Por Pedro Perucca. Este documental, estrenado en diciembre de 2010, se basa en el texto, las investigaciones y la presencia del escritor e investigador Osvaldo Bayer y lleva adelante una contundente denuncia acerca del genocidio de los pueblos originarios de nuestro país.
Desde su estreno, Awka Liwen (rebelde amanecer, en lengua mapuche) fue cosechando diversos galardones nacionales e internacionales hasta ser declarado de “Interés nacional” por la Presidencia, auspiciado institucionalmente por el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas e incorporado como material de estudio a diversos programas educativos del país.
La película, dirigida por Mariano Aiello y Kristina Hille y con guión de ambos más el propio Bayer, es el producto de una investigación de más de 3 años sobre uno de los tantos cadáveres en el ropero de la argentinidad: el genocidio sufrido por los pueblos originarios y los más de cien años de crímenes, opresión y racismo en su contra.
Apenas transcurridos 10 minutos de película, Bayer ya se cargó a la mitad del panteón de próceres de los manuales escolares, desde Rivadavia y su pedido al coronel Rauch de “exterminar a los ranqueles”, hasta Roca y su célebre y eufemística “Campaña del desierto”, pasando por Rosas y por Alsina. El único bronce que queda más o menos bien lustrado es el de Castelli quien, en el llamado documento Tihuanaco, sostiene que la Revolución de mayo “también se ha hecho para los pueblos originarios” y que tenemos que aprender de ellos y “conectarnos con la cultura y el amor a la naturaleza de esos pueblos”.
Pero la justa rabia de Awka Liwen no se limita señalar las responsabilidades del ejército masacrador de Roca sino que también apunta a descubrir los intereses político-económicos que motorizaron la carnicería. Entonces, además de denunciar el asesinato de más de 14 mil indígenas y la detención y utilización como mano de obra esclava de un número similar, se pone en evidencia el rol de los financistas civiles de la Campaña del desierto, con la Sociedad Rural Argentina (SRA) en primer lugar.
En los informes elaborados por la “comisión científica” del gobierno de Roca en 1881, un material reservado que puede permitirse dosis inhabituales de honestidad de clase, queda claro que: “Los esfuerzos que había que hacer para transformar estos campos en valiosos elementos de riqueza y de progreso no están fuera de proporción con las aspiraciones de una raza joven y emprendedora. Por otra parte, la superioridad intelectual, la actividad y la ilustración (…) son los mejores títulos para el dominio de las tierras nuevas. Precisamente, al amparo de estos principios, se han quitado éstas a la raza estéril que las ocupaba”. “A confesión de partes, relevo de pruebas”, cierra Bayer, indignado.
Entre los apellidos famosos que fueron apropiándose de los más de 30 millones de hectáreas de territorios ancestrales expropiados hay muchos que hoy suenan conocidos: Drysdale, Luro, Unzué, Cambaceres, Alvear, Leloir, Miguens y, last but no least, Martínez de Hoz. El bisabuelo de José Alfredo “Joe” Martínez de Hoz, ministro de Economía de Videla, fue el primer presidente de la SRA y se quedó con la mejor parte en el loteo: nada menos que 2.500.000 hectáreas, un territorio más grande que la república de El Salvador.
Luego de esta introducción a toda orquesta crítica, la película pierde un poco el rumbo y deriva entre diversos hechos históricos y líneas argumentales, desde el Malón de la Paz hasta la reciente lucha “del campo” contra las retenciones, pasando por una muy justa crítica de los orígenes del persistente racismo argentino o por un repaso de célebres represiones estatales como la de la Semana trágica patagónica.
Tal vez influida por el clima bicentenial o por las secuelas de la reacción rural contra la 125, la película se desliza luego hacia un marcado didactismo, con algunas obviedades y simplificaciones notorias. Así,por ejemplo, mientras oimos a Bayer decir que quien reproduce el famoso “negros de mierda” está diciendo en realidad “soy un ser despreciable, racista y fascista”, la imagen nos muestra a Hitler en la tribuna. Del mismo modo, luego se construyen algunas analogías históricas un tanto livianas mediante las que se igualan rápidamente indígenas con peronistas y la campaña del desierto con los bombardeos a Plaza de Mayo de 1955. En línea con estas simplificaciones se construye un sistema de pareados antagónicos que partiendo de demócratas/golpistas, gente de abajo/gente bien, desaparecidos/desaparecedores concluye que la oposición de la hora está dada entre progresistas y neoliberales.
Seguramente estas debilidades tienen más que ver con decisiones de los directores que con posiciones del propio Bayer. De todos modos, en medio de una producción que casi sin problemas puede recibir la bendición presidencial, no deja de mencionarse que la sabiduría ecológica de los pueblos originarios contrasta notablemente con la apuesta por una expansión desenfrenada de la soja (por sobre la selva y los territorios ancestrales si fuera necesario) o de recordarse que la justicia argentina no ha dejado de fallar a favor de desalojadores de indígenas como los Benetton.
Quizás el aspecto más frustrante del documental, sin embargo, sea el de no estar a la altura de la promesa de su título. A pesar de anunciar un Rebelde amanecer, lo cierto es que en ningún momento la película refleja los múltiples y reales procesos de lucha y organización de los distintos pueblos originarios de la región.
Pero, más allá de sus limitaciones, se trata de una película que hay que ver para entender y cuestionar la lógica subyacente en lo peor de ese famoso “sentido común” nacional, las más de las veces permeado por concepciones racistas y xenófobas herederas de aquél despojo fundacional perpetrado contra los pueblos originarios de nuestra tierra.
Finalmente, es oportuna y necesaria la reivindicación de este aporte de Bayer frente a la reacción de los descendientes de aquél Martínez de Hoz original a quienes parece no haberles gustado que sus trapitos sucios de sangre aborigen salgan al sol. A poco del estreno de Awka Liwen, dos nietos de Joe decidieron iniciarle sendos juicios a Bayer, Aiello y al historiador Felipe Pigna, reclamando una indemnización millonaria y una retractación pública que nadie está dispuesto a ofrecer. Afortunadamente, las muestras de solidaridad y de repudio al ridículo juicio contra los responsables de Awka Liwen siguen creciendo, transformándose, según el propio Bayer, en “un respaldo que emociona”.