Por Juan Manuel De Stéfano.
El trabajo de Bielsa en Francia y el de Almeyda en la Argentina son indicadores claros de que el resultadismo se va extinguiendo. Las ideas y el estilo de juego asoman la cabeza, pisoteando al exitismo reinante.
Ganar, ganar y ganar. A cualquier precio, no importa el cómo ni el proyecto. El que gana es intocable, un dechado de sabiduría y el que no, un inútil que está desactualizado y al que hay que ridiculizar en cuanta oportunidad haya. No sirve.
Este discurso nefasto fue impuesto por el periodismo (fundamentalmente), algunos hinchas y varios protagonistas a mediados de los años ochenta, toda la década de 1990 y principios de 2000. Comunicadores como Fernando Niembro, Marcelo Araujo y tantos otros, levantaron la bandera del bilardismo a ultranza y denostaron durante años a entrenadores que, en muchos casos, eran –y siguen siendo– muy valiosos. La eliminación en primera ronda de la Selección Argentina de Marcelo Bielsa abrió el debate y se instaló fuerte como un ejemplo de un entrenador que persistió y se reinventó a pesar de un gran fracaso. La crítica fue tremenda y encarnizada. Y el propio Bielsa se encargó de aceptar las reglas del juego pero, no por eso, estar de acuerdo ni participar del “circo mediático”. “Yo fui protagonista del peor fracaso del fútbol argentino. Pero nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción. Los seres humanos, de vez en cuando, triunfan; pero habitualmente desarrollan, combaten, se esfuerzan. Y ganan de vez en cuando, muy de vez en cuando”, fueron sus palabras.
Sus pasos –muy exitosos, por cierto– por la Selección de Chile, el Bilbao y el Olympique de Marsella sintetizan el ejemplo perfecto de lo que despierta el Loco en sus dirigidos, en la gente e incluso en algunos de los dirigentes. Fue amado en todos lados y sus convicciones futbolísticas y de vida fueron resaltadas a cada momento. En la actualidad, en Francia los hinchas le piden que se quede mediante banderas y muestras de cariño constantes, a pesar de la recaída del equipo, que iba puntero y se desmoronó hasta el quinto puesto luego de varios resultados negativos. Pero, aun así, la idea es valorada; el proyecto, sostenido y los logros, reconocidos por la mayoría.
¿Y por casa cómo andamos?
En el fútbol doméstico, el representante de esas ideas futbolísticas y principios de vida es, en la actualidad, Matías Almeyda. El mismo que llevó a River y a Banfield del Nacional B a Primera, y que supo conquistar a sus discípulos y a su público con armas nobles y una forma de juego arriesgada y ponderada por propios y extraños. “Se logró mantener un estilo, que Banfield juegue a otra cosa, que todos hablen del sistema futbolístico. Se vendió por más de 60 millones de pesos, creo que algo bueno hice”, dijo Almeyda.
Lo cierto es que el torneo pasado, Banfield mereció bastante más de lo que cosechó y el estilo de juego, en algunos casos, fue puesto en duda. Pero las convicciones del entrenador nunca flaquearon; él piensa así, y así seguirá jugando: arriesgando, yendo al frente y desprotegiéndose un poco en defensa. En cuanto al entramado y a cómo se paran sus equipos, el Pelado tiene mucho de Bielsa. Tres atrás, tres en el medio, un enganche y tres delanteros es el módulo que suele usar. Y en las formas lo mismo: presión alta y bien arriba, ataque constante y vocación ofensiva garantizada. Se aprecia una diferencia en cuanto a la posesión; su equipo trata de tener la pelota y, si bien tiene un juego directo, es un poco menos vertical que los equipos de Bielsa; en ocasiones sus equipos intentan distraer con el balón en su poder para luego dar el zarpazo. Y fuera de la cancha, la sinceridad de Almeyda sorprende: “En Banfield pude desarrollar lo que tenía en mente como entrenador, jugar con tres delanteros y un enganche. Llevó un tiempo y tendrá un proceso seguir mejorándolo. En River traicioné mis propios ideales futbolísticos porque jugué dos partidos con cuatro centrales”. En la misma nota reconoció que se equivocó en cómo se terminaron yendo Cavenaghi y el Chori Domínguez de River cuando él era el entrenador.
Aceptar, reconocer, cambiar cosas por el bien del equipo; así son ambos, así se manejan en un ambiente que suele ser hipócrita, falso y lleno de malicia. Se puede, sí que se puede. Para muestra basta un botón; una del Loco y su relación con los jugadores del Marsella: “He hecho concesiones, que han debilitado mi manera de hacer las cosas, para continuar avanzando. Admitir que hay que cambiar la forma de trabajar exige aceptar una disminución de la autoestima, que en mi caso podía estar sobredimensionada por la valoración externa que se hacía de mi trabajo. Más que obedecido, el líder busca ser interpretado. Es la única forma de que su liderazgo sea duradero y se mantenga, incluso cuando ya se ha perdido el poder”. Brillante. ¿A cuántos técnicos, jugadores, dirigentes o gente común podemos escuchar en el día a día indicando tales verdades a cara descubierta y hacia todo el mundo? A pocos, muy pocos.
Exponer sus defectos de tal manera los vuelve propensos al juicio o la crítica fácil y burlona. A ellos (por suerte), no les importa. Mientras, intentan cambiar la máxima penosa y malintencionada que indica que el que no sale campeón es un fracasado. El título más importante, para ellos, es el trabajo, el exigirles a sus dirigidos el máximo, enseñarles lo que saben y defender una forma de ser y de sentir el fútbol y la vida misma. Ahí radica su mayor triunfo. Y así lo asegura Bielsa: “Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario: es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar, y trabajo de lo que trabajo porque quiero ganar cuanto compito, si no distinguiera qué es lo realmente formativo y qué es secundario, me estaría equivocando”. Si usted lo dice, Marcelo.
Lo verdaderamente importante es que una nueva corriente se está desarrollando hace rato. Más allá de estilos, gustos y paladares, se está terminando el “fútbol amargura”. Ese que hablaba sólo de dientes apretados y de ganar a cualquier precio, como saliera. Y que no le daba importancia a las formas, a los maestros y a la docencia. Otros paradigmas se ven y se aprecian en nuestro fútbol: la “Escuela Bielsa” tiene varios adeptos y cada vez más discípulos y eso, a pesar de no compartir todos sus preceptos futboleros, es una muy buena noticia para la salud del fútbol. Sobran convicciones.