Por Simon Klemperer. Brasil hipotecó el país para que el Mundial se realizara. Aumentó la deuda económica y la represión policial, y presentó un equipo tan triste como la situación general. Sin embargo, apareció otro equipo que juega a la pelota e hizo justicia
Hermoso, hermoso, hermoso. Una maravilla total la paliza que le dieron a los brasileños. Cada vez que comienza un partido y juega uno de los equipos llamados grandes, uno de esos equipos que suelen salir campeones y alternarse entre ellos el podio, hincho fervientemente por el contrario. Cuando se enfrentan dos equipos grandes tengo que tomar la decisión en función de otras variables. Esa variable suele ser el fútbol.
Este equipo brasileño no se merecía nada. Pero nada de nada. Es un equipo horrendo que le ganó a Croacia porque cuando iban empatados le regalaron un penal, alevosamente inventado. Este Brasil espantoso no le pudo ganar a México, aunque sí le ganó a Camerún, que de fútbol tenía la pinta. Después le ganó a Chile por penales y al final a Colombia en un partido que más que fútbol fue una sucesión de carreras de 100 metros planos. Un ejercicio de atletismo donde corrieron mucho para no hacer nada. Velocidad sin ton ni son. Tanta velocidad había, tanto desenfreno, que en una jugada igual a todas las demás, la rodilla de un atolondrado rompió la vertebra del único jugador que juega fulbo en esa selección.
Brasil, como siempre, juega mal, empieza de menos a más, califica a octavos y a cuartos displicentemente y ahí sus jugadores a veces se despiertan y salen campeones del mundo. Esta vez parecía que algo parecido podía a pasar. Tanta displicencia daba tristeza y todo indicaba que en una de esas le valdría la localía. Sin embargo, esta vez no habían Ronaldinhos, ni Ronaldos, ni Rivaldos, ni Romarios, ni Bebetos, ni Didis, ni Dadas para sacar campeona a tanta displicencia. Tanto cariño me producen los brasileños de a pie como desprecio su equipo. Tan alegres son ellos y tan tristes sus equipos. Tan sonrientes por las calles y tan amargos en la cancha. Y además, Alemania es mucho equipo.
La posibilidad de un una final Brasil-Argentina en el Maracaná era tan hermosa, que al comenzar el partido dudaba si no ponerle una fichita a los brasucas. Pero no. A mí tanta displicencia me pone mal, y un equipo tan triste, sin juego, sin medio campo, y con partidos ganados con tan poco arte, no me parecía digno de llegar a una final. Alemania será Alemania pero juega al fútbol, y el fútbol de fútbol se trata. Así que comenzó el partido y le puse todas las fichas a estos seres fríos y espigados de la raza superior. ¡Que viva la raza superior!
Cuando un equipo no juega al fútbol, no hay patria grande, ni continente unido, ni pensamiento bolivariano, ni gobiernos progresistas que me hagan dudar. Aguante el fulbo, loco. Para más inri, la patria grande con Dilma a la cabeza le entregó el país a la FIFA, le puso el orto sin miramientos, y se dejó ensartar sin besitos. Este Mundial, entre otras cosas, fue un crimen como cualquier mega emprendimiento de esa magnitud. Con la cantidad de millones que puso el Estado brasilero para que se convirtieran en ganancia para la FIFA, las inmobiliarias y las macas, más la cantidad de millones que desembolsó para fortalecer el sistema de Defensa Nacional, más el recrudecimiento de la represión a los sectores militantes, lo mejor que podía pasar era que no ganaran el Mundial. Hermoso, hermoso, hermoso. Así tenía que ser. Palizón y bailongo.
Y no, los alemanes no ganan porque sean más altos y más fríos, y más calculadores, y más fuertes; ganan porque juegan mucho mejor a la pelota. Y lo importante de eso no es que jueguen mejor, sino que juegan a la pelota. Y que lo escuche Red Cetorca. Alemania-juega-a-la-pelota. Juega por abajo, sin un solo pelotazo, avanza y retrocede en bloque, con toque vertical y lateral, con triangulación y rotación, y siempre por abajo. Miden mil metros de altura y no tiraron un solo centro al área. Estaban de frente al arco, con posibilidad de tiro, y la tocaban para atrás, porque sabían que siempre venía alguien. Y sí, siempre venía alguien. Eso es un equipo de fútbol. No les hace falta un Messi, ni un Neymar, ni un Robben, porque tienen un equipo.
A mí me gusta Sudamérica, no la cambio por nada, me gusta el Tercer Mundo, me gusta la salsa y la caipiriña, los frijoles, la mandioca, el aguacate, la guayaba, la chirimoya, me gustan los colores tierra y el desorden, me gusta más atarlo con alambre que el mundo calculado y sin incertidumbres, pero también me gusta el fútbol, y el Mundial de Fútbol, de fútbol se trata.
Qué alegría, qué hermoso, qué palizón, qué bailongo. Que viva el fulbo. Que viva el juego. Que viva la pelotita.