Este día vuelven las elecciones primarias en 6 Estados de los Estados Unidos. Será una jornada clave que enfrentará en un mano a mano a Bernie Sanders contra Joe Biden, quien tiene el respaldo de las élites del partido demócrata. El resultado de esta noche será clave para saber quién enfrentará a Donald Trump.
Por Hilary Goodfriend* Foto LiberationNews
En la interminable campaña presidencial estadounidense dos figuras disputan hoy la candidatura demócrata: Senador Bernie Sanders, autoproclamado socialista democrático, y el ex vicepresidente Joe Biden, candidato preferido del liderazgo del partido y sus donantes. En las próximas semanas los votantes demócratas tendrán que tomar una decisión entre el socialismo —en la forma de la campaña de Sanders —y la barbarie —en la forma del presidente Donald Trump, quien sería el inevitable ganador en una elección general contra Biden—.
La victoria de Trump en 2016 dejó al partido demócrata en crisis. Esta crisis ha sido evidente a lo largo del proceso de las elecciones internas, en las cuales la evidente debilidad del candidato favorito —Biden— engendró una disputa entre unos 20 aspirantes, todos representantes de diferentes grados del mismo centrismo liberal. El partido resultó incapaz de cerrar filas por una candidatura consensuada hasta el último momento, en vísperas del llamado “Super Tuesday” el 3 de marzo. Al final, no les quedó otra opción que conformarse con Biden.
El desorden dentro del partido es síntoma de la decadencia total del establishment liberal estadounidense y del neoliberalismo en general. Los demócratas no tienen soluciones para la crisis ecológica, las guerras perpetuas y la tremenda desigualdad social. Proponen una política de nostalgia y negación, reducida al campo discursivo. La única alternativa al avance de la derecha fascista es el movimiento de Sanders, que tiene la tarea poco envidiable de desafiar tanto a los demócratas como a los republicanos para vencer.
Zombis neoliberales
La bancarrota generalizada del neoliberalismo, desatada desde la crisis financiera global de 2007-2009, viene acompañada en el imperio norteamericano de una crisis de la clase dominante impulsora y defensora del proyecto neoliberal a lo largo de los últimos 40 años. Este proyecto global, liderado por el capital financiero estadounidense, tenía como objetivo principal restaurar la rentabilidad capitalista por medio de la desvalorización de la fuerza de trabajo, a través políticas antidemocráticas de privatización, desregulación y apertura externa.
Al interior de los Estados Unidos, desde 2016 presenciamos el colapso del consenso bipartidario que permitía impulsar esa reestructuración económica y contener su alto costo social a través del encarcelamiento masivo y la criminalización de los migrantes. La pérdida vergonzosa de la candidata Hillary Clinton y la victoria presidencial de Donald Trump en 2016, así como el renacimiento de la izquierda socialista estadounidense, son los indicadores claves de esta crisis.
En la década de 1970, el Partido Demócrata inició un largo proceso de transformación. Junto con el sucesivo debilitamiento del trabajo organizado, el partido comenzó a abandonar a su base trabajadora y apostar cada vez más a cierto sector de profesionales de clase media. La dirección del partido encaminó una larga marcha hacia la derecha. A la vez, la desregulación neoliberal legalizó nuevas formas de corrupción dentro de la política estadounidense, incentivando a que el partido se distanciara de las mayorías trabajadoras para privilegiar los intereses de sus donantes.
El caos reciente en las elecciones internas del partido es producto del tremendo desencuentro entre la tecnocracia partidaria, y sus financistas, y las mayorías populares. Este abismo se reveló en la campaña de Clinton de 2016 con su lema “America is already great”, afirmación que resultó profundamente ofensiva y alienante para la gran mayoría de la clase trabajadora norteamericana que todavía no se ha recuperado de la Gran recesión de 2007-2009. Algunos dieron su voto a Trump. Muchos más se quedaron en casa. En un posible enfrentamiento entre Biden y Trump podemos esperar el mismo resultado.
2020
Las élites demócratas han sido incapaces de diagnosticar las causas de su derrota. Actualmente han apostado a Biden, cuyo récord abismal como senador y evidentes lapsos cognitivos lo dejaría terriblemente vulnerable en una elección contra Trump. En 1994, Joe Biden redactó la legislación principal para el encarcelamiento masivo; apoyó a las reformas antimigrantes de 1996; votó a favor del TLCAN y la invasión de Iraq; lleva 40 años abogando por recortes al seguro social y, por encima del todo, hoy muestra innegables signos de demencia. Los demócratas insisten en repetir los mismos errores que en 2016. Pero todavía hay otra opción.
Contra todas probabilidades, y a pesar de contar con todo el peso de los medios masivos en su contra, la campaña de Bernie Sanders se mantiene fuerte y viable. Con sus sucesivas victorias en Iowa, New Hampshire y Nevada en febrero, Sanders se convirtió en el único candidato en la historia—republicano o demócrata— en ganar el voto popular en los primeros tres estados de los comicios internos. Aún hoy, después de las victorias de Biden en los estados sureños el 3 de marzo, el exvicepresidente aventaja a Bernie por un margen estrecho de delegados.
La resiliencia de la campaña de Sanders radica en su esencia como auténtico movimiento popular. Su propuesta incluye la salud y educación pública, universal y gratuita; la abolición de la deuda médica y estudiantil; la legalización de la marihuana; una garantía federal del empleo; el sufragio para los encarcelados; el cese de las guerras interminables; y la implementación de una reestructuración económica “verde” al estilo del New Deal de la posguerra para combatir el cambio climático a través de la expansión masiva del sector público.
Sanders propone una suspensión total de las deportaciones, la desarticulación de ICE y del Border Patrol, y la reinstalación y ampliación de DACA. Con este programa ambicioso, Sanders ha movilizado un aparato territorial impresionante, con decenas de miles de voluntarios a nivel nacional. Ha rechazado los donativos empresariales, y a través de pequeños montos individuales de un promedio de $18.50 USD su campaña ha recaudado más dinero que cualquier otro y de más personas en la historia de la política estadounidense.
De esta manera, Sanders ha ensamblado una coalición multigeneracional y multiracial. Su apuesta es movilizar a los jóvenes, las personas de color y los pobres —sectores que, en Estados Unidos, no suelen salir a votar—. En Nevada, California y Texas, Sanders ganó de manera definitiva. Y en todos los estados lxs jóvenes muestran su preferencia por la campaña de Sanders. Aún en Carolina del Norte, por ejemplo, donde Biden ganó una mayoría de votos, el 62% de lxs votantes menores de 25 años optaron por Sanders.
La reciente consolidación de las élites del partido alrededor de la candidatura de Biden representa un reto fuerte para Sanders, pero todavía no insuperable. Hasta la fecha, se han repartido una tercera parte del total de los 3,979 delegados que determinarán el candidato en la convención de julio. Sanders tiene la ventaja más grande sobre Trump en las encuestas. Con un movimiento de base y su mensaje apasionante de solidaridad, justicia, y equidad, es el único candidato cuya campaña cuenta con las condiciones para derrotar al presidente republicano. No obstante, es claro que para el capital detrás del partido lo más importante es derrotar al socialismo—incluso a la social democracia—a todo costo, aún arriesgando otra derrota electoral.
Nada está asegurado, y aún si Sanders saliera victorioso, la lucha apenas comenzaría. Estamos frente un escenario inédito. La campaña de Sanders representa una oportunidad única y efímera para abrir urgentes horizontes políticos hacia la izquierda desde el centro imperial con implicaciones globales. Hay mucho que perder, pero un mundo por ganar.
*Originalmente publicado en Revista Común