Por Leonardo Fernandes desde San Pablo*
El gobierno brasileño enfrenta su hora más difícil desde que el PT arribó al Palacio de Planalto en 2003. Jaqueado por la derecha política y mediática, que busca su destitución y realizará el domingo una gran movilización, y con fuertes críticas de los movimientos sociales y sindicatos que vienen siendo siendo su base de apoyo pero que desaprueban el rumbo económico conservador que viene encarando Dilma Rousseff en su segundo mandato.
Brasil vivió en plena crisis del capitalismo central un periodo de crecimiento sostenido y estabilidad monetaria. Pero la demora en la recuperación de las economías centrales y unos cuantos tropiezos en la gestión de los recursos terminó imponiendo un límite a la política económica oficial. Y a la hora de hacer los ajustes para evitar un verdadero desastre económico, el gobierno de Dilma decidió que la cuenta la pague el pueblo.
Un ajuste fiscal, gestado por el conservador ministro de Hacienda Joaquín Levy, genera retrocesos en la concesión de derechos y beneficios laborales, además de recortes presupuestarios en varios sectores, principalmente los más carentes de recursos como la educación, que sufrió un recorte del 7% del presupuesto anual.
Las medidas del gobierno han creado un ambiente fuertemente crítico entre los movimientos sociales que históricamente han sido parte de la base política de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). En los actos realizados en la ciudad de São Paulo, incluso durante las celebraciones del 1º de Mayo, estuvieron unificados en torno a la lucha contra el ajuste fiscal las cuatro centrales sindicales de izquierda: la Central Única de los Trabajadores, la Intersindical, la CTB y la Conlutas, además de casi todos los partidos políticos de izquierda y movimientos sociales como el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST). Todos contra el ajuste de Dilma y Levy.
(Re)inventar la política
Pese a que en estos 12 años gobernados por un partido de fuertes raíces de izquierda, en el que se ha experimentado una drástica reducción de la pobreza y avances en materia de derechos sociales, no se pudo transformar la estructura del Estado en pos de fortalecer los instrumentos democráticos.
Uno de los puntos más sensibles es el propio sistema político, que ha servido para la interferencia constante del poder económico en la decisiones de la mayoría. El principal punto del debate de una posible y necesaria reforma del sistema político brasileño son las formas de financiamiento de las campañas electorales. Estas han sido las herramientas con la cuales los representantes del poder económico han influenciado las elecciones, y más aún, este ha sido identificado por diversas instituciones democráticas como la raíz de la corrupción en los cargos públicos.
La ecuación es simple: la empresa “dona” una cantidad de dinero para la campaña de un determinado candidato. A cambio, si es electo, ese candidato tendrá la tarea de favorecer la aprobación de proyectos que beneficien a la empresa. Al final, toda la “donación” es recuperada en obras que podrían, además, costar miles de millones menos de lo que cuestan a los cofres públicos.
Las conocidas maniobras de los sectores conservadores para permitir que el capital siga participando como protagonista de los procesos democráticos han pasado incólumes por la opinión pública del país. Estos sectores tienen a los medios de comunicación nacional, pocos y grandes conglomerados de empresas que monopolizan casi toda la circulación de información del país, como su principal intermediario con el pueblo. Todos estos medios, sin excepción, son de derecha.
Justicia política y la “operación Lava Jato”
Un sistema político que ha permitido la manutención del capital por sobre la política necesita para su sobrevivencia de otras garantías. Además de los medios de comunicación, el sistema judicial del país ha funcionado como un brazo del conservadurismo brasileño.
La conocida “Operación Lava Jato”, que investiga el pago de recursos ilegales para la aprobación de proyectos en Petrobras, es un ejemplo de ello. No estaría mal pensar que finalmente los desvíos de recursos públicos son investigados y los responsables castigados, sea quien sea. Es básicamente lo que ocurre hoy en Brasil, cuando el sistema democrático ha llegado a un alto nivel de independencia entre los poderes instituidos.
Independientes, pero no imparciales. Todos los días son filtradas informaciones confidenciales de las investigaciones para los medios de prensa. De estos testimonios, que deberían ser de carácter confidencial, son publicados por la prensa, de manera selectiva, solamente las informaciones que vinculan a miembros del gobierno o del PT. Lo hacen para crear la sensación de que el PT tiene el monopolio de la corrupción en el país y, con esto, han generado una fuerte caída de la popularidad de Dilma y el surgimiento de un nuevo discurso en la derecha: menos republicano, más golpista.
El objetivo de los delegados federales responsables por la Operación Lava Jato, hoy considerados por los medios “héroes nacionales”, no es simplemente el combate a la corrupción. Sino debilitar al gobierno y al PT e inviabilizar un proyecto de izquierda para el país.
“Impeachment”: consigna de una oposición aventurera
El sistema político fuertemente influenciado por el poder económico y amparado por el monopolio mediático y un sistema de justicia parcializado, sumado a los graves equívocos del gobierno y de la misma izquierda, han provocado el ascenso de los sectores más conservadores.
Las elecciones de 2014, además de la reelección de Dilma, dejaron la composición más conservadora del Congreso Nacional desde 1964, cuando el gobierno popular del presidente João Goullart fue derrocado por una dictadura militar. La posibilidad de un golpe no sería un riesgo actual, argumentan algunos análisis. Los militares ya no están dispuestos a una aventura de este tipo, dicen.
Los militares quizás no estén dispuestos, pero gran parte de los que ocupan las 513 bancas del Congreso ya han embarcado en aventuras y demostrado algo de desprecio a la Constitución. Ejemplo de ello es el actual presidente de la Cámara de Diputados. Desde el comienzo de su gestión, Eduardo Cunha, quién pertenece a un partido aliado del gobierno, el PMDB, ha tratado de impulsar medidas contrarias a los intereses del gobierno, y en las últimas semanas convocó una rueda de prensa para anunciarle al país el rompimiento con el Ejecutivo.
De los tres poderes -o de los cuatro, si incluimos a los medios de comunicación-, el PT tiene medio, o menos que esto. El fuerte desgaste político ha fortalecido el discurso golpista de algunos sectores opositores. No todos, sólo los más aventureros.
El pasado viernes, la Red Globo de Televisión divulgó una editorial en su principal noticiero diario, el Jornal Nacional, en el cual llama inconsecuentes a los que defienden la cesación del mandato de Dilma y alerta que la crisis política agravada por las posiciones sectarias del Congreso “turbina a la crisis económica”. Si por un lado esta empresa, que ha funcionado históricamente como un partido de derecha, seguirá promoviendo la campaña de descrédito contra el gobierno nacional para desgastar al PT e impedir una nueva victoria de este partido en 2018, su posición deja claro que la ruptura del orden constitucional sólo serviría ahora para prolongar la crisis económica, de la cual los sectores de la burguesía quieren verse libres, antes mismo que Dilma termine su mandato. Por esto ahora piden gobernanza al Ejecutivo.
Los próximos días se volverán a medir fuerzas otra vez en las calles. Para este domingo, la oposición empieza a movilizarse para pedir el impeachment (juicio político) a la presidenta, una alternativa ya celebrada por parte de los sectores que componen el Congreso. El 20 será la izquierda que ocupará las calles del país en contra del Impeachment, pero demostrando también que no están dispuestos a apoyar los rumbos que ha tomado el gobierno. Pedirán una salida por la izquierda a la crisis.
Cambiar nunca ha sido una necesidad tan urgente. Una realidad que desafía a la capacidad de invención de los brasileños y sus liderazgos. Como recordando a Simón Rodríguez, el gran maestro venezolano, tantas veces recuperado en las palabras de Hugo Chávez: “O inventamos o erramos”.
*Periodista, corresponsal de la cadena de noticias TeleSUR en la ciudad de San Pablo, Brasil