Por Anna Maria Merlo, desde París. Un pantallazo de la situación francesa ante la ratificación del ‘Pacto Fiscal’ europeo y la crisis cada vez más fuerte en el país galo.
Después de un verano demasiado calmo (“tranquillou”, bromeó con el acento del sur Jean-Luc Mélenchon, del Front de Gauche) y a poco más de cuatro meses de su elección, François Hollande se enfrenta a un primer gran desafio, mientras la población ya muestra gran impaciencia y los sondeos de opinión demuestran que la confianza en el nuevo presidente y ya ha caído por debajo del 50%. En los próximos días, después de la presentación de los presupuestos de 2013 (28 de septiembre) y con recortes anunciados de 10 mil millones en gasto y aumentos de 20 mil millones en impuestos, el Parlamento deberá votar por la ratificación del Tratado de la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernabilidad (TSCG) y su corolario, la ley orgánica de financias públicas (presentada en el Consejo de ministros la semana pasada), que integra en el derecho francés la “regla de oro”, es decir, la obligación de que las cuentas sean de “proximidad al equilibrio o con superávit”, tal como lo requiere la Unión Europea. Esta es la principal medida de TSCG que Sarkozy quería introducir en la Constitución y la opción preferida por Bruselas (sede de la Unión Europea), que Hollande ha optado por transponer en forma de ley orgánica (sin embargo, superior en el derecho francés a las leyes ordinarias, tales como el presupuesto). Mientras tanto, el Front de Gauche y todos los opositores han organizado para el 30 de septiembre una protesta contra la ratificación del TSCG y en favor de un referéndum. Una petición similar fue hecha también por el Frente Nacional y los “souvranistes”. Según un reciente sondeo, el 67% de los franceses piensan que en los últimos veinte años, la UE ha ido “más bien en la dirección equivocada” y el 76% estuvo de acuerdo en que “no actuá con eficacia para limitar los efectos de la crisis actual”. Hollande no pudo mantener la promesa de campaña de “renegociar” el TSCG, pero espera que la mayoría se conforme con el modesto “pacto de crecimiento” de 120 millones de euros que se jacta de haber hecho añadir.
En el Parlamento el choque promete ser feroz dentro de la mayoría, con el riesgo de que el TSCG pase gracias a los votos de la derecha, mientras el ala izquierda del PS y los ecologistas amenazan con votar “no” ya que consideran que la regla de oro y la creación del Consejo Superior de las finanzas públicas, que juzgará la conformidad del presupuesto con la reglas del Tratado, limitará las prerrogativas del Parlamento, una de las cuales es justamente la aprobación del presupuesto. El Parlamento piensa que sus manos están atadas por las obligaciones con Bruselas y el margen de maniobra cada vez más limitado. Para superar este obstáculo, Hollande ha enviado en primera línea el ministro de Asuntos Europeos, Bernard Cazeneuve, elegido en mayo por sorpresa, no entre los muchos pro-europeos del PS sino entre los que votaron “no” al referéndum de 2005 sobre el Tratado Constitucional rechazado en Francia (y los Países Bajos), con una buena mayoría. Más que una práctica leninista, es el “método de Hollande”: amortiguar divisiones y construir consenso al tomarse todo el tiempo necesario.
Pero el tiempo se acaba para Hollande y Francia. Por el momento, París cuenta con la benevolencia de los mercados. Nunca tasas de interés de la deuda, que en 2011 fue de 1.717.300.000.000 euros (87% del PIB) fueron tan bajas (2,46% a diez años, es decir una tasa negativa como la de Alemania) a pesar de un déficit presupuestario del 4,5% este año y de 70 mil millones de déficit comercial. Sin embargo, hay 3 millones de desempleados (10,4% de la población activa), una situación que probablemente empeore con la amenaza de despidos en curso, por ejemplo en Peugeot (8.000 recortes), ArcelorMittal, Crédit Immobilier y una serie de otras empresas, algunas en verdaderas dificultades y otras con la intención de ejecutar “despidos de Bolsa” (como Sanofy). Pero el gobierno no ha tomado por el momento medidas para contrarrestarlos, a pesar de los gestos del ministro del Redressement Productif, Arnaud Montebourg, que asegura, sin mucha evidencia, de que ha “salvado” más de 15 mil puestos de trabajo en cuatro meses.
Hollande ha hecho una apuesta: al final de este año la crisis del euro será superada y la especulación sobre la deuda soberana de los países del sur se habrá detenido. El BCE será capaz de calmar a los mercados con la promesa de adquisición “ilimitada” de deuda soberana, el MES (Mecanismo Europeo de Estabilidad) entrará en funcionamiento y la Unión Bancaria se iniciará. A pesar de haber fijado a la baja, por tercera vez desde que fue elegido, la previsión de crecimiento para Francia – establecida ahora en más de 0,8% en 2013, una cifra que todavía se considera optimista por la mayoría de los economistas- Hollande cree que los aumentos de impuestos y los recortes planeados no van a poner a Francia en recesión económica: las medidas fiscales se concentran en los más ricos y en los grandes grupos industriales y financieros, mientras que el gobierno dice que ha protegido el poder adquisitivo de las clases medias y la capacidad de inversión de las pequeñas y medianas empresas ha sido preservada. Además, el gobierno espera que las medidas en favor de la vivienda pública tengan efectos rápidos en la economía. Hay que añadir 150 mil “empleos del futuro”, financiados para jóvenes poco calificados y el nuevo contrato “de generación”, con reducciones de las cotizaciones a las empresas que contratan a un joven y mantienen un tutor senior. También hubo un pequeño aumento en el salario mínimo, el retorno a la jubilación a los 60 años para las carreras largas y, hace unos días, la promesa de empleo de 60 mil profesores en 2013 . Hay un proyecto para convertir la energía con el compromiso de cerrar la central nuclear más vieja, en Fessenheim, e invertir en energías renovables. A cambio, todos los ministerios (excepto Educación, Seguridad y Justicia) sufrirán recortes (ya anunciados para Cultura, con el abandono de la mayoría de los proyectos iniciados bajo Sarkozy). Todo esto con la intención de cumplir la promesa de reformas “en justicia”: Hollande señaló que el período de sacrificio tendrá una duración de dos años, un paréntesis, aunque impopular, que el presidente está dispuesto a asumir en vistas a una recuperación hacia el final de su mandato. Pero frente a una situación más negativa de lo esperado, según muchos economistas sería “imposible” para Francia a respetar el compromiso, reafirmado por Hollande, para reducir el déficit al 3% desde 2013, sin un nuevo aumento de 10 mil millones en impuestos, con el riesgo de una explosión social.
La presión francesa trabaja en Bruselas con el fin de alargar el tiempo para restablecer el equilibrio en la zona del euro. Con más tiempo, Hollande cree tener más libertad de acción para abordar el tema de la competitividad francesa sin destruir el modelo social y sin sucumbir por completo a los patrones que quieren manos libres en el mercado laboral. Aunque en pequeños pasos, parece seguir una década más tarde el programa de Gerhard Schröder, interpretado como la piedra angular de la recuperación de la competitividad en Alemania. Para Hollande, que en 2005 como secretario del PS sufrió la derrota en el referéndum sobre el Tratado Constitucional, la quemadura es demasiado reciente como para tener el coraje de enfrentar una nueva laceración de la izquierda en las cuestiones europeas.