Por Ana Paula Marangoni
El muy ajustado resultado electoral del domingo pasado confirmó con números el clima que se estaba viviendo. Mucha gente (por fuera de las esferas militantes y adherentes de un complejo campo popular) anunciaba libremente que votaría a Macri, y hasta repetía con entonación casi melódica una palabra que había germinado en el deseo colectivo: cambiemos.
¿Pero qué cambios reclamaba la mitad más uno que optó por la boleta amarilla? Los argumentos que en general resonaban no distaban de la agenda básica de Clarín, acaso ninguneada y subestimada por el oficialismo: inflación, restricción para obtener dólares, escándalos de corrupción (en su gran mayoría más mediáticos que probados y en otros casos presuntamente ciertos), adulteración de datos del Indec, los jóvenes de la Cámpora “copando” el país, los planes, las cadenas nacionales, etc.
Probablemente para quienes apoyaron y defendieron al gobierno, muchas de las críticas dependían de una cuestión de formas o de superficie, que salían en un diario corrupto y mentiroso para calar en el imaginario de unos cuántos gorilas, los mismos que supieron cacerolear y armar carteles con frases tan odiosas como insultantes.
Probablemente sea necesario redoblar esfuerzos y preguntarse cómo se pudo llegar a este momento, en el que el candidato presidencial electo ganó la campaña con la promesa de cambiar el rumbo político 180 grados (cerrando ocasionalmente el espectro según las conveniencias), sin caer en el fácil ejercicio de acribillar al frente caído, ni de opinar simplemente que “la gente” tiene más plata y solo quiere dólares (lo cual, en cierta medida acaso sea una variable factible).
El peor panorama
Lo difícil en este punto exacto es pensar sin reduccionismos. La reflexión se torna una tarea postergada, ya que la tan ansiada definición aceleró una batería de conferencias, definiciones y rumores, ya más ciertos que probables, sobre lo que se viene. Lo que se comienza a confirmar es alarmante. Todo indica que el cambio será drástico, y que una combinación de mecanismos antipopulares se pondrá velozmente en marcha: aumentos de impuestos, “mano dura” con posibles manifestaciones, economistas de pura cepa liberal, transformación de los espacios públicos, etc.
El ciclo kirchnerista se cierra abruptamente y del peor modo posible. Pero lo que es peor, con carta blanca para que quienes asuman puedan hacer todos los cambios ya legitimados por la población. El pueblo ya decidió un destino, y los usuarios/votantes coronaron al gerente que echará empleados, subirá tarifas y reducirá hasta donde se pueda el gasto estatal. A cambio, prometerá bicisendas, metrobús, y parques floridos entre rejas. A cambio, un dólar disponible para todos, pero al que pocos podrán acceder. A cambio, hablará muy poco, lo menos posible, y ya nadie se verá obligado a escuchar o hablar sobre política.
La patria… ¿es el otro?
El resultado del balotaje da la pauta de que el consenso del Pro aún es precario, pero incluso así es una chance. El panorama inmediato exige veloces críticas, o al menos apuntes para lo que luego podría tener mayor desarrollo.
¿Cuáles fueron los mayores desaciertos del gobierno? ¿Deberíamos pensar en los últimos cuatro años o es más justo revisar el período completo? El kirchnerismo siempre tuvo enemigos. Siempre generó desconfianza a su alrededor. No obstante, la muerte de Néstor marcó una transformación importante, ya que a partir de ese momento comenzaría a crecer exponencialmente el kirchnerismo, no como apodo mediático, sino como una identidad naciente.
Luego de la muerte de Néstor, la imagen venida a menos de Cristina se levantaría exponencialmente, y comenzarían a multiplicarse las filas propias, los llamados “convencidos”, o el núcleo duro. Acaso la síntesis de este nuevo renacer sea la consigna militante: “La patria es el otro”. Una frase que en su análisis lleva el anuncio de un triste ocaso. En principio, la patria está en el afuera, en eso que además me es ajeno, “el otro”, que ni soy yo ni es como yo. Por otra parte, el sujeto que enuncia, ese “yo”, está escindido de la sociedad, y en el mandato se consuma su sacrificio. Hay un sujeto que no es la patria, pero que además, en su abnegación podrá construir aquello que no es.
La revisión de la consigna pretende ser una muestra de la conformación de un “nosotros” que se volvió expulsivo para quienes no profesaban el kirchnerismo como religión: el pasaje de autoconvocados 678 a un discurso rígido y oxidado solo tolerable para los ya convencidos, y que lejos de sumar adeptos, provacaba fugas; la jactancia de escuchar a la líder del movimiento durante horas y el deseo de que eso fuese compartido o tolerado por una población que supo ser numerosa, pero no por eso masiva; la construcción de un lenguaje revanchista que solo interpeló al “otro” para chicanearlo, dedicarle un cantito y festejarlo con la presi, todo a la vez.
Es una pena que muchas de estas discusiones tengan mayor relación con las construcciones mediáticas de representaciones que con las políticas de fondo que se aplicaron (en las cuales ha quedado mucho por debatir y profundizar). Pero seguramente sea hoy imposible separar la acción política de las configuraciones mediáticas que se crean sobre ellas. La batalla perdida fue la que quedó sin ministerio durante casi toda la década: la cultural.
La consumación del sacrificio: solo un villano podía ganar
Preguntarse por qué Scioli fue el candidato presidencial, habiendo sido durante todo el período caracterizado como el “enemigo de adentro”, es un laberinto del cual solo se podría salir con múltiples líneas de análisis (o un buen mapa con data de los que armaron el laberinto).
Lo cierto es que filas adentro, se creó el convencimiento de que los números sólo le daban a él, y se llevó a la militancia a la consumación más alta de su sacrificio militante: hacer la campaña del malo, pero con fines buenos.
No, no son lo mismo
Esto llevó a una esquizofrenia colectiva en la que, si bien saltaba a la vista que Macri no es lo mismo que Scioli (Macri es quien mejor representa los intereses liberales y a los capitales financieros más concentrados), a los militantes y adherentes les quedaron pocos argumentos para defender al candidato, el cual reúne las peores características posibles: no tiene carisma, tiene un repertorio de dos o tres frases hechas, tan vacías como hartantes (“con fe, con optimismo, con confianza”, y otras), viene de una larga gestión provincial fuertemente cuestionada, no resiste al archivo menemista, y para colmo, está asociado con los representantes más conservadores del Partido Justicialista, con una alianza muy frágil y conflictiva con el kirchnerismo, versión más audaz y aggiornada del peronismo.
De ahí que los nuevos autoconvocados del Amor sí, Macri no, hayan optado por la palabra Amor, antes de nombrar al candidato. Incluso, inexplicablemente, Scioli mismo optó por apuntar su campaña previa al Balotaje al anti macrismo, mostrándose a sí mismo agotado en sus escasas posibilidades.
Nadie puede decir qué hubiese pasado si realmente se hubiese convocado al voto de continuidad, no ya desde el amor, pero al menos desde la convicción. Lo cierto es que el candidato de la tenue continuidad quedó atrapado en su propia estrategia: sin ser propio ni ajeno, y con inquietantes dudas sobre qué continuaría y qué no.
Con poco margen
Lo que se viene no da demasiado margen para reflexionar. En menos de veinticuatro horas los medios más conservadores de Argentina y del mundo comenzaron a dar guiños al candidato electo, el empresario Mauricio Macri.
El editorial de la Nación “No más venganza” que generó el repudio de los trabajadores del mismo diario, y que fue desmentido a medias por el mismo medio, marcó el fin abrupto de una etapa donde todas las conquistas ganadas en los últimos doce años tendrán un duro retroceso. Al menos, eso piensa quien escribe.
Mientras tanto, el nuevo contexto exige organización y reflejos rápidos para lo que viene, que ya está en el aire. Estamos cambiando.