La actual constitución chilena, redactada durante la dictadura de Pinochet, tiene su inspiración en el modelo de Estado impulsado por Diego Portales, en 1883. Una tradición en la concepción de un Estado autoritario que la Convención busca ponerle fin.
Por Andrés Kogan Valderrama
El inicio de las votaciones en el pleno de la Convención Constitucional para aprobar distintas normas para la nueva carta magna, no solo es un hito histórico para la democracia de Chile, sino también nos da mucha esperanza en la construcción de un Estado muy diferente al que se nos ha impuesto desde el siglo XIX en adelante.
La aprobación general de artículos con amplias mayorías (2/3 de los votos), como es el caso del pluralismo jurídico, la paridad y enfoque de género en la función jurisdiccional y un Estado regional, plurinacional e intercultural, no solo es una verdadera pesadilla para el mundo conservador en Chile, sino que puede verse como el comienzo del fin del Estado portaliano.
Si bien mucho se ha hablado en la discusión constituyente sobre el fin de la constitución de Pinochet de 1980 y de la imposición del Estado subsidiario y neoliberal, las bases coloniales, patriarcales y capitalistas de la estructura institucional de Chile se impusieron desde hace mucho antes, con el llamado peso de la noche portaliano desde la constitución de 1833.
Por eso que la aprobación de este tipo de artículos, tiene que ver con el término de un proyecto civilizatorio de muerte, impulsado por un Estado nación monocultural, extractivista, presidencialista y ferozmente centralista, que buscó uniformar a todos quienes vivían en este largo territorio, a través de una idea de chilenidad completamente excluyente.
La figura de Diego Portales, muy admirado por Jaime Guzmán, al ser el fundador del Estado autoritario de Chile, fue quizás el personaje público que más daño le ha hecho a la democracia del país, al construir una institucionalidad subordinada a los poderes económicos mineros y terratenientes, y custodiada por las fuerzas armadas y la iglesia católica, luego de la guerra civil oligárquica de 1829 entre pipiolos y pelucones.
No es casualidad por tanto, que Portales fuera quien inspirara, a través de la constitución de 1833, tanto la posterior Pacificación de la Araucanía (conquista de Wallmapu) como la Guerra del Pacífico (contra Perú y Bolivia por el control del salitre), las cuales solo fueron la consecuencia de la formación de un Estado racista, expansionista y anti-democrático chileno.
Un tipo de Estado portaliano, el cual a pesar de ser reformado con la constitución de 1925 y de 1980, sólo mantuvo y hasta profundizó, en el caso de la dictadura, una carta fundamental hecha por y para un pequeño grupo de privilegiados e iluminados, que han creído tener el derecho de definir el destino del país.
Por lo mismo, lo que se está definiendo en la Convención Constitucional es tan relevante para el futuro de Chile y pueda marcar una ruptura con un largo periodo de tiempo anterior, generando un verdadero terror a los sectores portalianos actuales, representados por la derecha política y económica en el país.
Ante esto, sus desesperados argumentos, luego de ver como el país que se apropiaron por siglos, se transforma en algo mucho más democrático, no hace otra cosa que irritarlos tanto, que hasta un grupo de constituyentes de derecha ha planteado la idea de dejar de ir a la Convención (1).
De ahí que planteen ideas sobre la Convención totalmente delirantes, al señalar que es un órgano marxista, indigenista y separatista, que solo busca dividir a los chilenos, darle privilegios a los pueblos originarios, poner fin a la igualdad ante la ley y ser parte de un plan macabro de destrucción del país.
No importa que en países liberales que ellos mismos admiran, como Canadá o Nueva Zelanda tengan pluralismo jurídico, o que España e Italia sean Estados regionales, para ellos la aprobación de estos artículos nos convertirá en la Venezuela de Maduro.
Para ellos, dueños de la razón por supuesto, todo el proceso constituyente en Chile ha sido maquinado por una izquierda extrema, con financiamiento externo, el cual ha engañado a un pueblo ignorante, dominado por lo emocional.
Por último, esta derecha en ruinas no le queda otra que victimizarse en el contexto actual, al ser una minoría ideológica en la Convención, sigue repitiendo el mismo discurso de Diego Portales, de desprecio a los políticos, ya que lo que siempre ha querido es tener a un dictador que les cuide los negocios y permita seguir perpetuando la concentración del poder.