Por César Saravia y Francesca Mata (*)
Ya van 10 días desde que comenzó la “Caravana Migrante” de Honduras hacia Estados Unidos. Un repaso por la historia de las migraciones en clave caribeña.
En los últimos años, las migraciones hacia Estados Unidos, y recientemente hacia México, de ciudadanos/as del Triángulo Norte Centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador), han tenido una fuerte presencia mediática a partir de las abiertas declaraciones xenófobas y las políticas antimigrantes de Trump. Es así como Estados Unidos despliega una agenda frente a una de sus prioridades en materia de seguridad nacional, una política que si bien se agudiza con la llegada de los republicanos al poder, viene recrudeciéndose desde la implementación del Plan Frontera Sur, impulsada por el gobierno de Peña Nieto, a tal punto de convertir a México en el “primer filtro” para frenar la migración centroamericana.
Para entender lo que ocurre actualmente en el Triángulo Norte, es necesario caracterizar los flujos migratorios en estos países. La migración hacia Estados Unidos no es nueva, de hecho, la misma se ha desarrollado constantemente desde la década de los 70. La enorme influencia que el país del norte tiene sobre la región, desplegando su aparato imperialista, hace que sea imposible pensar el fenómeno migratorio en Centroamérica sin las políticas implementadas por Estados Unidos.
Es en la década de los 70 y 80 que los flujos migratorios experimentan un auge, provocadas por la pobreza y los desplazamientos a raíz de las guerras que se vivían en la región, principalmente en El Salvador y Guatemala, y en menor medida en Honduras y Nicaragua. Antes de ese periodo, las migraciones se daban principalmente entre campo y ciudad y entre países con alta densidad demográfica y baja densidad, como es el caso de El Salvador y Honduras, que en 1969 llevarían a cabo uno de los primeros conflictos de la historia reciente que tiene como componente central la cuestión demográfica y la migración.
Con la firma de los acuerdos de paz en los 90, el éxodo hacia el Norte continuó, esta vez mediado por las políticas neoliberales, un tejido social roto y la búsqueda por la reunificación familiar. Durante esa década, Estados Unidos impulsaría una masiva política de deportaciones hacia Centroamérica que configurará años más tarde el nuevo escenario de desplazamientos.
El tránsito irregular por México está caracterizada por los riesgos que implica su realización. Para llegar, las y los migrantes deben atravesar puntos ciegos y lejanos al control de las autoridades de migración, pagando grandes cantidades de dinero a intermediarios conocidos como “coyotes”. Entre los riesgos a los que se ven sometidos se encuentran la extorsión, la trata de personas y el asesinato, como ocurrió durante la Masacre de Tamaulipas en 2010, en donde 72 migrantes, en su mayoría de Centroamérica, fueron secuestrados y asesinados por bandas criminales.
Entre los grupos más vulnerables se encuentran las mujeres, quienes se ven forzadas a utilizar pastillas anticonceptivas conocidas como “la antiméxico”. Según datos del Movimiento Migrante Mesoamericano, 7 de cada 10 mujeres migrantes denunciaron haber sufrido abusos en su tránsito por México. Por otra parte, se encuentran lxs niñxs que viajan sin compañía de su madre o padre. Entre 2013 y 2014, la patrulla fronteriza de Estados Unidos, reportó haber detenido a 46 188 menores de edad.
Fue en el año 2014, en que el gobierno mexicano echó a andar, junto con el gobierno guatemalteco ,el plan “Frontera Sur”, un plan, que según un sitio web oficial del Estado mexicano tiene por objetivo “proteger y salvaguardar los derechos de las personas migrantes” y “ordenar los cruces internacionales para incrementar el desarrollo y la seguridad en la región”. La palabra “Seguridad” vinculada a la migración nos recuerda a lo que actualmente vivimos en la Argentina con la aprobación del DNU 70/2017: la criminalización de la figura migrante, usada como chivo expiatorio para tapar los baches del sistema capitalista salvaje que se desmorona ante nuestros ojos.
Si bien esta persecución ha existido durante décadas dentro de la política de Estados Unidos para con los países emisores de migrantes, se ha agudizado en los últimos años, una vez que la guerra en Medio Oriente bajó su intensidad y las “barras y las estrellas” volvieron a poner su mirada y sus dólares en la región latinoamericana.
De todas y todos es sabido que el golpe de Estado en Honduras no hubiese sido posible sin la complicidad y aquiescencia del imperialismo estadounidense. En esa línea, la inyección millonaria de capital a los gobiernos mexicanos, guatemaltecos y hondureños, con la excusa de la guerra contra el narcotráfico y para la defensa de los derechos humanos de las personas migrantes, fueron válvulas de escape que liberaron fugazmente la tensión que se venía gestando en esos países producto de las profundas desigualdades económicas, que encuentran entre sus consecuencias los atroces índices de inseguridad que se traducen a su vez en el riesgo inminente a morir. En muchos casos, lo que está en juego no es solo la búsqueda por mejor calidad de vida, sino la vida misma.
Galeano, escribió que la “guerra preventiva” es la que brinda las mejores coartadas. Efectivamente, la guerra contra el narcotráfico ha permitido inimaginables medidas de injerencia estadounidense en territorios centroamericanos. Entre los múltiples ejemplos, destacamos la realizada por el equipo estadounidense de asesoría con despliegue en el extranjero (Foreign-deployed Advisory Support Team) cuyos integrantes recibieron entrenamiento militar para combatir a traficantes de drogas vinculados al Talibán en la guerra de Afganistán y que terminaron, casualmente, realizando una masacre en contra del pueblo Hondureño en el año 2012.
La masacre de Ahuas, desde nuestra perspectiva, poco conocida, fue realizada por militares yankees en tierras hondureñas. En el mundo del revés, esto sería considerado, además de una grave violación a los derechos humanos de las víctimas, una gravísima violación a la soberanía y autonomía del pueblo hondureño y repercutiría, mínimamente en una condena internacional, un bloque comercial, una sanción, un algo en contra del país que en definitiva es el responsable del actuar de sus fuerzas militares. Evidentemente, nada de eso pasó y nosotrxs tenemos que darnos por satisfechos de que al menos el New York Times, titulará una de sus notas, con el encabezado de “La DEA mintió sobre la muerte de civiles en 2012”.
El imperialismo siembra terror, violencia, destrucción, muerte. Evidentemente lo mínimo que puede cosechar, además de miseria, es la migración forzada. Paradójicamente es el imperio el primero en criminalizar a la población migrante. Los países “desarrollados” precisamente han logrado su desarrollo o lo han sostenido gracias al subdesarrollo del resto de países y cuando nuestras poblaciones deciden salir en busca de lo que nos han quitado: paz, trabajo, seguridad, salud, educación, felicidad; los grandes imperios levantan muros creyendo que siempre vamos a estar dispuestos a agachar la cabeza. Hay momentos en la historia, pocos o no tantos como nos gustarían, en que finalmente los pueblos, aun en medio de la opresión, logramos vislumbrar con claridad y certeza el rostro del opresor y entonces vamos hacia él, a reclamar y buscar lo que es nuestro.
Migrar no es un delito
La Caravana Migrante, en la que más de cinco mil migrantes de Centroamérica emprendieron el camino hacia Estados Unidos, no es más que una muestra de ello. La Caravana arrancó el lunes 15 de octubre desde la ciudad de San Pedro Sula, una de las dos ciudades más grandes de Honduras, junto con la capital Tegucigalpa, y la que ostenta los mayores índices de violencia. Las razones que motivaron a miles de migrantes a sumarse a la caravana son la inseguridad y la búsqueda por mejores condiciones de vida.
La Caravana arrancó un día después de la Conferencia para la Prosperidad y la Seguridad de Centroamérica, con la participación de los gobiernos del Triángulo Norte y de Estados Unidos. En esta conferencia, Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos, hizo un llamado a los gobiernos centroamericanos a redoblar los esfuerzos para contener la migración.
En su cuenta de Twitter, Trump volvió a arremeter contra los países centroamericanos, a quienes acusó de estar intentando “asaltar Estados Unidos”. Así mismo, amenazó con cortar el financiamiento en proyectos de cooperación internacional si los gobiernos de Honduras, Guatemala y El Salvador, no ponían freno a la caravana. Esta retórica antimigrante, ya característica de Trump, tiene como objetivo final fundamentar el aumento de la securitización de la política migratoria en los países históricamente receptores de migrantes, pero que, como hemos señalado, también se puede observar en relación a las migraciones intrarregionales o Sur – Sur, como las que aplica Macri en Argentina.
A su paso por Guatemala y México, y en contraste con la desidia, las restricciones y la xenofobia de los gobiernos y ciertos sectores medios de la sociedad, lxs migrantes se encontraron con la solidaridad de comunidades, quienes les proveyeron de abrigo, comida y agua, demostrando una vez más que la solidaridad es la ternura de los pueblos, y que es en los pueblos donde descansa la esperanza de una integración regional desde la dignidad. Cientos de kilómetros, calor, frío, hambre, nada de eso ha podido parar el deseo, la fuerza de la esperanza de vivir en condiciones dignas que nos han sido arrebatadas precisamente por quien ahora se escandaliza de que migremos. En este contexto al imperio fácilmente le aplica lo que en su momento dijera Sor Juana Inés de la Cruz, “Hombres necios que acusáis (…) sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.
(*) Integrantes del Movimiento Centroamericano 2 de Marzo