Por Francisco J. Cantamutto. La noticia de la semana parece ser el regreso de la presidenta Cristina Fernández a sus funciones, y el importante recambio realizado en el gabinete. Esto despertó reacciones encontradas y desventuras varias entre los medios y la oposición.
Los cambios del gabinete son ya conocidos a esta altura de la semana. Lo que es aún un misterio por develarse es el sentido de estos cambios. Analistas de distinto signo político intentan descifrar la lógica de los movimientos de personajes. Esta nota no pretende develar el misterio, sino más bien apuntar algunas ideas en ese sentido.
En primer lugar, es necesario destacar el parecido de familia con el escenario de 2009. Luego del severo conflicto con la patronal agropecuaria, el gobierno sufrió un revés electoral en las legislativas. La reacción del gobierno no se hizo esperar, y tuvo algunos parecidos con la actual: hay recambios en el gabinete (sale el cuestionado Ricardo Jaime, entra Sileoni, Amado Boudou reemplaza al poco brillante Carlos Fernández) y se elevan a categoría de ministerios la secretaría de Agricultura. Además, comienza un período de ferviente actividad legislativa y de políticas públicas: en pocos meses, se aprueban los planes conectar igualdad, Fútbol para todos, se aprueba la Asignación Universal por Hijo y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (ley de medios).
Es decir, se puede sintetizar la reacción como un doble juego. Por un lado, el recambio por figuras nuevas, menos “gastadas” y con más carisma, más presencia (el ministro de economía previo sería irreconocible para la mayoría de los argentinos). Por otro lado, acción concreta de leyes y políticas públicas, varias de ellas largamente demandadas y que concitaron un enorme apoyo popular. Este doble juego generó un creciente apoyo de intelectuales y artistas, así como la mayor afluencia de jóvenes al proyecto de gobierno, lo que impulsaría a crear nuevas organizaciones de militancia, como Unidos y Organizados.
Esta etapa es, quizás, la que mayor atracción ferviente generó. Y, no debe dejar de decirse, ocurrió cuando Cristina Fernández iba por la mitad de su mandato, y debió lidiar con un Congreso sin apoyo automático. Es decir, lejos de ir en bancarrota el proyecto, más bien ocurrió lo contrario: se fortaleció su gravitación política.
Cuando se busca, sin más, señalar la ruina evidente del proyecto kirchnerista luego de las últimas elecciones, se está perdiendo de vista la capacidad creativa del gobierno. Algo que las organizaciones populares no pueden perder de vista. Demandas largamente maduradas e instaladas pueden ser fuente de “inspiración” para que el gobierno eche mano. Sin por esto entregarse a la bienaventuranza del proyecto del gobierno, debe leerse la situación como oportunidad: que el kirchnerismo se apoye sobre estas demandas populares para fortalecerse, aún cuando no las haga propias o las tergiverse.
Sin embargo, es necesario marcar algunas grandes diferencias con aquella coyuntura.
La primera es que fue durante el conflicto del campo cuando el gobierno llevó a su máxima expresión la clara estrategia de polarización. La apuesta –reforzada por la propia oposición- fue crear una situación en la que quedaran acoplados por un lado el campo-oligárquico-neoliberal contra el gobierno y el pueblo, por el otro. Aunque ciertamente no fuera ésta la única lectura posible de la situación, no puede negarse la eficacia política que tuvo: atrajo hacia sí mucha militancia progresista. El juego a “radicalizarse” discursivamente necesitaba un apoyo concreto para ser creíble, y fue lo que materializó a través de las referidas políticas. Esto hizo creíble el apoyo al gobierno para muchos militantes.
Actualmente, el gobierno ha jugado a confundir sus tendencias. Ciertamente, no hubo un “conflicto del campo” antes de estas elecciones, y el kirchnerismo –a pesar de lo que digan los medios hegemónicos- no apostó a dividir la sociedad. Mucho menos, su estrategia fue, y de modo muy evidente luego de las primarias, homologarse a sus principales rivales. La gesticulación, propuestas y presencia de Insaurralde se hizo indistinguible de Massa. La designación del nefasto Capitanich como jefe de gabinete dista enormemente de poder considerarse una radicalización, sino más bien una vuelta a los orígenes duhaldistas. La presencia de este personaje ciertamente limita las posibles tendencias planificadoras de Kicillof, puesto que su poder político con los gobernadores es mucho más importante que los recursos del ministro de economía.
Como hemos señalado antes de las elecciones, la gran burguesía que apoya al gobierno se encuentra en este momento dubitativa respecto de la necesidad de continuar con el arbitraje populista. El costo de mantener los vínculos de contención con los sectores populares se están volviendo muy onerosos, y esto le plantea algunas restricciones al accionar del gobierno. Esto se expresa, nuevamente, en estas contratendencias del gabinete.
El trasfondo de esta situación es que el escenario económico ha cambiado. No es el de 2009, donde la crisis internacional parecía poder capearse, el tipo de cambio aún no estaba tan apreciado, los pagos de deuda no presionaban tan duro. Ahora cada vez más sectores de la gran burguesía demandan devaluación y reacomodo de tarifas, lo que significaría un golpe a los salarios. El anodino Lorenzino ha cumplido su sueño de irse, para dedicarse a resolver el gran problema en puerta para 2014: los pagos de deuda, que se consumen las reservas a ritmo elevado. Dado que la investigación de esta deuda parece fuera de la mesa para el gobierno, le urge generar estrategias para un nuevo canje, la única vía para frenar el drenaje de divisas.
Ni la gran burguesía aliada está tan convencida, ni el escenario económico es el mismo. La estrategia discursiva del gobierno no ha sido la misma tampoco, jugando a mimetizarse antes que a radicalizarse. Lo que es seguro, sin embargo, es que los meses que siguen serán de definiciones.