Por Alan Ulacia*. Segunda entrega del recorrido por la organización y el funcionamiento de los estudiantes en la toma del Mariano Acosta. Las expectativas del conflicto.
“Hay algo que creo es alentador -reflexiona Balbis mientras pita un cigarro armado- es increíble la cantidad de chicos y chicas de primer año participando, muy comprometidos, que no tenían antecedentes de ser “activistas” precisamente, y se están poniendo la toma al hombro. De las tomas del 2010 hacia acá, se ve un cambio cuantitativo, hay un recambio de cuadros impresionante”. Realizan asambleas diaria, de carácter informativo y deliberativo, a la que asisten decenas de estudiantes. Y valga el dato, mientras se desarrolla una asamblea, me cuentan como dato curioso que aparece una señora con una perra enferma, dice que no la puede cuidar más y se las deja a los estudiantes. A partir de ese momento la adoptan, bajo el cuidado especial de una estudiante a la que la mascota sigue para todos lados, un día hasta la llevan a una marcha en subte. La perra se llama Nadia y es la mascota de la toma del Acosta.
“Del 2010 para acá, también veo un cambio cualitativo- continúa Bruno – En el 2010 salimos a luchar para que el gobierno haga lo que no estaba haciendo, es decir, cumplir sus responsabilidades en tanto gestión: arreglar los colegios, mantenerlos en condiciones dignas. Hoy, la lucha pasa por otro lado… estamos yendo al meollo del asunto”. Y agrega Nicolás Orellana: “En 2010 el conflicto era más tangible, cuando se trata de poner plata, si están en problemas, la ponen”. “Creo que hoy el movimiento estudiantil de Capital- sigue Bruno- es el que está teniendo el debate más profundo respecto a lo que significa la educación en sí. Con todas sus falencias, el movimiento estudiantil se está nutriendo de sus experiencias previas, se está retroalimentado. Otra cuestión que de a poco se está problematizando, es el papel del Consejo Federal de Educación. Porque hasta ahora ahí nadie fue ni nadie ha venido…”
En ese momento, mientras cruzamos palabras, me doy cuenta que en efecto tienen razón: el carácter del conflicto es esencialmente diferente de aquel que brotó en 2010 y asfaltó de movilizaciones las calles de Buenos Aires. Por más que los argumentos de los sectores más conservadores de la sociedad argentina caractericen o menosprecien las tomas porteñas en curso como una “queja de llenos”, por no reclamar, como en 2010, por condiciones materiales y tangibles, el reclamo es más que legítimo. Pues se trata de un reclamo activo, performativo, no sólo de trinchera, subalternidad y resistencia. Lo que aquí está en juego, al impugnar el movimiento estudiantil la reforma curricular del macrismo, es un radical cambio de paradigma pedagógico y político. Los estudiantes porteños están poniendo en jaque toda una concepción educativa, anquilosada durante décadas, que retoza cómodamente en el sentido común, concepción acaso sólo desafiada por la llama de la Reforma Universitaria del 18, concepción que se sintetiza en una idea: los propios estudiantes no son capaces de decidir acerca del contenido y las formas de su propia educación, porque, precisamente, son el embase vacío, son los sujetos sin luz, (a-lumnos) pasibles de un relleno que se les inyecta ajeno a sus intereses y su voluntad de conocimiento. “Ellos no saben que es lo que quieren ni qué es lo que necesitan”, bien podría salir de la boca de un conductor televisivo. En cambio, el actual proceso, cualquiera sea su desenlace, ha puesto sobre el tapete una cuestión de una relevancia mayor: “Sí, nosotros en tanto somos los que nos formamos en la educación pública, somos capaces de incidir en el proceso de decisión y formación de los contenidos de la misma, y estamos dispuestos a hacerlo”. He aquí el mayor temor de la concepción pedagógico-política que hoy hace carne el macrismo.
Son las 4 de la tarde, el mate se ha lavado y hace varias horas que charlamos. Bruno me cuenta que está por llegar Matias Delgado, uno de los estudiantes que ha quedado bautizado como El Conchudo, gracias a la tan sagaz como dudosa erudición de Feinmann el malo. Damos una vuelta por el colegio, se amontonan en las aulas colchones, bolsas de dormir y signos del acampe nocturno. “Las reformas edilicias del 2010 fueron posta”, me dice Nicolás y me señala un ala del colegio, impecable, hace dos años un depósito gigante de material y cosas inútiles. “Si bien algunos colegios no tuvieron tanta suerte como nosotros…”, rectifica. En eso dos chicas de primer año se nos acercan. “¿Es verdad que se levanta la toma?” le preguntan a Nicolás. “Por ahora no, -responde- tenemos que evaluar los resultados de la reunión con Bullrich, vengan a la asamblea de hoy, que va a ser informativa, vamos a hablar todo esto.” “Gracias”, dicen ambas chicas a la vez y se van.
Ahí nomás, entre sorprendido, emocionado y esperanzado, se me ocurre una rima: sea cual sea el resultado, a esta juventud nadie le quitará lo bailado.
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*Periodista y politólogo, UBA.