Por Francisco Longa
El locus principal del macrismo fue el cambio. Tras un año de deficiente gestión económica, acercarse al peronismo y construir un nuevo relato –cercano al sentido común– parece la estrategia para encarar las elecciones legislativas.
Existe un refrán en el mundo futbolístico que sugiere no cambiar de jugadores si se alcanzó un triunfo; en rigor, “equipo que gana no se toca”, además de ser una máxima deportiva, parece responder a la más efectiva lógica: si las cosas van bien, ¿por qué cambiar? Más aún debería regir dicha norma, en caso que se cuente con el ‘mejor equipo en 50 años’, tal como describió Mauricio Macri a su propio gabinete.
Es por ello que la salida de Alfonso Prat-Gay de Hacienda daría cuenta de que las cosas no van bien. Claro que un vistazo a todos los indicadores macroeconómicos (producción, consumo, empleo, pobreza, desigualdad de ingresos) no deja lugar a interpretaciones. La economía no logra recuperar crecimiento ni dinamismo tras un año de nuevo gobierno. Apenas podría mostrarse como un logro la desaceleración última de la inflación, aunque esta se explica por la caída del consumo en primer lugar y, además, los impuestazos anunciados para enero y febrero ya pre anuncian un rebote inflacionario.
Si a esto añadimos la escalada récord del dólar –por encima de los $16,30–, entonces el aplazo al gobierno de Macri ya no lo estaríamos poniendo nosotros, ni la oposición, sino su tropa propia. Por estos días fue recordada aquella entrevista de octubre de 2015, en la cual Prat-Gay dijo que “si se hacían las cosas mal”, el valor del dólar sería cercano a los $16.
Es por todo esto que, al día de hoy, nadie puede sostener que la situación económica es buena. Quienes quieran resguardar al gobierno dirán que seguimos pagando una “fiesta populista que duró 12 años”, y que “nada se cambia en 1 año”. Desde el punto de vista lógico, el razonamiento de que algo que está muy mal no se cambia en 1 año es absolutamente legítimo y válido. Lo que no se sustenta de ningún modo es que haya que estar peor hoy, para estar mejor mañana. Aunque suene descabellado, ese es el lei motiv que encierra la idea de ‘sinceramiento’: “Hagamos este sacrificio, que luego vendrá la recompensa”; ahora bien: es injustificable lógicamente, y perverso moralmente, que se proponga –por caso– aumentar la pobreza, en función de reducirla en un supuesto e incierto futuro.
Un relato amarillo
Pero si aun así y todo hubiese un bloque mayoritario de la población convencido de que debemos ‘sincerar aquello que estaba mal’, la paciencia por recibir los frutos de la nueva gestión pareciera también haber encontrado un límite. Un año de carestía y aumentos indiscriminados es demasiado tiempo para sacrificar en aras de un grupo de dirigentes nuevos, los cuales deberían estar más bien cursando un período de ‘fidelización’ de su electorado, que de demandas hacia éste. Paradójicamente, el gobierno de los CEOS empresariales está pidiéndole mucho a su ‘clientela electoral’, y entregándole a cambio demasiado poco.
Pero al parecer, desde la Casa Rosada se advirtió que ésta receta no alcanza para ganar en 2017. Desde allí se explican tres tipos de iniciativas dentro de Cambiemos: primero, la expulsión del ministro de Hacienda; segundo, el restablecimiento de los guiños hacia el peronismo; y tercero, la avanzada por imponer un relato ligado a los viejos anhelos conservadores (sólo por citar dos casos, la baja de la edad de imputabilidad y la reducción de los costos laborales).
Sobre la primera medida ya hice referencia más arriba. Las muestras respecto de la segunda han abundado en estos días: por el lado de los macristas que tercian en función de ampliar la alianza, se destacan Emilio Monzó y Rogelio Frigerio, quienes tuvieron declaraciones amables hacia el partido fundado por Juan D. Perón. Cabe aclara que el afán aliancístico no termina en el peronismo ‘blanco’ (léase Randazzo, Urtubey y todo aquel que, aunque tuviera un pasado aliado al kirchnerismo, pudiera diluirlo en el tamiz de un nuevo horizonte liberal), sino que también incluye a los viejos dinosaurios del PJ como Eduardo Duhalde, protagonista de un encuentro con la gobernadora Vidal días atrás.
Los inefables dirigentes de la UCR, con Mario Negri a la cabeza, y el núcleo en torno a Jaime Durán Barba, fungirían de contrapeso al momento de sopesar la influencia peronista en Cambiemos. Pero al igual que en el baile, para establecer una alianza se necesitan –cuanto menos– dos. Por ello, el campo de las alianzas sigue siendo un terreno en donde el gobierno podrá intentar todas sus cartas, pero aún depende de cómo reaccionará el resto.
En cuanto a la tercera medida, considero que el gobierno busca compensar el malestar por la economía con la construcción de un nuevo relato. Para hacerlo, intenta ensamblar un collage de medidas, discursos y viejos anhelos conservadores y reaccionarios, que empalmen con lo más irascible y excluyente del sentido común de la sociedad. A saber: bajar la edad de imputabilidad, eliminar los piquetes y flexibilizar el trabajo, son tres ejemplos de demandas que calan hondo en el empresariado y en buena parte de la base social de Cambiemos, a la cual se busca –ahora sí–, ‘fidelizar’ por medio de declaraciones efectistas.
¿Puede pensar el gobierno que va a bajar la edad de imputabilidad de acá a 6 meses? ¿Y precisamente en un año electoral? ¿Es creíble que Macri va a eliminar los cerca de 6.500 piquetes que, según la encuestadora Diagnóstico Político, hay cada año en nuestro país? Aunque la CGT claramente no representa un factor de fuerte oposición: ¿va a eliminar Cambiemos garantías laborales, al tiempo que le va a pedir el voto, a los mismos a los que les prometió –sin cumplir–, eliminar el impuesto al salario?
Mi respuesta es no. Sólo por tomar el caso de la baja de imputabilidad, apenas bastó el anuncio al respecto, que el gobierno recibió un tendal de rechazos que incluyeron a los movimientos populares, pero también a actores como la iglesia católica. Es decir, la sólida organización popular que existe en torno a la problemática de la niñez y la adolescencia en el país (se puede mencionar por caso el Encuentro Niñez y Territorio), y los anticuerpos democráticos construidos desde 1983 hacia acá, seguramente impedirán dicha iniciativa.
Ahora bien, en este caso, para el gobierno no todo revés es una derrota. Me refiero que el objetivo del gobierno, con estas mediadas efectistas y demagógicas, tiende a ser el control y la demarcación de la agenda política y del discurso público.
Pero entonces, ¿sería un revés para el gobierno recibir críticas, por ejemplo, a su proyecto de baja de edad de imputabilidad? Si. No obstante, también podría ser un triunfo en la medida que logre seguir marcando la agenda, y ponderar por sí mismo cuáles son los temas sobre los que se debate, y cuáles no. En este caso, además, es una manera de mostrar a Sergio Massa como menos opositor, tratándose de una iniciativa que el ex intendente de Tigre propuso en la anterior campaña. De esta manera, el gobierno marca la agenda y establece un límite entre oficialismo y oposición, en el cual el último campo queda reservado únicamente para los sectores progresistas y de izquierda, o tal vez también para algún invitado inesperado, como la Conferencia Episcopal.
La imagen no es la intención
Luego de todo este panorama un tanto especulativo, volver a la noble savia de los datos empíricos puede ayudar: según la consultora Elypsis la imagen de Mauricio Macri alcanzó, en diciembre pasado, su punto más bajo desde que asumió la presidencia: un %41. La consultora Andrés Mautone & Asociados indicó que la imagen negativa del gobierno creció 12 puntos, y la negativa descendió 14, todo esto durante 2016.
Pero la imagen no es la intención. Es decir, la intención de votos se construye, a diferencia de la imagen, en perspectiva comparada respecto de los otros candidatos/as, y de las otras fuerzas políticas. Así, un político con alta imagen negativa puede resultar electo, frente a otros con imagen aún peor.
La estrategia de Cambiemos para ganar las elecciones de 2017 apuntará entonces a reconstruir un relato público que resulte movilizador para el electorado. Por las señales dadas en estos días, la arquitectura de dicho relato buscará sensibilizar sobre los filones más conservadores que aún se encuentran arraigados en nuestra sociedad. A ello, posiblemente se sume la ampliación de la alianza electoral incluyendo, si hiciera falta, al peronismo.
Hasta allí están comprendidas las competencias del gobierno. El resto dependerá de cómo se muevan los otros jugadores del tablero político, donde las resistencias e interlocuciones desde la base serán tan decisivas para frustrar los planes de Cambiemos, como las alianzas electorales que las sustenten.