Por Claudia Korol – @claukorol
Cuando dicen que el mundo es un pañuelo, pienso en el pañuelo de esas madres y abuelas que no lo usan para enjugar su llanto sino para enseñarnos que no hay que rendirse jamás, que la lucha no se detiene, aunque nos duela cada hueso y cada ausencia. Ellas riegan con sus lágrimas la siembra rebelde de sus hijos e hijas, y cosechan lentamente los frutos de esos amores de combate… las nietas y nietos secuestrados por los genocidas, y también los nuevos y nuevas luchadoras que nacen con la inspiración del fuego que sigue ardiendo en la memoria colectiva.
En la última dictadura, los milicos pusieron en marcha el perverso plan de apropiación de niños y niñas, considerando que aun los recién nacidos eran tan peligrosos como sus padres y madres.
No se equivocaron. Los hijos e hijas de los y las compas desaparecidos siguen volviendo del lugar del no ser en el que pretendieron dejarlos -prisioneros en identidades enajenadas-, para regresar la verdad y el cuerpo que la sostiene a su sitio. No se sabe exactamente de qué modo van llegando. Cuántos procesos confusos recorrió cada uno, cada una, cuántas dudas, cuántos miedos. Cada cual va llegando por otro camino, pero van encontrando su lugar en la lucha larga por la vida, la identidad, la justicia y la dignidad. Y cada nieto o nieta que regresa, que se encuentra, que encontramos, es un millón de sonrisas que se multiplican en las abuelas que nunca dejaron de buscarlos, y en quienes compartimos día tras día los esfuerzos para que el reino del terror vaya siendo dinamitado en sus entrañas. Así, en los cuerpos de quienes fueron niñxs y ahora son adultxs, más grandes que la edad que tenían sus padres y madres cuando las y los desaparecieron, se siguen librando antiguas y nuevas batallas en las que se resume toda la crueldad del sistema desaparecedor, pero también toda la tenacidad de una búsqueda colectiva inspirada en el amor.
En los días de Navidad, hemos vivido dos conmociones gigantes. El anuncio primero de la aparición de la nieta de Chicha Mariani, Clara Anahí, y luego su desmentida. En pocas horas lloramos de emoción, de alegría, de dolor. Nos reímos y celebramos. Nos abrazamos. Nos desesperamos. Nos llenamos de entusiasmo. Nos quedamos finalmente con montones de preguntas.
En el medio se han dado explicaciones diversas que no alcanzan a responder las preguntas fundamentales: ¿Dónde está Clara Anahí? ¿Por qué no se abren de una vez los archivos militares, civiles y religiosos, necesarios para establecerlo con total seguridad?
Siempre Chicha
Chicha, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, busca a su nieta Clara Anahí desde el momento en que los militares la arrancaron de la casa en la que vivió hasta los tres meses con sus padres, hoy desaparecidos. Chicha Mariani dice que no puede morirse hasta no reunirse con su nieta. Con sus 92 años no se murió. Y forjó una familia ampliada, que sabe resistir hasta vencer, y que en estos días la mima, la acompaña y la cuida. Ella se sabe acompañada, pero sigue buscando a quien espera y necesita: a Clara Anahí.
Chicha y su vida representa a un grupo de mujeres que jamás se entregaron ni doblegaron frente al poder. Ella nos enseña un coraje y una coherencia inquebrantable. Porque supo dar su vida, no muriendo sino viviendo cada día, tras el sueño de Daniel y de Diana, el padre y la madre de Clara Anahí. Ella supo no creer a quienes una y otra vez le aseguraron que su nieta había muerto en el ataque a la casa. Y nos enseñó así a no creer en el poder… “ni un tantico así”, como nos dijo alguna vez el Che.
Los responsables
El 24 de noviembre de 1976 la casa en la que vivían Diana Terruggi, Daniel Mariani y Clara Anahí, en la ciudad de La Plata, en la que se realizaba el periódico Evita Montonera, fue atacada por un operativo que duró cuatro horas. Cuando llegaron las fuerzas militares se encontraban allí Diana con su beba y cuatro compañeros de militancia: Daniel Mendiburu Elicabe, Roberto César Porfidio, Juan Carlos Peiris y Alberto Oscar Bossio. Todos resistieron con un valor impresionante, hasta caer asesinados en un combate desigual en el que los milicos utilizaron tanquetas, bazucas y helicópteros. Daniel Mariani no se encontraba en ese momento en la casa, pero fue asesinado meses después, el 1 de agosto de 1977.
Dicen que escondidos monitoreando el operativo militar, estaban el General Guillermo Suárez Mason, el Coronel Ramón Camps y el Comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz.
Suarez Mason, el ex jefe del Primer Cuerpo de Ejército -que administró alrededor de 60 centros clandestinos de detención en Capital Federal, provincia de Buenos Aires, y La Pampa- durante la última dictadura, murió en la cárcel de Devoto pero no llegó a ser condenado por los más de 200 secuestros y 30 homicidios por los que estaba procesado, ni por la apropiación de hijos e hijas de desaparecidos. Bajo su mando estaba también el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, que tenía un Grupo de Tareas Extraterritoriales que participó de la preparación contrainsurgente en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras, en el golpe de estado en Bolivia, entre otras “operaciones” por las que nunca fue condenado.
Ramón Camps, el sanguinario Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y después de la Policía Federal durante la dictadura, murió el 20 de marzo de 1994, cuando disfrutaba del indulto a los genocidas concedido por Menem en diciembre de 1990.
El comisario Miguel Etchezolatz, mano derecha de Camps -uno de los responsables de lo que fue conocido como la Noche de los Lápices – está preso todavía en la cárcel de Marcos Paz. Tuvo a su cargo los campos clandestinos de detención que funcionaron en la provincia de Buenos Aires. Después de la derogación en el 2003 de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, Etchecolatz fue llevado a juicio por el asesinato de Diana Teruggi. Ahí se denunció que en ese operativo, el Grupo de Tareas bombardeó durante horas la casa matando a sus habitantes con una bomba de fósforo. Fue juzgado también por torturas de otros compañeros y compañeras, entre ellos de Jorge Julio López, cuyo testimonio fue fundamental para la condena de Etchecolatz.
En la declaración durante el Juicio, Chicha Mariani interpeló al comisario -que rezaba un rosario-, invitándolo a que alivie su conciencia diciendo lo que sabía sobre Clara Anahí. Durante ese juicio, uno de los policías juzgados, en una nueva maniobra distractiva, entregó una carta al tribunal en el que se aseguraba que Clara Anahí estaba muerta. La carta se leyó después de la declaración de Chicha. El 19 de septiembre del 2006, Echecolatz fue hallado culpable y condenado a prisión perpetua en una sentencia ejemplar, en la que el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata declaró por primera vez en la historia argentina que fueron “delitos de lesa humanidad, en el marco de un genocidio”. Al día siguiente fue secuestrado por segunda vez Jorge Julio López, que continúa desaparecido hasta hoy.
La única batalla que se pierde es la que se abandona
Así de dura es esta historia. Hubo muchos abrazos en el camino. Muchas alegrías. Muchos avances y retrocesos. Muchos momentos donde se creía que todo estaba perdido, pero las viejas nos decían que no, que la única batalla que se pierde es la que se abandona. Y que hay que seguir viviendo y luchando. Pero… ¿Cómo aguanta un cuerpo todas esas emociones? ¿Cómo se continúa en ese recorrido de ausencias? ¿Cómo está hoy Chicha Mariani, de 92 años, después de todos los vaivenes de su corazón?
Chicha resiste el dolor como resiste las mentiras del poder. Fundó Abuelas de Plaza de Mayo porque pensó no sólo en su nieta sino en otras niñas y niños secuestrados. Se alejó de Abuelas cuando entendió que había políticas que no se correspondían con los objetivos iniciales. Dijo en voz alta las dudas que les provocaba el traslado del Banco Nacional de Datos Genéticos desde el Hospital Durand hasta una dependencia del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Creó una casa para la memoria en el lugar donde fueron asesinados los muchachos y desaparecida Clara Anahí. Para multiplicar y continuar la búsqueda, para restituir la memoria rebelde, para luchar contra la impunidad. Publicó las fotos de Clara Anahí y de sus padres, muchas veces, hasta que llegaran a destino. Fue testigo una y otra vez en los juicios a los genocidas. Se ganó el odio del poder, que llenó de piedras el camino de la búsqueda de Clara Anahí y realizó operaciones perversas para desanimar las posibilidades de este encuentro.
¿Qué sucedió en el día de Navidad? ¿Cómo se desenredará la trama confusa, de versiones contradictorias, que envuelve no sólo al momento en el que una mujer se dice ser Clara Anahí, con datos de un laboratorio privado que lo confirma y los datos del BNDG que lo niega, sino también a las profusas versiones periodísticas de los medios que parecen repetir hasta el cansancio, aún sin decirlo, la frase de Macri de que se “va a terminar con el curro de los derechos humanos”?
Creo que lo que nos queda como posición, como gesto, es una paciencia mayor aún, una firmeza mayor aún, una claridad mayor aún, para seguir buscando a Clara Anahí y para seguir quemando las mentiras que nos entrampan desde las telarañas del poder. Creo que no es hora de jugar a interpretar lo oscuro, sino de seguir luchando por que se abran los archivos de una vez y por que la memoria, la verdad y la justicia, ganen la batalla contra el miedo y el dolor.
La historia nos enseña a nacer mil veces. Nuestro ADN es el de la resistencia, el de la búsqueda y creación de un mundo nuevo. Nuestro ADN es el de la memoria, el de la vida, el del deseo. Nos buscamos. Nos reconocemos. Nos encontramos. Rompemos los candados. Volvemos a la plaza. Resistimos más allá de las posibilidades de nuestros cuerpos. Aprendimos de las viejas. Aprendimos de las y los 30.000. Aprendimos de los cuerpos que se escapan de las cárceles impuestas. ¿Hasta cuándo luchar entonces? Hasta las derrotas que no nos destruyen. Hasta todos los nacimientos. Hasta encontrarnos con Clara Anahí, con el nieto de Mirta Baravalle, y con las y los 400 niños secuestrados -hoy adultos- en esa pelea cuerpo a cuerpo que se ha vuelto nuestras vidas. Hasta que se multipliquen las voces y los actos compañeros en las calles, en las plazas, en los horizontes. Hasta nuestra victoria cotidiana, preñada de revoluciones, siempre.