A un año del histórico estallido de Chile, y en la previa del plebiscito del domingo para una nueva Constitución, dialogamos con Francisca Fernández, integrante de la Coordinadora Feminista 8M. Desbordar el neoliberalismo desde las instituciones, las calles y los cuerpos.
Por Maru Waldhüter | Fotos de FOI – La Colectiva
-Pasó un año del estallido de octubre. ¿Qué nos dejó?
-Yo creo que nos dejó sentimientos de todo tipo, algunos que pueden ser contradictorios. Primero, nos dejó la rabia. Yo creo que hay que hacer hincapié en eso. Corporalizamos una rabia acumulada. De hecho, en algunos ámbitos han dicho que “no era depresión, era capitalismo”. Es una frase que nos aúna a muchas y a muchos. Porque claro, siempre ha habido proyectos históricos y políticos de movimientos sociales, territoriales y de los pueblos, pero también había algo que pasaba desde tu corporalidad, desde tu intimidad. Era la rabia. La rabia a la injusticia. No necesariamente con elaboraciones políticas, por decirlo de alguna manera. Creo que octubre nos deja una rabia que toma las calles. Pero también, y por eso digo sentimientos encontrados, una rabia amorosa, que fue dando cuenta de la solidaridad, de la necesidad de conocernos entre vecinos y vecinas.
Imaginate que desde octubre emerge la categoría de vecinos y vecinas como una posibilidad desde dónde pensarse. De hecho, surge, por ejemplo, la Coordinadora de Asambleas Territoriales (CAT), que en un acuerdo de esas asambleas definen como categoría llamarse vecino y vecina, que no es la clásica categoría política desde donde pensar los cambios sociales.
El conocer a tu vecino y vecina, que muchas veces les conocías en otro contexto, pero en el marco de la revuelta, es encontrarse de otra manera. Por eso hablo de una rabia amorosa, porque no es solo el estallido, es una posibilidad de encuentro amoroso. No es pura intuición, es rabia, es malestar, pero también son trayectorias políticas que muchos movimientos sociales, pueblos y territorios veníamos construyendo.
Por ejemplo, las feministas llevamos, por lo menos, ya dos años de un encuentro plurinacional de las que luchan con un programa, con una propuesta contra las violencias patriarcales pero además con una propuesta en el ámbito de todas las cosas: en las luchas socioambientales; en el derecho a la vivienda y la ciudad; en la tecnología y las artes; una lucha antirracista y que reconozca a la migración como un derecho humano. También somos parte del movimiento del agua y los territorios, en el que generamos más de 60 cabildos en los que propusimos una gestión comunitaria de las aguas. Una experiencia histórica que hace 8 años veníamos pensando y que habíamos definido en nuestro último pre-Encuentro Plurinacional que fuese el primero, esas cosas mágicas, el 19 de octubre. Nunca pensamos que iba a ser al otro día de la revuelta y, de hecho, el primer cabildo por el agua se realizó en una zona rural, contra todas las dificultades.
Octubre no va a volver a ser lo mismo. Ya desde antes, por ejemplo el 12 de octubre, ha sido una fecha emblemática, de lucha anticolonial, que aúna a los pueblos originarios pero también a otros pueblos que nos reconocemos en esa trayectoria de lucha. El 12 de octubre del año pasado fue de los más violentos, cuando más nos reprimieron, y nunca pensamos que una semana después íbamos a estar desplegados pero de una manera mucho más multitudinaria.
Octubre es contradictorio porque es también la conmemoración del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre del año 1988, que finalmente nos sitúa en una posdictadura que a lo único que vino fue a consolidar las políticas neoliberales. Es también el mes de la revuelta. Y ahora se agrega la votación del 25. Son muchos sentimientos que se van reencontrando. Octubre es una radiografía resumida de lo que está pasando acá hace años.
-En otras conversaciones que tuviste, encontré una frase que viene llevando adelante la Coordinadora: “No más, somos más”. Pensaba que tal vez ahí hay algo de un proceso destituyente-constituyente más allá del Estado. ¿Coincidís con esta lectura?
-La única experiencia histórica de un Estado más cercano fue la Unidad Popular (UP), algo que nos diferencia de otros países latinoamericanos donde la reivindicación ha sido fuertemente estatista como Argentina, Uruguay, que tienen una relación más de “disputa” con el Estado. Para nosotras es el foco de conflicto histórico. Más allá de matices, obviamente, porque hay sectores movilizados que participan de una institucionalidad. Hemos sido muy enfáticos y enfáticas en entender lo constituyente más allá de lo institucional.
De hecho, cuando hablamos de plebiscito hablamos de proceso constituyente-constitucional porque entendemos lo constituyente como la construcción de nuevos horizontes políticos. Que en muchos casos, además, no tienen nada de nuevo. En esos nuevos horizontes políticos, una esfera de lo constituyente es la nueva Constitución mediante mecanismos institucionales, pero otra esfera es la construcción de esos horizontes políticos desde las lógicas territoriales y de la autonomía.
Frente a eso hemos dicho que el primer gesto de lo constituyente es lo destituyente. Y lo podemos ver en dos gestos: uno es en las movilizaciones en las calles pero, sobretodo, en lo que hemos llamado la Desmonumentalización, que además es algo que se ha ido repitiendo de manera maravillosa en toda Abya Yala, no es exclusivo de nuestro país. Pero en Chile tomó mucha fuerza en el marco de la revuelta. El romper, derribar los monumentos, fieles reflejos de los discursos heteropatriarcales, patrióticos, masculinos, coloniales, hegemónicos en general, fue como un acto de justicia restaurativa-simbólica. Necesitamos esos ejercicios de justicia. Desmontar un orden que históricamente nos ha precarizado y nos ha violentado.
Fueron catarsis de todo tipo. Obviamente el territorio mapuche se vinculó más con figuras coloniales relacionadas con la mal llamada “pacificación de Araucanía”. Santiago, más vinculado con las figuras patrióticas en general. En el norte, que siempre digo que es una de las que más me gusta como historia, no solo se desmonumentaliza, sino que se reemplaza colocando otro relato histórico. Es así que desmontan a Aguirre, un personaje emblemático de la colonia, y sobre colocan a una cacica diaguita, Milanka. Ahí lo que tú estás viendo es que no solamente destituyo, sino también instituyo la memoria de esos pueblos. Por eso lo veo en tres dinámicas: destituyente, constituyente y, también, instituyente de los mundos que queremos habitar, como dirían los zapatistas.
“Fuera Piñera” también fue parte del horizonte importante de la revuelta, más allá de que también teníamos los debates de que si se va Piñera, asume otro del mismo conglomerado político. Pero insisto, necesitamos esos gestos con urgencia de destituir y esto aumentó aún más desde que Carabineros lanzó desde el puente a Anthony, un joven de 16 años. Las feministas hoy también estamos diciendo que lo destituyente es disolver a Carabineros. Después reflexionaremos sobre los mecanismos de seguridad y las herramientas de los pueblos para cuidarse pero sabemos que Carabineros no es.
Por otra parte, hay una temporalidad de lo constituyente-institucional. Yo soy parte de uno de los sectores que es más crítico. Si bien el APRUEBO debería arrasar, justamente por esta justicia simbólica restaurativa, las opciones que después se nos vienen, son opciones dadas en un acuerdo de paz de partidos políticos. Las y los constituyentes serán votados por sistema de diputación, es decir, listas de partidos. Nuevamente vemos a los partidos colocándose en el centro de la conducción de una nueva Constitución. El proceso va generando tensiones en los movimientos sociales porque tenemos distintas lecturas de la real incidencia que podamos tener, por ejemplo, en la convención constitucional.
Por otra parte está lo constituyente popular. Han emergido con fuerza proyectos de asambleas populares constituyentes, que suceden en paralelo a lo institucional. Entonces es más allá de las instituciones. Estamos en la calle, estamos sosteniendo las políticas de autocuidado frente a la pandemia, estamos sosteniendo nuestro proyecto histórico. Nunca hay que olvidar que los tiempos del Capital y de las instituciones no son los mismos que los de nuestros pueblos. El proceso constituyente va más lento pero, a la vez, está siendo muy enriquecedor.
Más allá de esta lectura, si podemos o no incidir, si podemos desbordar o no las instituciones, en lo que estamos de acuerdo es que no podemos dejar la calle. Puede sonar terrible pero el hecho de Anthony, empujado del puente por un agente de Carabineros, volvió a movilizar a la gente a la Plaza de la Dignidad, a pesar de la pandemia.
-¿Cómo está la calle hoy en Chile?
-Complejo. Hoy no podemos separar la política de hostigamiento y criminalización, que es histórica por parte del Estado y los gobiernos de turno, que incluye a la izquierda institucional que negoció la impunidad que hoy seguimos viviendo. Piñera es el peor de los gobiernos, sin duda, es la derecha. Pero no podemos olvidar que durante el gobierno de la Concertación se privatizaron las sanitarias, fueron asesinados comuneros mapuches. Hay que hacer una lectura más transversal de la constitución del Estado.
Por otra parte, hay que contextualizar la situación con la pandemia. Somos uno de los pocos países que tiene toque de queda. La política sanitaria se convirtió en una política represiva. El otro día lo dije como broma: es como si el COVID se pusiera más peligroso a partir de las once de la noche. Es una política de confinamiento asociada a la supresión de los derechos humanos.
No podemos olvidar que los dos lemas de Chile que más se repitieron fueron: “Quédate en casa” y “Lávate las manos”. Como feminista, te puedo decir que son las dos frases más horrorosas. “Quédate en casa”, el lugar donde la violencia patriarcal hacia las mujeres, disidencias, niñeces, adultos y adultas mayores, es donde más se expresa. Han aumentado los feminicidios. El hogar se convierte en un espacio de peligro. O, por ejemplo, donde las y los migrantes viven en condiciones de hacinamiento y después les mostraban como “¡estos son los focos de transmisión del virus!”, dejando de lado el problema estructural.
Y por otra parte, “Lávate las manos”, en un país donde con el código de 1981 se privatizó el agua y hay más de 137 comunas que tienen escasez hídrica. Algo tan de sentido común como lavarse las manos, en Chile no se puede hacer.
-¿En qué aspectos de la Constitución que desean se puede incidir para solucionar este problema de la privatización de las aguas?
-Primero, el fin del Estado subsidiario. Jaime Guzmán, cuando crea la Constitución de 1980, plantea un Estado subsidiario que maso menos establece que los privados se hagan cargo de la gestión de las políticas públicas, incentivando la libre competencia, etcétera, neoliberalismo puro. Y cuando no estén presentes en eso, el Estado aparece. Más que subsidiario es un Estado privatizador que generó la mercantilización de todas las cosas. En el código de 1981, por ejemplo, dice “el agua es un bien nacional de uso público”. Hasta ahí vamos bien. Y “su forma de acceso es a través de derechos de aprovechamientos de agua”, lo que permite crear un mercado de agua donde tú puedas comprar, vender, arrendar y hasta hipotecar derechos de agua.
El modelo de privatización de las aguas es parte del sustrato estructural del modelo privatizador de los bienes comunitarios: la educación, la salud, la vivienda. Lo primero que tiene hacer una nueva Constitución es romper con la lógica del Estado subsidiario, lo más difícil de todo porque es el tronco estructural del modelo neoliberal en Chile. Sabemos que no vamos a derrumbar el capitalismo con una Constitución, pero sin embargo representa el organigrama de cómo se piensa el Estado y eso deriva en políticas públicas.
Entonces sí hay incidencia en cómo pensar, por ejemplo, la gestión de nuestros cuerpos o el derecho al aborto. Hay una interrelación absoluta. Entonces, el segundo criterio, y esto es una lucha tanto del movimiento feminista como de los movimientos socioambientales como de los pueblos originarios, es el carácter del Estado Plurinacional. Es decir, reconocer la convivencia, la coexistencia, no solo de los pueblos originarios, sino también de las y los migrantes, los afros, los sectores urbanos y campesinos, que son todas distintas comunidades políticas.
Queremos construir una plurinacionalidad de los territorios. Nos pensamos en esa clave. El nuevo constitucionalismo ecuatoriano y boliviano son grandes referentes, pero el que nosotras pensamos es en línea del que piensa Moira Millán, por ejemplo. Más desde los territorios que desde el Estado; mejor si es desde ambas. Lo pensamos desde varios escenarios. Como feminista, pensamos en el sistema plurinacional de cuidados. El reconocimiento histórico del trabajo de los cuidados, llamado trabajo reproductivo, trabajo doméstico, como lo quieras llamar, pero entendiendo que los distintos pueblos tenemos distintas formas de entender los cuidados.
Desde el escenario socioambiental, tanto desde el cuidado de la salud de las personas como de los territorios. La posibilidad del territorio sin contaminación, sin extractivismo. La lucha de tu cuerpo, de tu vida cotidiana, es también la lucha por una chacra limpia y sana.
Por último, no puede ser, en pleno Siglo XXI, que la base del Estado chileno sea la familia. Si me dijeras que hay múltiples formas de conformar una familia, estaríamos de acuerdo. Pero sabemos que se refieren a la familia heteropatriarcal. No puede partir de ahí. Necesitamos esos más de esos ejercicios de justicia simbólica potentes, no podemos seguir así.