Por Marco Teruggi. Poema escrito en los días siguientes al intento de Golpe de Estado en Venezuela, entre el 15 y el 16 de abril, perteneciente al próximo poemario del autor.
A los muertos de la noche del 15 de abril
No fue el ruido de las estatuas en las plazas, ni las palomas bajando de la iglesia. Tampoco el azul tendido sobre los cuerpos. Creo que se trató del tiempo que escapaba, dejando sola a América ante sus huesos.
Todos se dieron cuenta. Bastaba mirar al mar acallar sus olas, a la brisa moverse por las tumbas, al mediodía detenido.
Hasta que la noche se quebró. La peste salió de las cacerolas, avanzó por las paredes, los llanos, cubrió a Venezuela en un galope que ahogaba las calles y las camas. Era otra vez el grito de las criaturas de abril derribando puertas, pechos, barriletes, cubriendo de ruinas al hombre y a la mujer.
La tierra se poblaba de caídas. Miré a mis lados, la mano del cerro, el silencio detrás de la selva, el compañero prendiendo un cigarrillo. Pensé si tendrías razón, si las respuestas eran el pueblo, los hijos del comandante, los poetas de la revolución. Mientras, se sucedían campanadas rojas sobre el caribe.
No hubo amanecer, la luz se quedó en las velas de las casas huérfanas. Eran los Once. Ya nadie se miraba igual, los pasos eran otros, las palomas eran otras, y ese aire que había respirado la muerte. Pero nadie retrocedió. Generales, abuelos, cantores, campesinos, el presidente, nadie.
Y como un árbol en el vientre del otoño, el tiempo comenzó a regresar, lentamente, por el café de la calle, las ardillas negras de la Plaza Bolívar, las calas y flores de mayo. Abril se alejaba, septiembre se alejaba, marzo se alejaba.
¿Qué queda en los espejos cuando cesa la voz clara del mal? ¿Con qué pasiones soñaran ahora los niños, acaso las alegres? ¿Qué se debe escribir cuando la realidad es, otra vez, la única verdad?
Dormimos a orillas de un viento que pareció llevarse las velas de un mañana todavía joven. Vimos de cerca los huesos de América, esos huesos que tocaste en los inviernos de Buenos Aires y los mares negros del norte. ¿Será mi generación la que podrá llevar a la victoria los rostros de la esperanza, aquella que volverá a ser fogonera del tren a las estrellas?