Todas las candidaturas presidenciales arrojan luces y sombras, esperanzas y dudas. La del colombiano Gustavo Petro no es la excepción y el autor de este artículo plantea algunas de las contradicciones que merecen ser puestas sobre la mesa para una propuesta más amplia de país. Un artículo polémico para un debate necesario. (Segunda parte)
La diferencia colonial y el castro-chavismo
Probablemente, aconsejado por sus asesores de imagen y campaña, Petro parece haber determinado como primer objetivo en sus debates públicos deshacerse del mote de “castro-chavista”, pues eso supone la quiebra política de cualquier candidato. Entonces, ha desarrollado una estrategia argumentativa inversa: los “castro-chavistas” son Iván Duque y Germán Vargas Lleras (y también Uribe y Santos, y ahora Trump).
¿Cómo define el “castro-chavismo”? Como un modelo político dictatorial y una economía extractivista. Apartarse de ambos modelos lo constituirían en la alternativa. ¡Como si la democracia liberal fuera la única alternativa y la infraestructura petrolera venezolana hubiera sido construida en los últimos diez años!
En términos políticos, habla del Estado Social de Derecho, es decir, del liberalismo socialdemócrata. En términos económicos, habla del cambio estructural de la matriz productiva: de la economía extractiva minero-energética (fracking incluido) a la economía agroindustrial con biotecnología a bordo. En su esfuerzo por librarse del “castro-chavismo” termina aproximándose al proyecto de Al Gore. Eso no es una postura popular ni de izquierdas. En sus consideraciones se olvida que el Estado Social de Derecho europeo ha sido posible gracias a la expropiación y transferencia de recursos y riquezas del sur global al norte colonialista europeo y estadounidense.
Petro se mira en el espejo del colonizado, que le hace verse como un liberal socialdemócrata europeo, de esa izquierda parlamentaria que tampoco simpatiza con el azadón. Sus promesas de desarrollo productivo desde cooperativas agrarias y hasta hacer de Colombia el nuevo tigre suramericano de la economía mundial, se desvanecen si le aplicamos la diferencia colonial. Esto le impide a Petro ver que el cooperativismo agrícola canadiense o alemán sólo es posible por la regulación de los mercados internos, con parámetros propios que no se aplican en las relaciones comerciales con el sur global. El norte blanco, que saquea los recursos del resto del mundo, tiene uno de sus pilares económicos en la producción y venta de armas que alimentan las guerras y la represión en el Sur Global. Otro de sus pilares económicos es el secreto bancario y el paraíso fiscal que ocultan el dinero de tiranos y mafiosos, conseguidos por medio del genocidio de los pueblos del sur. El modelo capitalista mundial está diseñado para que el norte blanco se enriquezca con la miseria del sur.
¿En verdad cree Petro que va a cambiar el modelo extractivista, dejando sin el carbón del Cerrejón para la calefacción de Alemania, Holanda e Israel y que le va a parar el chorro de petróleo a las multinacionales sin que nada suceda? Acierta que el modelo extractivo destruye comunidades y territorios en el país, pero olvida que esto constituye uno de los pilares del empuje económico y político europeo, que además producen y controlan la producción de armas que alimentan las guerras en el sur Global, donde pertenece Colombia. Por otra parte, en el Congreso colombiano quienes gozan de mayorías son las derechas tradicional y paramilitar, y en los territorios nacionales son las fuerzas armadas quienes tienen el control, de quienes se sabe su estructura criminal.
Un nuevo modelo político-económico basado en la soberanía y la autodeterminación deberá enfrentarse al Orden mundial: cerrar el Cerrejón, modificar la matriz productiva minero-energética, expropiar las transnacionales y el latifundio, enfrentarse a la destrucción medioambiental y de los tejidos socio-comunitarios. Esto exige asumir un compromiso y obediencia a los movimientos sociales, las organizaciones populares y las comunidades organizadas, quienes, con las movilizaciones y sus agendas, enfrentan cotidianamente el modelo político-económico de la dictadura liberal del capitalismo globalizado. Desde hace muchas décadas, el campesinado colombiano y las comunidades ancestrales han construido formas de producción colectiva y comunitaria, verdaderos experimentos político-económicos que han sufrido los embates de la represión estatal y paramilitar: cosechas arrasadas, instalaciones quemadas, líderes y lideresas asesinadas. ¿Cómo se garantizarán la supervivencia de las personas y los proyectos?
Sin embargo, Petro no quiere ir más allá de la explicación crítica del “cambio climático”, muchas veces con una rapidez argumental que provoca pena ajena en aquellas personas que nos consideramos latinoamericanistas y soberanistas. En sus cálculos no se prevé el fortalecimiento de los tejidos comunitarios si no el fortalecimiento de la ley. La ley fabricada en un Congreso de derecha y defendida por las fuerzas armadas criminales. ¿Acaso el fetichismo leguleyo no nos ha llevado a la masacre y al despojo? Por eso, frente a la detención de Jesús Santrich, líder de las desmovilizadas FARC, Petro ha afirmado que, si la Fiscalía demuestra hechos delictivos, él, como presidente, no dudará en extraditarlo. Petro no es soberanista.
La seguridad democrática reencauchada o el nuevo paradigma contrainsurgente
En esta misma dirección, desarrolla un concepto de seguridad democrática que incluye la pedagogía ciudadana, lo cual no es ninguna novedad. Desde los tiempos de la Alianza para el Progreso se hablaba de las campañas cívico-militares, y terminaron desatando la barbarie militar y paramilitar, la guerra sucia y la guerra psicológica a lo largo del continente. ¿Se supone que Petro civilizará el concepto de seguridad con su pedagogía ciudadana?, ¿acaso los educadores y educadoras populares se volverán policías para proteger la propiedad?
El riesgo de la pedagogía ciudadana de la seguridad es su militarización. En su concepto de Seguridad Democrática Integral, la fuerza pública debe tener el control territorial. Pero, ¿no ha sido el deseo de ese control por parte de la fuerza pública el motor de los conflictos sociales y políticos en las regiones? ¿No es la presencia del ejército y la policía y su alianza con grupos paramilitares la que ha generado conflictos con las comunidades que quieren ejercer su derecho a la gestión y a la vida comunitaria? Es inevitable que mientras no haya una reforma integral de las fuerzas armadas que remueva sus cimientos, estas seguirán siendo las portadoras de la guerra contra las comunidades. Petro ve la pedagogía ciudadana como un asunto de acuerdos multitudinarios. La ciudadanía se entiende como un fenómeno masivo que enaltece mediáticamente los favores del sistema que representa, pero que, sin embargo, no representa la realidad de las comunidades.
El problema real es la doctrina de la seguridad nacional, que sigue intacta en Colombia desde las épocas de Marquetalia. Sin embargo, Petro que no piensa en tocar las estructuras de las fuerzas armadas ni su doctrina, ofrece llevar a las universidades a policías y soldados. En ese contexto sólo puedo ver dos cosas: una militarización disfrazada de las universidades y la promesa para la juventud colombiana, de que para estudiar tienen que volverse soldados y policías. Sospecho que el Estado policivo se hará más fuerte en Colombia.
En su discurso, Petro parece convencido del fin de la guerra y el tránsito a la democracia en Colombia. Así sigue el libreto de la paz establecido desde las esferas del poder, un libreto del que hace parte el premio Nobel de la paz para Santos y los estudios que afirman que Colombia es uno de los países más felices del mundo.
El Estado Nación, la democracia y lo político
La izquierda colombiana ha estrechado lentamente su horizonte utópico, al punto de reducirlo a la concepción que sólo se puede generar un cambio político por la vía electoral. La modernidad capitalista impuso el mandato del Estado-Nación y quienes no comparten la barbarie, el asesinato, la masacre y el genocidio como forma del ejercicio político, siguen viendo en ese Estado la posibilidad de una vida en paz. La modernidad capitalista ha colonizado fuertemente el pensamiento crítico colombiano y las organizaciones de izquierda, instaurando la noción eurocéntrica de democracia (liberal-burguesa) como centro de lo político y al estado como espacio natural de la disputa política. Entonces, la izquierda colombiana se ha adentrado lentamente en la ambición de gobierno mientras va perdiendo su contacto con la realidad de las comunidades. Esta ambición la mantiene dividida brincando alrededor de la cuota electoral, necesitando de las estadísticas para confirmar su existencia.
La idea del Estado liberal democrático, sin embargo, difiere en su condicionalidad histórica. Una cosa es el norte blanco colonialista y otra el mundo colonizado. La idea liberal europea del Estado transmuta en el colonialismo hacia la versión más rancia del Estado policivo. El Estado colombiano nunca ha perdido su alineamiento imperial con los Estado Unidos y Europa. Incluso, en décadas anteriores, cuando candidaturas progresistas con apoyo de la izquierda llegaron al gobierno en varios países latinoamericanos, en Colombia se consolidó un gobierno de la derecha reaccionaria, rancia y vomitiva. El Estado colombiano es un estado servicial al imperialismo y al capital internacional.
No creo que sea la participación electoral la que pueda remover algo al interior del Estado colombiano, sino el respaldo que desde los movimientos sociales pueda tener una candidatura. Por el momento las comunidades y movimientos sociales están siendo asesinadas, garroteadas, amenazadas, vilipendiadas por las fuerzas armadas y su contubernio con las bandas criminales paramilitares. Una candidatura popular estaría denunciando esa violencia y exigiría la reforma estructural de las fuerzas armadas. Mientras no se de esta reforma, los ejercicios político democráticos no podrán germinar en beneficio de las mayorías del país. El problema central de Colombia, es a mi parecer, la condición de propiedad que las castas dominantes de nuevos ricos y las oligarquías tradicionales ejercen sobre la estructura militar y represiva del Estado. El problema no consiste tanto en desarmar a las guerrillas, si no en desarmar a las clases dominantes y eso significa, desarmar al Estado.
Existen otras perspectivas de entender lo político, como nos lo muestran las experiencias del Kurdistán, el zapatismo mexicano y la minga indígena y campesina. En la región kurda de Rojava, en el norte de Siria, el movimiento de liberación kurdo aprovechó un momento en medio del conflicto sirio entre 2012 y 2013, para ocupar la institucionalidad abandonada. Entonces, estableció un sistema de gobierno, participación y autodefensa que involucraban y representaban a todas las comunidades e identidades étnicas, religiosas, sociales e igualmente se planteó la obligada representación paritaria de hombres y mujeres en los espacios de gobierno, participación y autodefensa. El lineamiento político-ideológico es el Confederalismo Democrático de Abdullah Öcalan, que reivindica la organización y autodeterminación comunitaria y desechan la idea de un Estado-Nación como ente regulador de lo político, pues éste reproduciría los mecanismos de opresión de los que queremos liberarnos.
Por su parte, en México, el movimiento zapatista lanzó una candidatura presidencial encabezada por una mujer indígena. Al zapatismo no le interesaba la presidencia, pues saben que en México las castas dominantes no van a dejar llegar un gobierno de interés popular, pero la campaña permitía movilizar el discurso, visibilizar unas prácticas concretas de las comunidades y generar situaciones de encuentro de comunidades para discutir lo político. La perspectiva era construir poder desde lo local, desde el ejercicio de autodeterminación, de reafirmación y autogestión.
Finalmente, la Minga Indígena y Campesina, como otra experiencia de construir lo político, también ha apuntado al protagonismo popular y al empoderamiento de “abajo hacia arriba”, con más vocación de poder (popular) que de Estado-Nación (liberal-burgués).
Mientras escuchaba algunas entrevistas, pensaba que Gustavo Petro vive en una burbuja, suponiendo que el Estado es un problema de hacer cuentas alegres. Tanto que habla del problema de los saberes debería mirar primero los saberes populares y ancestrales, y ponerlo en diálogo –en pie de igualdad– con los universitarios. Escuchar a los indígenas que luchan contra el monocultivo, a las comunidades desplazadas por el Cerrejón o por los proyectos hidroeléctricos como “El Quimbo” en lugar de fantasear con la biotecnología y la inserción en el mercado internacional. Escuchar y aprender del pueblo es una manera de entender la política, que no está determinada por el valor de los votos. Se trata de construir poder comunal y popular, porque sin este no puede haber transformaciones estatales reales, se trata de fortalecer a las comunidades, de protegerlas de la violencia narco-paramilitar de las oligarquías colombianas y del Estado. Es necesario ir más allá de los lugares comunes y del mundo de las apariencias.
Salir de la prisión epistemológico-existencial de la modernidad eurocéntrica, del fetichismo de las mercancías y de las leyes. Ir “más allá” de recitar la mitología moderna, de hablar de economía clásica y presumir de biotecnología. Tenemos que alterar los pilares del poder de la casta bárbara que gobierna Colombia, afectar la esencia del Estado colombiano expresado en la Santísima Trinidad que el gobierno de Santos impuso para las negociaciones con las guerrillas: el modelo económico, la institucionalidad política y la doctrina militar. Afectar el fetichismo y la esencia contrainsurgente del Estado colombiano, sería la función de una candidatura de izquierda y popular y no aventar bombas de humo cubriendo la esencia de los problemas del país.
El problema de la violencia en Colombia no es un problema que se resuelva con desarmar a las organizaciones guerrilleras. La guerra en Colombia va más allá del conflicto con las FARC y el ELN. Y cualquier análisis serio de la situación de violencia va a demostrar que hay una agresión violenta contra las comunidades por despojarlas de sus territorios, por la apropiación de sus tierras, del agua, de los bosques, de las montañas, de los barrios, de los cuerpos y las mentes. Una candidatura popular estaría enfrentando esta guerra contra las comunidades y no jugando al ninja con bombas de humo.
Mientras Petro y la izquierda no enfrenten estos problemas de frente, sin miedos, sin dogmatismos, pero sin ambigüedades, no habrá horizonte de cambio en el país. Mientras esto no ocurra, Petro seguirá pareciéndose cada vez más a un culebrero que quiere explicar el mundo hablando de cuarenta mil cosas al mismo tiempo, muchas de ellas sin coherencia lógica y valiéndose de argumentos semi-ilustrados y universalistas. Petro, me atrevo a decir, es un “bocón” que a final de cuentas puede ser más funcional al proyecto neoliberal burgués que al campo popular. Por su parte la izquierda colombiana oficial, que no el campo popular, sigue encerrada en su ambición de gobierno y su poca vocación de pueblo. Nada nuevo en el país del sagrado corazón.
—
*Felipe Polanía es educador artístico y exiliado colombiano en Suiza desde hace dos décadas.