Divididos volvió a desbordar de emociones, esta vez en el estadio Diego Armando Maradona, un lugar que supo llenar de sentidos. Crónica de un viaje en tren por la música y la historia argentina.
Por Pablo Flores. Fotos Nacho Arnedo y Martin Cornejo
Boyacá, Juan Agustín García, Gavilán y San Blas son las cuatro calles que rodean al Estadio Diego Armando Maradona. Cae el sol de sábado por la tarde en el corazón de la Paternal y las inmediaciones de la cancha se van poblando. Esta vez no juega “el bicho”. Por un par de horas el barrio cede un pedazo de su espacio y de la identidad futbolera para que Divididos muestre un poco de su intimidad en un lugar grande.
La Plaza de Pappo fue el punto de partida para calmar las ansiedades. Latas de cervezas, jarras improvisadas con botellas de plástico, algún humo y una parrilla en el pavimento. En Divididos nada es casual. Cuando Ricardo Mollo escuchó por primera vez Pappo ‘s Blues Volumen uno en el año 71’ se preguntó: “¿Esto se puede hacer en Argentina?” Había comenzado la gran pregunta. A tocar la guitarra entonces.
Tampoco fue una casualidad el arranque con Cajita musical. Antes de los primeros acordes las pantallas proyectaban la marcha del tren San Martín. Sí, ese que va de Retiro a Pilar. Pero el viaje comienza en Hurlingham. Con un guiño a Sumo y a Luca, una chica se dispone a escuchar en su walkman el cassette de Sumo, After chabon. Suena Mañana en el abasto y la primera emoción de la noche se hace presente. El viaje termina en la Paternal y el bajo de Arnedo empieza con la base. El gran ensayo de encontrar la eternidad. ¿Ya la habrán encontrado estos tipos?
Poca duda hay sobre si Ricardo Mollo está dentro de los mejores cantantes del país. Se construyó a fuerza de voluntad y trabajo. Porque él era un guitarrista que tuvo que aprender a cantar. Ese aprendizaje comienza en el 87’. Era el 10 de octubre y Sumo tocaba esa noche en el Estadio Obras. Por la tarde estaban probando sonido y empieza a sonar la línea de bajo de Estallando desde el océano. Luca camina por el escenario. Da vueltas. Una cámara lo sigue. La canción empieza a tomar cuerpo y el cantante tiene que tomar la posta y hacer lo que le corresponde: cantar. Pero el cantante no toma la voz. Mollo lo mira. Pero el cantante quiere cantar. De repente, con un deformado inglés, el guitarrista deviene en cantante. Ricardo está cantando. Luca lo mira y sonríe. Mira a la cámara y vuelve a sonreír. Mueve la cabeza con un ligero movimiento hacia abajo. Sonríe, mira al guitarrista y vuelve a mirar a la cámara. El cantante aprueba al guitarrista que con el tiempo tendrá que pensar a tomar la voz, pero también la palabra. ¡I’m bursting out of the ocean!
Pasaban los años y tomar la voz pesaba. El guitarrista que ahora cantaba terminaba los shows disfónico. Comienza a frecuentar a una profesora de canto. Susana lo escucha por primera vez: ¡Querido no tenés que cantar más así!
La potencia no está en gritar sino en agrandar y elevar el caño. Ricardo aprendió. Quizás el Fantasio, el noveno tema de la noche, fue la bisagra en la forma de cantar de Mollo. Ahora su voz tiene cuerpo y volumen, dijo en una entrevista. La voz ya no pesa. Su interpretación del Arriero, escucharlo sólo con una guitarra o a capella son algunas muestras de ese cambio. Todo aquello que empezó en Obras se transformó.
El viaje en tren a Paternal venía con guiños y pasajeros invitados. Los bajos de Javier Malosetti y Machi Rufino se sumaron al de Arnedo para una versión a tres bajos de Despiertate nena. Un trío de bajos lo suficientemente intenso como para que miles de personas puedan despertar emociones a partir de las vibraciones que reciben en sus cuerpos. Magnetoterapia la definió el Cóndor.
Claudio, el Tano, Marciello se sumó con una acústica para homenajear a Ricardo Iorio con Se vos, canción que Almafuerte grabó en el año 98’ y Mollo llevó a cabo la producción. “Aguante la universidad pública” gritó Mollo al finalizar el solo del Tano.
Avanzó la lista de temas y Marciello volvió al escenario. Esta vez con una guitarra eléctrica colgada. Tambien se sumó Alambre Gonzalez – el mejor guitarrista del país según Mollo- y su guitarr. Tocaron los tres Sucio y desprolijo. Un trío de afiladas cuerdas y riffs poderosos como lo hacían en los 70’ por el Oeste. El Carpo contento de que le llenaron de rock su barrio.
La cúspide de la tocada llegó cuando entre los micrófonos de Diego y Ricardo se acomodaron cinco màs. Uno al lado del otro. Willy Bronca, Nadia Larcher, Facundo Toro, Adriana Varela y León Gieco, algunos con una caja andina, se subieron al escenario en ese orden. La escena era una amalgama de artistas de diferentes estilos pero, sobre todo, generaciones. De fondo se escuchaba el bombo de Catriel con dos golpes secos repetitivos para marcar el tiempo. Los que tenían las cajas lo seguían. En la pantalla apareciò el rostro de la negra Sosa y su voz de fondo que decía:
Venga m’ hijo hoy le e’ de hablar de un tema tan cotidiano que ni usted ni sus hermanos se han detenido a pensar. Y es por costumbre nomás. Por haber nacido aquí, por venir de una raíz marginada de hace tiempo y contemplando en silencio lo que pasa en el país.
Divididos estaba tocando El embudo (homenaje a la Patagonia), canción escrita por Marcelo Berbel. En el 99’, en una entrevista, Mollo dijo que es necesario abrir la boca cuando algo te parece que no está bien. En la noche de la Paternal, Divididos se dispuso a denunciar los destinos de la patria a base de RIGI, deuda externa y mandato exportador, con la música: “No se me quede asombrado si le digo que en el gas van muchas cositas más con variadas propiedades que enriquecen otros lares y empobrecen los de acá”
Un Willy Bronca con una remera que decía “educación pública siempre” comenzó a disparar sus verdades con un lenguaje propio que aprendieron a usar como forma de expresión los pibes y pibas de su generación. La libre improvisación del rapero de Moreno despertó la ovación de miles por la carga política de su mensaje.
Finalmente, Sumo. Porque Sumo siempre está. Y Luca también. El enganche de la Rubia tarada con ¿Qué tal? Luego Nextweek y el final con el Ojo blindado.
La noche estaba llegando a su fin. Aquello que comenzó con guiños al barrio, a Pappo, a Maradona y Sandro estaba teniendo su último capítulo. Los guiños continuaron toda la noche, sobre todo por las remeras de Catriel: una del Diego gritando un gol con la camiseta de Argentinos y la otra con la cara de Norma Plá en el pecho y en la espalda la frase: “la única norma a seguir”. Porque por los lugares donde pasa Divididos hay que cargarlos de sentido. Hay que contar una historia, recopilar hechos y personas en un hilo narrativo que sintetice el efecto de las causalidades más contradictorias. Porque ahí radica la belleza de las cosas.
Ante la aceleración social reinante, la inmediatez de los mercados, la moda y la búsqueda de la novedad, Divididos suspende el tiempo. Proponen un espacio para volver a pisar los lugares que ya estuvimos. Lugares que son emociones sentidas y pasadas. También un método que te lleva por un camino con un poco más de verdad. Cuando verdad y método se juntan hay un horizonte de convicción. Ese método y la búsqueda de la verdad los llevó al lugar que ocupan. Y eso no es suerte, sino trabajo.