Por Juan Manuel De Stefano. El delantero tuvo su bautismo en la red en un partido dramático. Una noche de 1991, nacía el idilio.
Hay historias que están emparentadas desde su inicio con la química y con la empatía. Momentos que simbolizan la consagración, que determinan y marcan a fuego el amor para toda la vida. Jugadas, goles, emociones que quedan grabadas en la retina de miles de personas y decretan la idolatría.
De esta manera se desarrolló el trajinar de Roberto Cabañas en Boca Juniors. Como si fuese una historia pergeñada por un destacado escritor. El paraguayo llegó a mediados del 1991 con una tarea nada sencilla, casi imposible, reemplazar a Gabriel Omar Batistuta. En aquel tiempo (sin la existencia de internet, entre otras cosas) las novedades contaban que Cabañas podía jugar de centrodelantero o de enganche, casi de armador, cosa que finalmente fue descartada. Venía de jugar en el Brest y en el Lyon de Francia, y lo respaldaban sus pasos con mucho éxito por el Cosmos de Pelé, entre 1980 y 1984, y América de Cali. En Colombia llegó a ser ídolo, integró el plantel que perdió 3 finales de Copa Libertadores consecutivas (´85,´86 y ´87), e hizo muchísimos goles. También integró la Selección Paraguay con la que jugó el Mundial de México.
Fue el último refuerzo de aquellos años, junto con Ricardo Rentera. En un Boca lleno de jugadores que eran las figuras del momento: Boldrini, Amato, Giuntini, Mohamed y el gran Chacho Cabrera, entre otros. Se estaba jugando el Torneo Apertura, y Cabañas llega a Boca de la mano del Maestro Tabárez para enderezar el rumbo y salir campeón.
El equipo de Bati, Latorre y compañía había emocionado a propios y extraños pero no pudo consagrarse al perder, sin sus dos figuras, por penales ante el Newell´s de Bielsa. Aquel muy buen torneo y la calidad profesional y humana de Tabárez, hacían que tuviese el crédito abierto para lo que vendría. Vélez, con un conjunto plagado de figuras (Gareca, Ruggeri y el Bambino Veira de entrenador) llegaba a la Bombonera el jueves 19 de septiembre de 1991. Luego de un opaco debut ante Ferro, el Maestro mantenía al paraguayo en el equipo para jugar ante el Fortín. A los 15 minutos, Boca perdía 2 a 0 y, para colmo de males, los goles los convertían Ruggeri y Gareca. Dos ex, odiados y con muchas ganas por los boquenses. Toda una pesadilla.
Pero el equipo, de a poco, iba a aparecer. Con la personalidad arrolladora de Cabrera y Giunta en el medio, las gambetas de Latorre y la voluntad de Boldrini y Mohamed, Boca lo empezó a meter en un arco a Vélez. Cabañas y el famoso “contragolpe ofensivo” del Bambino, decretarían el resultado. Lo cierto es que luego de una buena jugada de Gambetita, Cabañas corrige la trayectoria del remate, y a los 26 minutos decreta el 1-2. Y así concluye el primer tiempo. El segundo período estaba claro; Boca atacando y Vélez secándose la baba por una contra letal. La Bombonera era un hervidero y el empate estaba al caer.
La buena actuación de Cabañas se transformaría en histórica y en un idilio asegurado para el futuro. Sus goles, sumados a la actitud combativa y guerrera del paraguayo, significarían un cóctel con los ingredientes justos para el hincha de Boca. La estirpe ganadora del delantero ya había eclipsado a sus hinchas. Algo había en aquel retacón futbolista, que conquistaría a sus simpatizantes con su forma de sentir la vida y el fútbol. El actor principal apareció y Boca lo empató. Luego de una buena jugada del ingresado Rentera, el futuro ídolo la empujó cerca del arco con un cabezazo demoledor. Éxtasis, locura, gente desaforada abrazándose y vivando al genial delantero. Pero faltaba más. A los 78 minutos, luego de un centro rechazado por la defensa de Vélez, Mohamed la vuelve a meter de cabeza en el área y Cabañas con un tremendo cabezazo, decreta el 3 a 2 definitivo y le entregan el diploma de ídolo.
Así comenzó un romance que marcó una época. Boca y Cabañas, Cabañas y Boca. El encuentro ante Vélez fue la piedra filosofal que enmarcó una relación explosiva. Luego vendrían más goles, trabadas, bravuconadas y hasta patadas, que realzarían un amor a prueba de balas. Las declaraciones contra los jugadores, la hinchada y el club de Nuñez, no harían más que transformarlo definitivamente en un indiscutido de aquellos años. Así lo reconocería en una entrevista de hace un año con la revista SoloBoca: “Los partidos con River los jugaba mucho desde la parte verbal, le ponía mucha entrega. Además se calentaba mucho el ambiente con las declaraciones previas. En los Boca-River uno tiene que saber jugar con todo. Yo, por ejemplo, les decía a mis compañeros antes de salir a la cancha que estuvieran tranquilos, que me dieran la pelota a mí que yo iba a hacer que ellos entraran en mi juego. Entonces los charlaba, les decía cosas y se ponían nerviosos. Y los resultados, evidentemente, fueron buenos, ya que a River, mientras yo estuve, le ganamos ocho o nueve partidos al hilo”, aseguró.
En el medio de aquella racha ganadora de Tabárez ante River, Cabañas disparaba con munición pesada: “Cuando ven la camiseta de Boca arrugan…¿Qué querés?..Son gallinas”. Lo cierto es que los goles, los codazos, las patadas, las declaraciones tribuneras y demás, no hubiesen existido sin el encuentro fundacional ante los de Liniers. Aquella inolvidable noche del 19 de septiembre de 1991, en la Bombonera, comenzaba una historia de amor, nacía un ídolo.