad y que tras funcionar como centro de tortura durante los días del toque de queda, fue objeto de pedradas, molotovs y de cuanto objeto arrojadizo pudiera valerse la población, tapando casi al completo sus entradas; accesos mismos desde los que en más de una ocasión dispararon perdigones y gases a la multitud que reclamaba.
Sin embargo la población no es “weona” y si de números hablamos, el porcentaje de apoyo al gobierno es cada vez menor, llegándose a mencionar un irrisorio 6% de aprobación. ¿Pero qué puede esperarse de un gobierno electo por menos de un cuarto de la población en condiciones de votar? Tan solo la consulta ciudadana de diciembre contó en algunas regiones con una mayor participación que más de una elección presidencial, contando alrededor de 2 millones y medio de votantes, del cual el 92% se inclinó a favor de una nueva Constitución.
La realidad chilena se va transformando día tras día, y si bien puede que muchxs no estén del todo de acuerdo con las formas democráticas liberales, con el tipo de representatividad que otorga el sufragio, es innegable que el aumento en la participación dan cuenta de un mayor compromiso en las políticas del país, algo que se puede ver en las expresiones de diferentes figuras en los festivales típicos del verano chileno. Y no hace falta mirar las señales de televisión para notar eso: en las calles, en las micros del transporte público, la coyuntura actual es tema de conversación.
La realidad chilena se va transformando a medida que los días se convierten en semanas, y estas se transforman en meses. La realidad chilena lleva tres meses mutando.
La convocatoria del sábado 18 no llegó a ser lo masiva que podía esperarse. No obstante lo que podía apreciarse en la plaza, cordones de Carabineros en las arterias que discurren hacía la Plaza de la Dignidad impidieron el acceso de mucha gente. De todas maneras, se protestó en las poblas, y así y todo ya el mismo viernes el número cuadruplicaba al del sábado. El pasar de las semanas va dejando su huella, no solo por la tierra que va resurgiendo donde otrora hubiera cemento, sino por las heridas en los cuerpos y el ánimo. La tan fetichizada primera línea fue dejada a su suerte en más de una ocasión, acrecentando los riesgos de detenciones y atropellos.
Al transcurrir tres meses, los efectos de no dejar ni un solo día las calles se van sintiendo. El debate frente a quienes solo van a “carretear” (tomar alcohol y “festejar”) se va marcando profundo y plantea un escenario que no a todo el mundo le resulta agradable. Y sin embargo esa masa “pacifista” es muy consciente de que todo es posible gracias a esas personas que arriesgan todo por buscar un Chile más justo.
La celebración del Año Nuevo fue una muestra de ello y de los cambios que se van operando. Desde las 18hs del martes 31 de diciembre hasta las 6hs del 1 de enero no se le dio tregua a los efectivos de Fuerzas Especiales apostados en los alrededores de la Plaza de la Dignidad, mientras miles de personas se congregaban en la misma a compartir la cena de despedida del año. Lxs encapuchadxs recibían comida de parte de voluntarixs que habían instalado una cocina frente a la estación del metro, al igual que las familias que habían trasladado mesas, sillas, heladeritas, y comida de sobra como para repartir a quien no tuviera cena. Hasta el mismo momento de las 00hs fue distinto a cualquier otro; no hubo cuenta regresiva ni gritos de “Feliz Año”, solo el canto de “El pueblo unido jamás será vencido” mientras se compartía el brindis al igual que había sucedido con la cena.
El “Año Nuevo” se comenzaba luchando. Tal y como se especula que pueda llegar a seguir.
Si bien se aprecia una notable baja en las convocatorias, enero no es un mes exento de lucha. El boicot a las PSU estuvo marcado por una fuerte represión al igual que las evasiones al metro, y el atropello de un chico de Liceo por parte de Carabineros en la comuna de Pudahuel llevó a feroces jornadas de manifestaciones en sus calles, desmedidamente reprimidas.
El verano se ha tornado una suerte de tiempo de “descanso”; aunque el centro de la ciudad parezca vacío, en las periferias y regiones la actividad se descentraliza y adopta nuevas modalidades.
Sobre febrero poco se especula, pero se espera que para marzo la “cagá” quede nuevamente. El gobierno se prepara para ello con el paquete de medidas que hacen de los cortes de calle y las caras tapadas delitos mayores que un abuso sexual.
El proceso iniciado el 18 de octubre del 2019 es largo, y aunque mucho ha pasado en el medio, es algo que recién comienza. Las especulaciones son muchas pero ninguna logra dar un panorama certero. Qué puede llegar a surgir del devenir de los hechos se oculta tras una nube de incertidumbre; pero hay una certeza que asoma entre todo eso, y es que al asentarse la tierra del estallido, Chile ya nunca será lo mismo.