Por Francisco Parra
El jugador chileno sufrió un accidente por conducir borracho en plena Copa América. El cronista, chileno de nacimiento, repasa los hechos y los sentires de un pueblo en contradicción.
El caso nos preocupó a todos. Arturo Vidal, el Rey Arturo, Celia Punk, el alma de Chile en la Copa América, ese que sacrificó su físico y su futuro deportivo para jugar el mundial de Brasil con La Roja, chocó su auto a 160 kilómetros por hora. La pregunta que se cruzó por la cabeza por millones de chilenos fue si estará bien, si se habrá lastimado, si estará en condiciones para seguir en la Copa América.
De la preocupación por su salud, pasamos al enojo, las puteadas, la resignación. Manejaba borracho. Era, ya fue, Sampaoli lo va a echar de la selección y perdemos al mejor jugador. Horas y horas de expectativa que terminan con un Vidal llorando arrepentido, y sigue la Copa América como si nada. Vidal juega contra Bolivia y se lleva una ovación. Chile golea y nada ha pasado.
Esta generación dorada de la selección chilena está marcada por futbolistas que han pasado por duras etapas. Nacen en las condiciones más precarias, dan sus primeros pasos en canchas de barro y poco a poco “cumplen el sueño del pibe”. Vidal, Sánchez, Medel. Personas que antes no tenían nada y hoy lo tienen todo. Están en la cima del fútbol mundial.
Y son ellos los llamados a hacer historia con su selección. Porque ellos representan el verdadero Chile, el que no aparece en índices de la OCDE ni en las páginas sociales de El Mercurio. El Chile que nadie quiere ver: el de los subalternos, los oprimidos, los que sobran. Ellos son nuestros guerreros, nuestros héroes, los que nos llevarán a ganar por primera vez la Copa América.
Porque Chile nunca ha ganado nada. Siete Copas Américas organizadas y cero ganadas. Cuatro segundos lugares. Muchos “estuvimos ahí de ganarla”. Ningún título ni reconocimiento, sólo ese lejano tercer lugar en el mundial de 1962. Pero de repente, una generación como ninguna otra aparece. Desde que lograron el tercer lugar en el Mundial Sub 20 de Canadá en 2007, estos jugadores demuestran que “están para grandes cosas”. Juegan en los mejores equipos de Europa, sus pases cuestan millones de dólares, nos llevan a dos mundiales consecutivos. Y entonces crece la efervescencia. Esta es. Chile tiene que ganar esta Copa América.
Todo por un sueño
Lo dijo Arévalo Ríos, cuando criticaba a los hinchas chilenos que apoyaban a Jamaica. “Parece que están desesperados por ganar algo”. Sí, lo estamos. Nunca hemos ganado nada a nivel de selección y queremos que nos toque. Tenemos el juego, los jugadores, el esquema, el entrenador, la localía.
Y ese deseo se vuelve enfermizo. Los jugadores ya no son personas: son los guerreros que le traerán alegría al pueblo. Ni nos damos cuenta, y se vuelven todo lo que la sociedad mercantilista quiere de ellos: autos de lujo, modelos, joyas, extravagancia, excesos. El ideal que se predica de la sociedad: El chico que sale de los barrios más populares del país, que logra dejar la marginalidad extrema y que busca el auto, la plata, la mina, la mansión.
Y lo más paradójico de todo: los impulsamos a tal nivel de idolatría que, pese a que representen y nos recuerden siempre de dónde salieron, estos jugadores pasan a otro sector de la sociedad. Se vuelven parte de esa élite impune que está por sobre la ley. Que sabe que puede hacer lo que quiera y que nada les pasará. Pero ellos no llegaron ahí a punta de coimas, robos y engaños como lo hacen los políticos y empresarios. Ellos llegan a ese lugar porque nosotros los empujamos hacia allá.
“Si me esposai, te cagai a todo Chile”, le dijo Vidal al carabinero que lo detuvo. Y tenía razón. Todo Chile estaba pidiendo que lo liberaran, cantando afuera de la Fiscalía: “Sampaoli, Sampaoli / yo te quiero recordar / Vidal es lo más grande, lo queremos ver jugar”.
No importa que haya manejado borracho un Ferrari a 160 kilómetros por hora, ni que exista una ley recién salida del horno que castigue con cárcel estas cosas. No importa, porque es el mejor jugador del equipo y tenemos que ganar la Copa América.
Así, Vidal se suma a los Martín Larraín, a los Benjamín Montero. Esos “hijitos de papá político-empresario” que asesinan a personas manejando borrachos, pero que la ley mágicamente los considera inocentes. Se suma a Johnny Herrera, segundo arquero de la selección, que hace unos años asesinó a una chica en la misma condición. Ídolo y capitán de la Universidad de Chile, a Johnny no le pasó nada. Ni a él, ni a Larraín, ni a Montero. Los que sufrieron fueron las familias de las víctimas, pero de esas nadie habla.
Esa esa necesidad enfermiza de ganar que tiene la sociedad chilena. Queremos ganar algo para sentirnos algo, para ser algo. Y se nos olvida lo que nos dijo Marcelo Bielsa, el principal responsable de que Chile tenga posibilidades de ganar algo: “Cuando ganás, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo y eso deforma tanto. Y cuando perdés sucede todo lo contrario, hay una tendencia morbosa a desprestigiarte, a ofenderte, sólo porque perdiste, sólo porque perdiste. En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, eso sí es lo importante; lo importante es el tránsito, la dignidad con que recorrí el camino en la búsqueda del objetivo. Lo otro es cuento para vendernos una realidad que no es tal”.
Pero la vida sigue, la Copa sigue y vienen los cuartos de final. Y nada de esto importa. Ni que los profesores lleven tres semanas de paro ni que toda la clase política se vea envuelta en vergonzosos escándalos de corrupción. No importa tampoco que una entrada para la Copa América sea imposible de pagar para más de la mitad de los chilenos.
Sólo una cosa importa: tenemos que ganar la Copa. Y Vidal titular.